Cuando al unísono florecían las violetas de marzo
el poeta dispuesto a rebasar los límites del tiempo y el espacio,
enciende los motores del periplo exploratorio;
y elevándose en una olla carolingia de plata
-imponente por su resplandor y tamaño descomunal-;
y aún más impresionante brillaba la carlinga que derrochaba tecnología
en el interior de aquella nave
y dirigía el rumbo del viaje supersónico.

Impávido como una raya al piso
el poeta viajaba dentro de la cúpula de su platillo volador,
y por las ventanas de vidrios azules
avizoraba paisajes galácticos,
el único vestigio del escenario que dejaba atrás era una reliquia de bronce
especie de condecoración guardada en la cabina
de mando.

Escudo gótico de algún guerrero pretérito
que en el ápice luce un halcón heroico
con las alas desplegadas;
y en su lámina frontal ostenta dos espadas de Toledo
con una inscripción ilegible,
seguramente hace alusión a alguna batalla épica
borrada de la memoria de los tiempos.

Así como los colores de la emoción
son el negro y el fuscia,
y destellan con misterio en un vestido de alta costura
estos colores centellaban de manera rápida
ribeteando el vértigo del viaje.

La melodía de un timbal de plata
endulza el ritmo del vórtice acelerado,
de igual manera los tonos bellísimos del pelaje
que cubre el rostro y la cola del mandril,
embellecen la fiereza de su cólera.

Esa antiquísima máquina hindú
que se elevaba del suelo de manera espontánea
impulsada por una energía cósmica;
es imitada por la ingeniería de la nave que devora el espacio azulado
el ágil reportero Tintín y su perro Milú,
también son dignos de imitación es este recorrido por atmósferas de misterio;
pues lograron descifrar el místico acertijo
de la cruz y el águila,
y así destaparon el tesoro del pirata que enarbolaba en su mástil
un rojo pabellón.

El portaliras
alimentándose únicamente de pan negro,
y en contadas ocasiones de tortas de centeno;
y sorbete de avena
termina la exploración del Cosmos
dejando atrás la Vía Láctea,
la nebulosa de Orión;
el círculo donde se cruzan las líneas de la Cruz del Sur
y las constelaciones florecidas más allá de Andrómeda
la fuerza de la implosión obliga a su nave
a dar giros de retorno.

La olla carolingia de plata
jamás fue imaginada por el farsante Merlín,
y ahora descendía irradiando destellos de luz violeta,
y vista de cerca no era olla sino una cúpula lumínica
enseñando lúcidas ventanas;
donde el poeta podía explorar el triángulo de Kepler
sin ayuda del telémetro.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia