En lo alto truena el poema épico
corona la frente de la cúspide,
podría decirse que Homero canta
y Héctor ofrece su última resistencia
antes de caer vencido
por un héroe que cruza los dinteles homéricos.

Aquel poema ante las presentes tribulaciones
se acondiciona como cañón de tiro rasante,
única arma eficaz contra los tormentos rodados
que se arrastran en avalancha hacia mi corazón
por ser rastreros me afligen con grandes cuitas
deshacen íntimos anhelos
y cada día dejan de ser inéditos,
para convertirse en gigantescas montañas que obstruyen el tránsito
impidiendo cruzar los pasos estrechos dirigidos a la gloria
por ahí emergen los desfiladeros caóticos
y los sótanos revueltos en espirales,
no hay derecho para seguir extraviado en círculos concéntricos que niegan las salidas.

Desde abajo y casi a ras de piso
continúa el poema lanzando ígneos escupitajos
versos para contener el aluvión
y las estrofas dejan una humareda
indiscutible huella de la batalla
barahúnda suavizada por los organillos
que mantienen la nota musical.

Resulta difícil mantener el terraplén
refugio de los versos,
cuando sólo soy un núcleo aislado
idealista perdido en la soledad
grito apagado por el silencio.

La efervesencia poética enciende vehículos alados
que en su ímpetu barren los escollos,
y filas de poemas acorazados rebasan a guerreros de Caballería.