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El poeta maestro de la juventud se nos fue
artículo [ Sociedad ]
Homenaje a Pablo Guevara por Maynor Freyre

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por [NMP ]

2006-11-07  |     | 












El poeta maestro de la juventud se nos fue. Pablo Guevara dejó este mundo que le divertía tanto a pesar de las duras críticas que solía enrostrarle con sumo sarcasmo. Trabé amistad con el poeta cuando me dio trabajo en el Centro de Cine que dirigía en el Instituto Nacional de Cultura a pedido del director y actor de teatro Vidal Luna Coraquillo, cuando yo acababa salir de injusta prisión de la cárcel de Lurigancho, por motivos políticos, en 1973. Pero esa es otra historia. Como un homenaje a su persona reproduzco una entrevista que le hiciera en mayo de 1993 y que forma parte de mi libro Altas voces de la literatura peruana y latinoamericana.

***

Encuentro con Pablo Guevara


La solitaria creación


El poeta Pablo Guevara difícilmente puede ser encasillado en alguna de las vertientes poéticas peruanas de los últimos 30 años; su producción literaria, sin embargo, cada día es reivindicada con entusiasmo por los jóvenes escritores. Actualmente está a la espera que algún editor se anime a publicar alguno de sus once poemarios inéditos, cinco de los cuales tiene concluidos.



“Hay una cosa que tiene el escritor: la soledad de soledades de Góngora. Las amistades y los parientes no te ayudan en nada: debes pensar y repensar la palabra todo el tiempo, porque si se te va, se te va. La escritura es una de las cosas más dominantes. Te sirve para perder tu identidad y vivir la vida de otros: esos otros te persiguen y te llevan a la paranoia, a la esquizofrenia. No creo, por ejemplo, que Martín Adán haya sido muy feliz escribiendo. Desde que decidí dedicarme a escribir, mi vida ha sido un suplicio: allí conocí al otro”.

Esta es una de las disquisiciones en que entró Pablo Guevara mientras conversábamos largamente, primero en su casa campestre de Pachacamac, casa donde habita hace dos décadas y después en Lima, ante un improvisado guiso de pulpo. En realidad fue un deleite conversar con Pablo, quien entre bromas –como en su poesía, donde canta “prosaicamente” a la mazamorra morada en momentos en que todos querían emular a Javier Heraud —fue mostrando su sabiduría, el porqué por poco no fue considerado como integrante de la generación del ’50, ni está con los del ’60 y sí más bien al lado de los del ’70, ’80, ’90. No como paternal guía, sino como fraterno hermano. “Porque uno no debe tener hijos literarios; a pesar de que los jóvenes lo consideren así, prefiero ser un amigo de ellos en las verdes como en las maduras. No matan al maestro, sí al padre. Nunca fui paternal, ¡Dios me libre! Si me aceptan me aceptan. Soy una especie de hermano mayor”, confiesa con sencilla sinceridad.

Pero hablando de parricidio, pasemos a la parte biográfica, a la crítica Lima de 1930, al pabellón de Maternidad del Hospital Loayza, donde Pablo nace, en la sección gratuita. Su familia vive en los Barrios Altos, en la Plaza Italia o Antonio Raimondi, donde la estatua del sabio se eleva impertérrita lupa en mano, mirando Raimondi ¿qué?... uno de los enigmas que el poeta se llevará a la tumba, como por qué al bolerista Ortiz Tirado le decían doctor o por qué tuvo una tía hermosa que nunca se casó.


Mundo estudiantil


Empieza estudiando en el colegio mixto del Sagrado Corazón de Jesús, donde alternó con niños y niñas hasta el 3º de primaria, besando a las chiquillas y aguaitándolas en los baños, hasta que machista papá Guevara decide que su hijo debe ser todo un hombre y lo traslada al Cristo Rey, colegio ubicado en la bajada de Santa Clara, cobija de pandilleros peleones que diariamente enviaban a Pablito todo moreteado a su casa. Entonces la protectora madre lo coloca en el Claretiano de Magdalena, donde –recuerda—estudia con Genaro Delgado Parker, quien ya hacía comunicaciones sustrayendo lo más apetitoso de las loncheras de sus compañeros. Descubre allí que el aspecto santurrón y rosadito de algunos curas no les impide abrir de vez en cuando alguna braguetita y tocar con disimulo las partes del pupilo. La madre lo traslada entonces al Salesiano, donde un cura llamado Gaspercha le horada santamente la cabeza a cocachos. Así, a pesar de haber hecho su primera comunión (hay cosas que uno no decide, aclara) se vuelve ateo.

Surgen otra vez las contradicciones padre / madre, y Pablo va a parar al Leoncio Prado. Su estadía en el colegio militar lo lleva a rechazar la vida militar: como acabó entre los primeros 40 alumnos, tenía la opción de ingresar de frente a cualquier instituto castrense, y se hicieron reuniones familiares para que se presentara a alguno, pero opta por irse a estudiar letras a la Universidad Católica y luego literatura, pues no quería ser ni abogado, ni médico, ni ingeniero, ni profesor tampoco, únicas carreras posibles de aquellos días de los años ’50. La Católica fue exigencia materna, por supuesto. Cuando Pablo tenía 15 años murió su padre, en 1945.

He aquí un recuerdo paterno que nada tiene que ver con el poema que más se le conoce: Mi padre-un zapatero:

“Lo conocí poco. Era un mujeriego, terminaba de trabajar y se iba de parranda. Caminaba entre las mujeres y los alcoholes. Por eso en el año ’40, después del terremoto, mi madre se separó de él y nos fuimos a vivir a Breña, a una casa-jardín-recreo que mi padre había usado para sus farras antes. Él era un derechista, un conservador, sanchecerrista, quesadista, una de las personas principales de los Barrios Altos gracias al dinero que daba para las fanfarrias, lo cual lo convirtió en un pretencioso, ya que por su dadivosidad lo hacían cada año presidente de la Asociación de Caballeros del Sagrado Corazón de Jesús. Claro que ellos se sentían Caballeros del Rey Arturo. Mi madre era igual. MI madre quería romper las fotos de mi padre. Repugna todo lo antes adorado”.

Pablo se parangona con “El hombre que no tuvo infancia” (don Fulgencio), pues apenas si practicaba algo de atletismo y talvez patines. Aunque no todo fue ófrico. En el Leoncio Prado, recuerda, (aunque nada presagiaba que fuera a hacer literatura, pues en la casa de los artesanos, como eran sus familiares, no había libros) de repente empezó a escribir poemas e invitado por sus profesores Jorge Pucinelli y Luis Bedoya Reyes, los leía en el auditorio y los alumnos aplaudían. Después le pedían acrósticos para las enamoradas, un poemita para la madre, y Pablo los trocaba por especias o pecunia, es decir golosinas o vil dinero. Así luchaba por el reconocimiento del arte desde la secundaria.

Claro que él no fue consciente de ser poeta hasta que la revista Mar del Sur, que dirigía Luis Jaime Cisneros junto con Aurelio Miró Quesada, le otorga un premio en 1952. Con Retorno a la creatura, su primer poemario, obtendría el Premio Nacional de Poesía 1954. (un año después que su compadre Washington Delgado).

“Ningún artista se hace tal por propia decisión, ni puede aprenderlo en el taller de su padre, donde si podrás aprender a ser pastelero, carpintero. Este aprendizaje literario no se lo deseo a nadie, porque ya ni uno mismo se cree lo que expresa, no sabe si es él. Es que un escritor no escribe directamente de él; sería muy fácil. ¿Qué podemos contar de nosotros, si todos los días hacemos lo que hacen los demás? El arte debe inventar personajes, situaciones. Escribimos sobre lo que no somos y hablamos sobre lo que no sabemos; escribimos sobre el deseo, la ilusión”, termina citando a Legotard.

En La Católica no hace vida universitaria. Camina con Washington Delgado, su único, su gran amigo, casi su hermano. Mas no se imagine uno al típico solitario: Pablo era un gran bailarín, bohemio –no del bar Palermo--, y en esos ambientes había amistades. Hasta que en el ’55 viaja con Washington a España, permaneciendo en Madrid hasta el ’58 estudiando cine. Luego se marcha a Roma, también a estudiar cine, y transcurrido año y medio se va a París para hacer lo mismo a lo largo de tres años. Pero Europa, al igual que Lima cuando sintió que le quedaba chica, se había estrechado. Además que siempre le interesó el Perú y anhelaba hacer cine a partir del hombre y la cosa peruanos. Y en parte, también retorna porque su madre estaba vieja, y se había vuelto a casar. En Madrid logra publicar, en 1957, el poemario del Premio Nacional, Retorno a la creatura.

El retorno de París es en 1961, cuando ya el medio literario “me había enterrado”. Es que se trataba de un poeta joven de repentina desaparición por siete años, que no tenía por qué ser dado a reconocimiento. “Creían que ya no había escrito más. Entonces me salí del circuito literario. Tenía que sobrevivir. Eso me sirvió para llegar donde he llegado: con mucha independencia y despreocupado del ambiente literario, aunque enseño en San Marcos Literatura Universal y Contemporánea”, comenta sonriente el poeta.

No obstante, en los años ’60 recupera terreno, empieza a correr de tras publicando Los habitantes (1965) y Crónica contra los bribones (1967. Vuelve a circulación luego con Hotel del Cuzco (1972), “con el cual este señor se sitúa entre los primeros, aunque todavía no me despunto”, bromea. “Aunque en estos 20 años sí me despunto, aunque eso ha de señalarlo la posteridad”, dice con gesto serio.

Hotel del Cuzco es un libro, a diferencia de todos los anteriores, escrito desde el Perú y sobre el Perú. Es un libro muy contextualizado en sus tres partes: Hotel del Cuzco, Zoo entre los animales y Capitales del Perú. Es un libro con fuerte connotación peruana, pero sin ningún carácter panfletario. Hoy se puede llamar una proeza contextualizar el poema. DE tal manera que me parezco a los del ’60 porque coincidimos en temas parecidos y entronco con los del ’70 y con las cosas que pasan en el Perú. Logro poder hablar de mi entorno, con conciencia telepática, como un médium, sin hacer panfleto. Vivo en estado de médiunidad, en trance. Capacidad que cultivo inconscientemente”, elucubra Pablo Guevara sobre su creación.

En los años ’60 trabaja apoyando al teatro en el Instituto Nacional de Arte Dramático que dirigía Rubén Lingán; ponen a Beltolt Brecht con La opera de dos por medio dirigida por Atahualpa del Cioppo y a Fernando Rojas con La celestina bajo la dirección de Azcuna. También hace cine, y con Semilla gana el primer premio del Festival del Cine Peruano organizado por la Casa de la Cultura. En el ’78 obtendrá un segundo premio en el IV Festival del CETUC con Periódico de ayer. En la Universidad de Lima también enseña cine. Los ¿70 lo agarran sin trabajo por frustrase la creación de un Centro de Comunicaciones en la Universidad San Agustín de Arequipa. Pero funda el Centro de Cine en el Instituto Nacional de Cultura. Trabaja en cine clubes. Se convierte en un cineasta que hace poesía y que termina de ensayista: por Vallejo, la hominización es galardonado con el primer premio del Concurso Internacional de Ensayo del CICLA. A partir de los ’80 dedica su vida a la poesía. Son once libros que esperan el mecenazgo, estatal o privado, para salir a luz. A esta etapa ha llegado la cultura. La mitad del billete, de la moneda, el “zumbalón” está en manos del poeta. ¿Quién aportará la otra mitad?

He aquí los sugerentes títulos de la oncena poética: 1) Mentadas de madre. 2) Dientes de ajo. 3) La colisión (cuatro poemarios en un solo título). 5) Hacia el final (inspirado en Pound). 6) La alberca (dedicado a Enrique Lihn). 7) Avenida Universitaria (sobre universidades peruanas). 8) Tragedia en el Río Hablador ((a Juana Bullita). 9) Cosco Raimi. 10) Historias extraordinarias del tren balav. 11) El libro de los muertos.

Como despedida otra disquisición pabliana: “Esta es una sociedad inmadura como sociedad moderna. Toda nuestra sociedad republicana es inmadura. Las instituciones peruanas son embrionarias, no están desarrolladas. No han llegado a crisálidas; menos a mariposas todavía. Vivimos con prótesis. Nos valemos de ayudas. Un buen trabajo de la literatura sería hablar de esta sociedad embrionaria, de los que es y de lo que debería ser y no lo es. Ahí está el reto”.


Maynor Freyre.

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