se arrodilla la noche sobre mi cabeza
como una alegoría a la pesadilla
están ellos asechando afuera
y dentro: oscuridad, silencio y asfixia

no hay rango cierto que delimite la locura
el vacío no tiene peso, levita en mis entrañas
es casi compacto el frío
no porque lo haga, sino, porque se me está sucediendo

no tengo temor
el miedo es un gallinero exótico y cerrado
donde el zorro rompe sus uñas contra el hielo
pero algo me agita, me intranquiliza

es el sigilo con que me mira la muerte
es el espasmo del tiempo
frente a la impavidez del espejo donde me veo
¿qué hay de cierto en él, ¡ahí!, de mí?

se arrodilla la noche
un racimo de murciélagos pende de ella
otros gozan revoloteándome las orejas
es mi memoria negra, mi pasado inexorable

es aquello que se construyó dentro mío, en mi arcilla
en las hendiduras de mis huesos
entre la sangre y la carne
en mi piel de intemperies y humedad, en mi saliva

la noche es larga
muy larga
va más allá que mi extensa vigilia
es como una huella profunda entre día y día

la noche cae arrodillada como el hollín del mundo
sobre mi cabeza
y mancha mi cara
y mancha lágrima por lágrima lo transparente del alma

y voy quedando así: mixturado, confundiéndome de sombra
voy quedando noche
recorriendo mi cuerpo a tientas como un ciego desesperado
cayendo en el peso de mis párpados al letargo

quizás al sueño con que ya sueñan los muertos
quizás sólo al suspenso
al lento pasaje al no-tiempo
al silencio sin memoria

quizás nada más me este durmiendo
quizás nada más me duerma
sí, me duerma
me duerma