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agonia Textos Recomendados
■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2004-11-28 | |
Donde nadie me recuerda.
Ahora que las conchas laten como cuerpos de brisa que no pueden penetrarse no deseo llorar un nombre ni reír palabras huecas que de arrastrar mitades ya son troncos en el agua donde flotan estos versos sin quebranto llenos de rumores que siguen la corriente hasta alcanzar su tramo de tierra colorada y perfecta echando raíces de verdes encendidos que alumbran los costados abiertos en que me he vuelvo un ojo redondo rodando en la tarde sin cauce. Ahora que soy casi tan grande como mis pies sigo el rastro de esas conchas con la misma verdad en los riñones donde croan las ranas que me saltan dentro con la misma inocencia en cada hueso donde afloran los lirios de todos mis dolores con la única sonrisa en la pisada que enarbola tomeguines y hojas de naranja en el regio crujir de mis tendones Ahora que mis costillas se ensanchan con la aguja de estos juncos en el pecho ensartando collares que hablan del apego tras el biombo que siempre ando buscando; en el atrio de la noche al final de la escalera en el juego irrepetible del mirar que quema… y el pecíolo de los muertos tambaleándose en mi ceiba de cabellos claros y la prisa de mi nombre gritándome dentro ese grito pendular y sabio que revela el corazón de los tejados o la lluvia cayéndome en la espera del blanquísimo fantasma de otros brazos. Ahora que arrastro mi gran trozo de cielo con la misma firmeza conque trato de matar la burla de mis hombros en el escorzo apretado de las sombras, la suavidad se hizo nido en otro pámpano el puño de vidrio deteniendo el golpe en cada puerta me destapa los guijarros de la voz que me dictan paisajes ya nombrados en el eterno trabajo de parir hormigas despachando en mí sus infinitos pasos. Y la sangre de mis ojos disfrazada de muñeco remonta la calle irrespirable de minutos rebanados servidos en la ruta de estos pies que no se cansan de cruzar espejos y mi rastro ya nada envidia al mar con sus botellas rotas nada quiere del viento ciego que tropieza nada pide al diamante silencioso que traga crustáceos erizados. Ahora que soy casi tan grande como mis pies descalzos con el aluminio de todos mis anillos rotos y la luz que anida en cada uno de mis dedos, trenzo los colores del poema mientras el perro que me lame las manos desentierra lunas donde nadie me recuerda. Maria Eugenia Caseiro
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