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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2004-04-27 | | Inscrito en la biblioteca por Nicole Pottier
I
Tened presente el hambre: recordad su pasado turbio de capataces que pagaban en plomo. Aquel jornal al precio de la sangre cobrado, con yugos en el alma, con golpes en el lomo. El hambre paseaba sus vacas exprimidas, sus mujeres resecas, sus devoradas ubres, sus ávidas quijadas, sus miserables vidas frente a los comedores y los cuerpos salubres. Los años de abundancia, la saciedad, la hartura, eran sólo de aquellos que se llamaban amos. Para que venga el pan justo a la dentadura del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos. Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente, los que entienden la vida por un botín sangriento: como los tiburones, voracidad y diente, panteras deseosas de un mundo siempre hambriento. Años del hambre han sido para el pobre sus años. Sumaban para el otro su cantidad los panes. Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes. Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas, cicatrices y heridas, señales y recuerdos del hambre, contra tantas barrigas satisfechas: cerdos con un origen peor que el de los cerdos. Por haber engordado tan baja y brutalmente, más abajo de donde los cerdos se solazan, seréis atravesados por esta gran corriente de espigas que llamean, de puños que amenazan. No habéis querido oír con orejas abiertas el llanto de millones de niños jornaleros. Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas a pedir con la boca de los mismos luceros En cada casa, un odio como una higuera fosca, como un tremante toro con los cuernos tremantes, rompe por los tejados, os cerca y os embosca, y os destruye a cornadas, perros agonizantes. II El hambre es el primero de los conocimientos: tener hambre es la cosa primera que se aprende. Y la ferocidad de nuestros sentimientos, allá donde el estómago se origina, se enciende. Uno no es tan humano que no estrangule un día pájaros sin sentir herida en la conciencia: que no sea capaz de ahogar en nieve fría palomas que no saben si no es de la inocencia. El animal influye sobre mí con extremo, la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones. A veces, he de hacer un esfuerzo supremo para acallar en mí la voz de los leones. Me enorgullece el título de animal en mi vida, pero en el animal humano persevero. Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida, bajo tanta maleza, con su valor primero. Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos donde la vida habita siniestramente sola. Reaparece la fiera, recobra sus instintos, sus patas erizadas, sus rencores, su cola. Arroja sus estudios y la sabiduría, y se quita la máscara, la piel de la cultura, los ojos de la ciencia, la corteza tardía de los conocimientos que descubre y procura. Entonces solo sabe del mal, del exterminio. Inventa gases, lanza motivos destructores, regresa a la pezuña, retrocede al dominio del colmillo, y avanza sobre los comedores. Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa. Entonces sólo veo sobre el mundo una piara de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa. Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido, tanto chacal prohijado, que el vino que me toca, el pan, el día, el hambre no tenga compartido con otras hambres puestas noblemente en la boca. Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente. Yo, animal familiar, con esta sangre obrera os doy la humanidad que mi canción presiente. EL HOMBRE ACECHA (1937-1939)
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