Kant abrió el calabozo del Aufklarung, pero dejó al prisionero en el patio de la cárcel.
Nicolás Gómez Dávila



El olvido de Kant álgido resuena
a través del patio de la cárcel,
los esfuerzos que buscaban trepar hasta la cúspide
donde el chalet griego ocultaba una celda,
custodiada por el blasón de víbora
que convertía las miradas en parálisis de piedra
con la heráldica de la Medusa.

Kant abrió el sello subterráneo
labrado sobre metal de piedra,
y las águilas escaparon del nido
después de cruzar el túnel,
las puertas de bronce se abrieron con monótono chirrido
el triángulo equilátero de la Ilustración
dejaba ver los destellos de su poderío,
y Kant se olvidaba en el acto
y sin reparar de cerca
al prisionero abandonado.

El preso continúa vagando sin rumbo
en el patio de límites reducidos,
ninguna brisa del Báltico refresca su frente
es un fantasma de otro tiempo,
que mira absorto el telémetro del cañón
buscando el rastro de víctima
que iba marcando el paladín de un cómic olvidado.

Aquel prisionero se olvidaba que el filósofo
no lucía ningún collar de mariscal,
únicamente brillaba en la solapa
el corbatín de ensimismado pensador.

El cómic del superhéroe
cubierto por una póliza;
que lo protege como un quitasol
del óxido de uranio,
las espoletas de percusión
y las granadas de artillería nuclear...
Duerme abstraído sobre un depósito legal
además es una garantía única
para atrapar en pleno vuelo
a un misil Polaris.

El olvido de Kant fue glacial
y es digno de ilustar la viñeta fría,
de un bufón de tiras cómicas;
un olvido monolítico tallado en el granito
bajo la espátula de un régimen recio,
idéntico al busto de Chemnitz
envuelto en típicas estelas
de vapor condensado.

Si hubiera sacado al convicto del calabozo
hoy no buscaría los descalabros del Renacimiento,
la Ilustración al fin podría sellar la tapa
del agónico pensamiento que no termina de infiltrarse
en las últimas capas de esta sociedad;
los núcleos aislados que buscan al héroe
se conformarían con ver morir la historieta,
y aquel cómic dormiría olvidado para siempre
muriéndose sin lástima
en añejo desván.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia