El acebo de la postal navideña
amarillenta por el paso del tiempo
ayer encendió mi mirada infantil.
Eran días espléndidos de levedad
cuando la colada hervía en fogón de piedra
y los arenales del patio eran torrentes
que impulsaban a mi chalupa,
el mundo se mostraba lejano
prometiendo un hipotético ajuste de cuentas
para nivelar la carga equívoca;
del duro trópico,
el canto del juglar vallenato ensamblaba
toda la estructura amorosa,
y en mi oído se levantaba para siempre;
la última tarde de noviembre del 87
recibí mi grado
en medio de una llovizna,
la voz de Marco Antonio Solís
acariciaba las bujías de mi arbolito;
y alrededor giraba "Navidad sin ti"
y un grito
hería la noche: Necesito una compañera
en sueños contemplaba un olivar
la música clásica me despertó en Händel
entonces nunca imaginaba que terminaría de recepcionista en un Hotel
sólo me divertía en el muelle de mi pueblo
escuchando las canciones del viejo Binomio de Oro
"Para adorarte más" "Decidí cambiar"
"Mañana sale el sol" y "Navidad."
El futuro era algo muy nebuloso
apenas esbozado en la neblina del tiempo.