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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2004-08-04 | | Inscrito en la biblioteca por lucia sotirova 9 Toda palabra llama a otra palabra. Toda palabra es un imán verbal, un polo de atracción variable que inaugura siempre nuevas constelaciones. Una palabra es todo el lenguaje, pero es también la fundación de todas las transgresiones del lenguaje, la base donde se afirma siempre un antilenguaje. Una palabra es todavía el hombre. Dos palabras son ya el abismo. Una palabra puede abrir una puerta. Dos palabras la borran. 16 ¿Es la poesía un pretexto de la locura? ¿O es la locura un pretexto de la poesía? ¿O las dos son un pretexto de otra cosa, de otra cosa excesivamente justa y que no puede hablar? (a Elkin Restrepo) 38 La mano se extiende, pero a mitad de camino a detiene una imagen. Y se marcha entonces con ella, no para poseerla sino tan sólo para entrar en su juego. La mano ha comenzado a enamorarse en el camino y así la posesión y el don se le escapan. La mano ha cambiado su destino por un vuelo que no es el vuelo del pájaro, sino un abandono a las mareas que no tienen costa o a los desequilibrios de una sabiduría diferente. La mano ha renunciado a su objeto y ha adquirido el valor de su distracción. La mano ha renunciado a salvarse. 43 Estoy contigo. Pero por encima de tu hombro me dice adiós tu mano que se aleja. Entonces yo contengo mi mano para que no nos traicione ella también. E insisto: estoy contigo. Los innegables títulos del adiós abandonan entonces provisoriamente sus derechos. Y nuestras manos se aquietan en las equidistancias de estar juntos. 112 Inventar el regreso del mundo después de su desaparición. E inventar un regreso a ese mundo desde nuestra desaparición. Y reunir las dos memorias, para juntar todos los detalles. Hay que ponerle pruebas al infinito, para ver si resiste. 5 El vacío de la mano cerrada es mayor que el de la mano abierta, pero no basta abrir la mano para que disminuya el vacío: es preciso también abrir el aire que la envuelve, las sombras de la mano, el recuerdo de las formas que tuvo. Para abreviar el vacío Hay que abreviar también el mundo. 13 El centro del amor no siempre coincide con el centro de la vida. Ambos centros se buscan entonces como dos animales atribulados. Pero casi nunca se encuentran, porque la clave de la coincidencia es otra: nacer juntos. Nacer juntos, como debieran nacer y morir todos los amantes. 18 Fisuras interiores, grietas por donde se filtra gota a gota el líquido espeso y apremiante de esa invasión profunda que llamamos oración. La oración, que no es algo que se reza sino una inclasificable sustancia que no está hecha de un decir, aunque a veces se abrigue con palabras o fragmentos de palabras, como el sueño se viste de fábulas rotas, con desarticuladas historias que descarrilan al pensamiento y encarrilan, en cambio, el sagrado estupor que tapiza el lado oculto de los seres. La oración y el sueño se parecen: son dos entidades o elementos que gotean en los entresijos de una nada que se asemeja a algo. ¿Qué ocurriría si se abrieran de pronto esos lentos arcaduces, esos estrechos canales por donde se filtra la oración y quizá también el sueño? ¿Se mezclarían ambos acaso? ¿Un torrente arrastraría al hombre desde su propio interior? ¿O tal vez sólo la oración continuaría goteando, implacablemente goteando con el mismo ritmo y la misma medida por la imprevista abertura? Es probable que la oración sea una parte fija, una porción estable de la naturaleza de cada hombre, la aplicación de una discretísima posología, una cuota inmodificable como el sueño. La dosis establecida de una extraño y casi abrumador rescate que llevamos en el centro de nuestra propia sustancia. 2 No se trata de hablar, ni tampoco de callar: se trata de abrir algo entre la palabra y el silencio. Quizá cuando transcurra todo, también la palabra y el silencio, quede esa zona abierta como una esperanza hacia atrás. Y tal vez ese signo invertido constituya un toque de atención para este mutismo ilimitado donde palpablemente nos hundimos 73 Decimos lo que decimos para que la muerte no tenga la última palabra. ¿Pero tendrá la muerte el último silencio? Hay que decir también el silencio. (En Poesía vertical 1983/1993, Emecé, 1993.) |
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