Carlos el viejo de busto homérico
acentuado por el monumento de Londres,
y luengas barbas de Matusalén;
aparta los troncos del bosque de roble
asomándose en la historia embriagado del licor espirituoso
que alargaba los años de viejo Parr.

La constancia de profeta judío
marchaba unida a la efervescencia de teutón,
y esta hélice lo impulsaba
hasta el punto de dejar atrás los límites de la propiedad privada,
el capital fluye desparramado como cosa inútil a despecho del siclo de plata...
Tomás Moro lo elige regente de la ínsula de Utopía
dejando en claro que las joyas utilitarias
tan sólo son juguetes de niños;
y las áureas cadenas nada más deben lucir
en los grilletes de los convictos.

La torva llave de ignición
que enciende la cápsula disparada al infinito,
con la rudeza estéril del titanio,
también enciende los émbolos de la revolución espontánea
una pistola de anillo,
dormida entre las astromelias
que adornan el juego de poker;
enciende con una aguja el pistón
desconcertando al espía,
que piensa que la diminuta arma
ha disparado proyectiles inasibles;
pero Carlos el Brujo ha convertido los impactos
en una lluvia de rosas rojas.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia