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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2007-01-29 | | 1. Del vértigo cobarde, noches como esta de no atreverse a dar el salto, de recluirse. Noches sin espuma: el oleaje del cielo es calmo: las estrellas no dicen nada. La muda marea corre invisible en acecho de su urgencia; no pedestre como el cuello que guardamos a las puertas de la solapa, sino lo que niega, la resistencia misma y la amplitud de su hueso para el ámbito del asunto y del asunto; muelle descorazonado, ¿qué filo te cercena el pecho que tú no dices nada? Ubicuidad del vacío es la certeza detrás de todas las certezas: la certeza de que falta y que se lo han llevado. Quejarse, sí, si a algo vinimos fue a quejarse, insatisfechos de la gracia tanto como de la desgracia, de la quijada. Falto de plenitud, cavando en tierra vacía, en tierra seca que no da ni para el dolor de no tenerla, la conformación del cobarde es seguir cavando, porque lo conforma. Semilla igualmente vacía, cáscara: la versura es la cáscara en el extremo de regresar. Digo vuelta y ya volví, ¿pero adónde? Siempre al risco, a la tentación de saltar, a la idea misma que nos pierde en lo ancho alto y fondo de lo precipicio; efecto de la incompletud, la posesión de su culpa. ¿Pero estaré siendo demasiado discursivo, demasiado pedestre, demasiado cerca de la cuestión prosaica? Queda la reserva, el hálito consiguiente, lo que se espera que se diga, de uno al uno mismo, resumida versura conversacional. La sintaxis, vaso precipicio del que recogemos los pedazos, y lo reciente fue un monstruo anterior al lenguaje, hibridación tanto de su materia como de la materia de su rotura: materialidad del rompimiento: lo que el vaso no contiene entre sus partes. 2. No disminuye el vértigo porque los pies se anudan a la tierra y no se parecen a los yambos, pero generalmente van en dísticos profundos como la secuoya que bebe desde el manto donde el agua toma su nombre de animal de taxonomía griega. Vaciar la incomprensión nos hará comprender, o en su defecto (o lo que es decir, en su ausencia) nos dará un algo para llenar el tiempo. Y ese algo es la raíz de la secuoya y de los problemas. Porque ése algo tiene la materia de algo que se escapa, de algo que casi juraríamos que nos robaron, insustancial pero vehemente, inclasificable por trascendente, vestido de espanto y de la competencia tanto de Homero como del loco que elaboraba su geografía en el hueco de un árbol con un instrumento de cuerdas que bien pudo haber sido un tigre allá por los años cuando había cielo. Pero el algo sigue encadenante: le faltan palabras, dedos en todo caso para señalar –Judas, al traidor o su antonomasia. La culpa de señalarlo es la estirpe de su hueco. Y el mismo vértigo es una voz y es una hoz, y es el hueco entre lo que dice y lo que corta. Es la certeza del salto cuando se sabe que no podremos dar el salto. Es una tierra, porque es un necesariamente lugar. Pero está desnudo, como un proscenio que nadie habita, está incompleto porque busca su palabra; si la encuentra desapareceríamos al instante y la Historia con mayúsculas sería la crónica del retorno a su lugar de partida. Pero incluso entonces sería tiempo de iniciar la crónica del instante.
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