La imagen detuvo al espacio y al tiempo.El recuerdo es claro: una larga y sinuosa avenida que ascendía para volver a descender hasta alcanzar el nivel del mar.La primavera de aquel otoño otorgó noches frescas recargadas con una limpia brisa marina y acaso el cielo perfecto, inmortal para la memoria. Y la soledad, inviolable, refugio exacto para la apacibilidad y la interpretación. Andrés había retornado a su terruño y lo repetía a viva voz:¡necesito una tregua!. Pero él sólo sabía de sus renuncias involuntarias y de sus ocasos personales inexcrutables al parecer de los que le conocían. El era una pregunta formulada al destino que nadie entendía. Y así como esa noche que él evocaría años después en sus escritos, sus mañanas resultaban plácidas y envidiables: el encuentro era en el mar y sólo consigo. Huella tras huella deshizo lo inpronunciable en una orilla sin dueño donde moró afanosamente con mucho celo, amo de sus dudas, señor de su inspiración, contagiado por el susurro melodioso de un batir de olas apaciguadoras y benditas. A veces sentado en estado contemplativo y absorto, tensaba su mirada imaginando una vida real, no imaginaria; una patria ideal y extraña, rica en conocimiento, digna para saber si era válido el reclamo a ser libre. Porque sabía de otras estirpes, de una raza superior e invencible, que en sus batallares gloriosos afanosos retornaban ensangrentados y felices al reencuentro con la paz. Y él buscaba eso: una paz urgente y piramidal capaz de exorcisarlo todo, desde el arqué hasta el infinito incomprensible. El primer hombre no era pues una invención suya, era presentido y anhelado por desquiciados como antídoto ante sus tragedias inentendibles y, también por los venerables, los doctos,los anhelosos de saber y verdaderamente fuertes, tan fuertes como optimistas,tan fuertes y centenarios que aún sentían latir dentro de sí el vigor de la Fe, la llegada de esa raza libertadora, la iniciadora de un nuevo ciclo o era para la humanidad. Y no era casual que Andrés presintiera también lo mismo: acaso sabía ya que en todos los hombres se repite el mismo propósito.
Y escribía en su pureza genuina tratando de desentrañar la médula de lo ininteligible,sacudiéndose de nefastos sentimientos extenuadores y agobiantes. Estrellando el furor de la pasión en las páginas en blanco que sometería con su inspiración reveladora hasta sobrepasar los caminos no concluidos por todos los hombres que nos anteceden hasta proyectarse en cimas apoteósicas y malignas en donde se adentra en parajes desconocidos,capaces de sepultar al númen con el temor y la estreches de una razón común que ultraja los secretos prohibidos, no permitidos, a los que la osadía de poseerlos,arrancarlos intrépidamente hacen presentir un precio elevadísimo,caro,cruento,como si no fuera así nuestra historia y evolución:pasos agigantados sentidos sin comprensión. Y anotó algo más:la soledad es propia de titanes.
Continuará.