La llamada de la trompeta
le revienta el oído,
clamor lanzado a quemarropa,
abruma los ritmos del último baile
donde un reloj de péndulo
cuenta las horas que le quedan a la alegría.
Aquel joven intrépido
ganador absoluto de la competición,
del vuelo a vela;
evento propagandístico
organizado para alcanzar el gélido ápice
del monte erguido entre las tempestades.
El espigado mancebo
ya acarició aquella cima,
y al regresar en el planeador
se enciende el zafiro de su mirada;
la resolución de macho joven
lo ha llevado a atrapar la hazaña
a vuelo de pájaro,
un apretón de manos
le da la bienvenida al nuevo héroe,
pinturas murales traídas del Turfán
celebran este logro,
un cinturón de estuco saliente
reprime la amplia sonrisa de la perspectiva
equivocación inaudita de vieja época.

Zaratustra abrumado por los hechos
sintió de súbito el acecho de un enemigo,
todos los sentidos se aguzaron,
y mientras mascullaba una oración hindú
dirigía hacia el agazapado guerrero la saeta
que entró limpiamente por la mira de bambú telescópico;
que llevaba adaptada a su ballesta.
La pupila se marchita sin fulgor óptico
y el legionario cae entre la hojarasca,
este acierto milimétrico de Zaratustra
despierta la tentación dormida,
la última gota de sabiduría
extraída del papiro,
le indica que ha abatido a un papirólogo...
Las imágenes del mural
divididas entre corchetes,
a semejanza de helénico friso
que resaltan la lucha,
entre el tiempo y la vida
donde a veces sucumbe el hombre superior,
lo obligan a lanzar
un estridente grito
de compasión.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia