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Instrucciones para el sepelio de una mula
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2005-07-07  |     | 



Jeremías respetaba cada una de sus rutinas. El creía en lo que decía El principito: “los rituales son importantes”. Recién levantado se tomaba una de sus interminables duchas. Su higiene personal la completaba con afeites y lociones. Luego se vestía con su riguroso traje oscuro, zapatos negros, corbata al tono y su maletín de cuero parecido al de los médicos. Luego compraría el infaltable periódico en el kiosco de la esquina. Antes de salir, dejaba un vaso de agua con las medicinas al alcance de su mujer. Único gesto de ternura que se permitía por las mañanas.
Jeremías sabía de memoria el horario de los diferentes colectivos. Si por algún motivo sufría alguna demora entraba en estado de angustia. Esa mañana marchaba todo de acuerdo a lo esperado. Tenía tiempo para saborear su cortado mitad leche, mitad café y hablar con Ricardo, el mozo, de fútbol o política. Por último leía las noticias y comenzaba el crucigrama. Unos minutos antes de su horario de entrada, ingresaba a su trabajo.
-¡Buenos días Jeremías!... ¿Tomás una taza?-Le dijo Gabriel, con la cara del que ha pasado la noche como vendedor de guardia.
-No gracias… vengo del bar… me voy arriba a acomodar las cosas.
-Bien… todavía falta para que lleguen los demás… ¡Ah!... hay dos nuevos arriba.
-O.K., luego nos vemos-Se despidió Jeremías.
Rápidamente se puso la bata blanca y el barbijo. Entró en la sala fría recubierta con azulejos blancos. El piso era de mosaicos grises y todo el lugar daba sensación de asepsia. Ahí en el medio de la habitación estaban los dos nuevos. La primera era una muchacha de unos veinticinco años. El tono bilioso de la piel y el color morado de los dedos mostraban un poco prometedor caso de muerte natural. Tal vez una afección cardiaca. Comenzó a trabajar en el cadáver, en unos instantes le había lavado y hecho una cosmética especial. Luego trajo un ataúd y la acomodó. El cuerpo era un poco largo, pero no había necesidad de quebrarle ningún hueso, para que entrara en el cajón estándar que pagaba la obra social. Le puso la mortaja y la llevó contra un rincón, la tapa la dejó apenas apoyada.
El otro tipo era enorme. Unos 120 o 125 kilos, a lo menos unos 2 metros de alto. Calzaba el 45 y las manos eran proporcionales. Iba a necesitar ayuda para moverlo. Retiró la sábana que lo cubría y casi dio un grito de asombro. El tipo tenía una profunda herida a la altura del hígado. ¿Qué hacía un cadáver como ese en la funeraria? ¿Ya habrían cumplido con los requisitos que exigen las leyes? Luego le preguntaría a Armando.
Tomó el maletín y extrajo una caja plateada con instrumental quirúrgico. Y el libro con el que estudiaba patología.
Su mujer le tenía por un don nadie. Un burócrata de la muerte. Un tipo que lo único que había hecho en los últimos veinte años era embalar cadáveres. ¡Pero el le iba a demostrar cuándo se recibiera de médico forense!
Jeremías se tomaba ciertas libertades en su trabajo. Por ejemplo cuándo higienizaba los cadáveres… el realizaba prácticas. Cortes, suturas y extracciones de tejido. El hombrote daba para el estudio.
El tajo era un trabajo de profesional, hecho con un cuchillo de supervivencia como el que usan los comandos. El filo había quedado hacia arriba y el corte fue ascendente. Esto se veía en la forma de la herida. El corte superior era limpio y profundo, en la parte inferior del tajo había desgarros producidos por la forma aserrada que tienen esos cuchillos en la parte superior.
Tomó el bisturí y unas pinzas, y con sus manos enguantadas puso el cadáver de costado en el lavatorio. Luego realizó una incisión casi sobre el estómago. Miró la hora. Tenía tiempo. Las tripas estaban anegadas de sangre. El tipo pese a ser colorado y rubicundo tenía una extrema palidez. No solo había perdido sangre, sino que las hemorragias internas habían terminado con él. Hundió las manos cerca de la glándula biliar y luego palpo lo que le quedaba de hígado. La cuchillada le había interesado el hígado y parte de los intestinos. Seguía Jeremías revisando, cuándo sintió algo duro en el estómago. Trató de atraparlo pero se hundió en la gelatinosa cavidad. Jeremías volvió a palpar la bolsa estomacal… y ahí estaba. Con cuidado la seccionó. En su mano apareció un paquete como de celofán. Lo puso bajo la canilla y lo limpió, dentro se veía un polvo blanco, como maicena. No era ningún comestible. El sabía lo que era.
-Cocaína-Pensó escéptico.
Se levantó del asiento y volvió a hundir las manos en el estómago. Empezó a extraer más cápsulas. Eran casi dos docenas, calculó que serían un kilo trescientos o un kilo y medio. ¿Qué iba a hacer ahora?
-¡Jeremías!-La voz de Gabriel en la escalera-¿está lista la muchacha?
Corrió y tomó la sábana que había cubierto a la chica. Hizo un bollo y lo introdujo en el tajo del cadáver del tipo. Luego tomo al otra sábana y lo cubrió.
-¡Si!... ¡ya está!-Respondió jadeante.
-¡Epa!.. Que trabajo hiciste con la muchacha-Dijo admirado Gabriel.
Tomaron la tapa y la aseguraron con sus herrajes. Luego lo llevaron a la cinta transportadora que la llevaría al subsuelo. De allí al furgón que lo depositaría en el velatorio.
-¡Ah!... ¿Cuánto te falta para el holandés?
-¿El holandés?
-Ese tipo-Dijo Gabriel señalando el cuerpo en la camilla.
-Más o menos… este… una hora-Dudo Jeremías.
-¿Seguro?
-¡Seguro!... ya mismo pongo manos a la obra.
Jeremías tenía las ideas agolpadas en su cerebro.
-¡Los paquetes!-Pensó con desesperación-¿Los habrá visto Gabriel?
Ahora ya no tenía importancia. Se sentó y miró sonriente la caja refrigeradora que estaba frente suyo. Ya tenía la solución para ocultar el botín y despachar al holandés.
Lo primero era hacer su trabajo. Y por mucho que pesara el muerto, el haría aquello sin ayuda.
Jeremías no lo sabía, pero las decisiones y las acciones que estaba por emprender, cambiarían en menos de veinticuatro horas su vida rutinaria.
Él era uno de los pocos que conocían una técnica relativamente nueva en el país. La tanatopráxia. El se encargaba de acondicionar los cadáveres para viajes de traslado. Sin necesidad de refrigerarlos. Simplemente les quitaba las secreciones y humores internos, y luego trataba el cuerpo y las vísceras con espermicidas y germicidas. Por último realizaba un arreglo cosmético y lo acomodaba en el ataúd; ya listo para el traslado.
Aunque no tenía ganas de almorzar cruzó al bar. Se sentó en la mesa usual.
-¿Doctor le traigo el cortado mitad y mitad?-Preguntó Ricardo diligente.
-No… traeme una grapa…
El mozo se lo quedo mirando intrigado. Ese era el primer cambio imperceptible en la conducta de Jeremías. Hacía años que no tomaba alcohol.
-¡Ricardo!... la grapa…
-Si… doctor.
Hacia años que había desistido de la idea de explicarle a Ricardo que el no era ningún doctor… todavía. Cuándo volviera el mozo tenía otro favor que pedirle. Una vez habían hablado de unos chicos drogadictos. Uno trabajaba en el bar de lavacopas. Estaba limpio… pero seguía en ese barrio pesado de amistades peligrosas.
-Doctor… la grapa-Lo miró asombrado mientras tomaba un trago.
-Ricardo… necesito un par de favores.
-Si… doctor… lo que guste.
-Primero necesito que me guardes esto un par de días-Sacó la caja de metal con el instrumental quirúrgico. Retiró un bisturí que se guardo en el saco, y luego se la entrego.
-Lo voy a llevar al cofre dónde guardo mi ropa de calle… en el vestuario-Dijo Ricardo, mientras se iba.
No tardó demasiado en volver. Jeremías le pagó la grapa y le dejó el vuelto.
-Ricardo… traeme otra grapa… ¡Ah!... quiero hablar con el chico… ¿Cómo se llama?
-No se lo dije doctor-Ricardo lo miró con severidad-¿Para que quiere hablar con ese?
-Tengo… tengo que-Que se me puede ocurrir, pensó-que hacer unos… unos arreglos-¡Eso!-y necesito unos albañiles… baratos… entonces yo pensé…
-Doctor… a estos no les gusta el trabajo… usted no tendría que…
Jeremías se sorprendió de su propio tono de voz al interrumpirlo:
-¡Ricardo!... quiero hablar yo con el chico… ¡No tus consejos!... ¿Entendido?
-¡Si doctor!-Retrucó servil- ya voy…
-¿Cómo se llama?
-Chelo… le decimos Chelo.
El muchacho se acercó a la mesa mirando desconfiado.
-Hola… ¿vos sos el Chelo?... vení sentate aquí.
El chico se sentó y miró alrededor. No estaba nada cómodo.
-Mirá Chelo… si yo tuviera un kilo y medio de coca… ¿encontrarías un comprador?
-¡Yo señor no se nada!... ¡Estoy limpio!... hace mucho que no tomo-Se desesperó el muchachito.
-¡No seas estúpido!... tranquilizate-Otra vez empleo un tono de voz autoritario que jamás había utilizado- yo tengo aproximadamente un kilo y medio de coca. Parece de la buena… si me conseguís comprador una parte es tuya. ¿Cuánto se puede obtener?
-Unos… cuatro mil…
-¿Cuatro mil pesos?
-Cuatro mil dólares.
Una pequeña fortuna para Jeremías.
El chico estaba asimilando la información. Lo miró a los ojos y le dijo:
-Tengo que hacer unos llamados.
-Anda… yo te voy a esperar acá.
Ricardo miraba con gesto de desagrado.
-Doctor… a estos no les gusta el trabajo… son vagos.
Jeremías se cruzó los labios con un dedo y el otro se calló.
Chelo estaba de vuelta.
-Mañana al mediodía… nos lleva al lugar dónde está…
-¡No!... tiene que ser un lugar neutral… que me llamen acá y nos ponemos de acuerdo el lugar de la entrega-Le dijo al Chelo.
Ricardo se aproximó y se quedó mirando. Jeremías para disimular, saco una tarjeta y se la dio al Chelo:
-Esta es la dirección… mañana al mediodía… ¿Esta bien?
El muchacho tomo la tarjeta y dijo:
-Si está bien… doctor.
-¡Me parece que se amontonan las copas!… ¡Chelo!-
-La culpa es mía… para la grapa… y deja el vuelto.
El gesto del mozo se dulcifico.
Jeremías cruzó a la funeraria. El cadáver del holandés ya había sido despachado. Al Aeropuerto Internacional de Ezeiza y de allí a Ámsterdam.
Terminó algunas cosas pendientes, y al cumplirse el horario salió rumbo a su hogar. De pasada entró en el supermercado coreano de la cuadra y compró una botella de vino selección y un pedazo de queso gruyere.
Su esposa estaba mirando la telenovela. Cuándo entró dio vuelta la cabeza y dijo sin mayor interés.
-Hola… ¿Cómo estás?
-Bien… voy a la cocina… no te molesto.
-¿Qué… ahora tomas?-Pregunto con gesto agrio.
Los cambios en Jeremías seguían:
-¡Si!... ¿Y que?
Tal vez haya sido por el tono de la voz. O por su gesto. Ella estaba belicosa como de costumbre. Pero cayó y siguió mirando su programa.
Una vez en la cocina Jeremías busco una copa y algo con lo que destapar la botella. La copa no le dio demasiado trabajo. Y para destapador utilizó una navaja que siempre llevaba consigo. Tenía múltiples usos. Cortó el queso en pedazos y agregó algunas rodajas de pan viejo. Bebió el vino despacio, mientras picaba el queso. Hacía años que Jeremías no estaba satisfecho consigo mismo. En aquel momento sentía algo muy parecido a la alegría. Se sentía dueño de la situación y de su propia vida.
A la mañana siguiente se despertó aún en la cocina. Se había quedado dormido en la silla. Miró la hora… iba con atraso. No se podría duchar, se refrescó un poco el rostro en el lavabo y se echó un poco de perfume. Se acomodó un poco el traje y salió.
No le sobraba el tiempo, pero su parada en el bar era sagrada.
-Doctor… buenos días… ¿Vio el noticiero?-Preguntó el mozo.
-No… no tuve…
-Espere… escuche doctor.
Una placa roja con letras blancas:
CASO DE NECROFILIA CAMINO A EZEIZA.
Y la voz vibrante del locutor anunciando:
“Como adelantamos fue encontrado un cadáver dentro de un furgón funerario camino al Aeropuerto Internacional de Ezeiza… el furgón estaba abandonado con su macabra carga mortuoria. Al cuerpo le extrajeron íntegro el estómago… las autoridades se encuentran desconcertadas… hay más informaciones…”
Jeremías estaba pálido y preocupado. Tanto que no terminó el cortado y cruzó a la funeraria.
Armando estaba conversando con dos hombres de traje y aspecto severo.
-¡Jeremías!... los señores son de la policía… quieren hablar contigo.
-¡Si, por supuesto!-Jeremías fingió una jovialidad que no sentía-¿Puedo hablar un segundo con vos?
-Si… ya vuelvo señores.
-Armando… estamos en problemas-Estaba tratando de hablar en forma calma-el cadáver ese no era un caso normal. Al tipo lo habían matado…
-Para… tranquilo… esto lo arreglo yo…
-¡Mejor que lo arregles!... cuándo hagan la autopsia se van a dar cuenta que el tajo sobre el hígado no era post morten, que la causa de la muerte fue una cuchillada y porque se desangró. Lo asesinaron y nosotros…
Armando lo tomo del brazo y le dijo:
-Jeremías… quedate tranquilo… vos nada más decile que hiciste con el cuerpo. Del resto me encargo yo… ¡No va a pasar nada!
Jeremías estuvo un buen rato con los policías. En realidad todo era muy rutinario, todavía los tipos no estaban lo suficientemente suspicaces. Tal vez en la próxima visita fueran más agresivos.
-Bien… amigo, puede que lo necesitemos de nuevo… usted sabe
-¡Acá voy a estar!... para lo que necesiten.
Los acompañó hasta la puerta y luego que se fueron fue a ver a Armando.
-Armando… me siento un poco mal… te quería pedir…
-¿Permiso para irte?... ¡Claro hombre!... anda nomás…y lo que te dije, quedate tranquilo que nadie va a averiguar nada, yo ya lo arreglé…
De todas maneras estaba intranquilo. Pasó por el bar para ver que pasaba con el Chelo.
-Ricardo… ¿Lo llamas al Chelo?
-Hoy no vino a trabajar… ¡Le dije doctor son vagos!
Ricardo se dio vuelta para atender el teléfono que sonaba en al barra.
-Doctor… es para usted-
Jeremías tomó el auricular algo confundido.
-Si…
-Hola… papá… somos los albañiles… estamos en tu casa-La voz sonaba curiosamente molesta-Vení para acá con la mercadería… ¿Sabés?
-Si… entiendo-Jeremías puteo su suerte. Puteo al tipo del otro lado de la línea. Y puteo la puta idea que había tenido de darle la tarjeta a ese tipo.
-Papá… no nos vas a cagar… ¡Por que hacemos un desastre!
-¡Y te quedas sin nada!-Otra vez Jeremías estaba irreconocible-Le tocas un pelo y tiro todo al inodoro… ¡Idiota!
-¡Para gil!...
-Quiero hablar con mi esposa.
-Ya te paso… ¡Señora!-Gritó
-¡Pero me hubieras avisado!-Era ella sin dudas-¡Está todo desarreglado y…!
-¡Callate y escuchame!-La hizo callar-Quedate tranquila… ya voy para allá.
-Todo bien…jefe.
-Todo bien… voy con eso.
No tenía mucho tiempo que perder, tomó un taxi.
Al llegar uno de los tipos le abrió la puerta. Eran tres bastante mal entrazados.
-Nosotros cumplimos… ¿Y vos?
-Jeremías… los muchachos desde que llegaron no han hecho nada… ¿les explicaste el trabajo que tienen que hacer?-La mujer irrumpió entre ellos.
La tomó del brazo y con una furia inusual le dijo:
-¡Anda y encerrate en la cocina!... cuándo yo me vaya con los muchachos salí… ¿entendido?
Sumisa y sin preguntar se fue sin decir palabra.
-¿Y papá?... la merca…
-¡Mirá pedazo de mierda yo no soy tu papá!... y no la traje.
-¡Pero…gil! Te vamos a hacer boleta a vos y a la vieja…
-Escucha bien-El gesto fiero y las palabras de Jeremías detuvieron al tipo que parecía el líder-Ahora nos vamos de acá y los llevo a dónde está la coca. Lo que te dije… la tocan y no ven un gramo.
-Está bien…vamos.
Los cuatro salieron y cruzaron la calle hasta un Ford Falcón desvencijado. El jefe se sentó al volante y Jeremías atrás con un mono de cada lado.
Un tubo negro y grueso de metal entró por la ventanilla del conductor y se depositó sobre la sien del tipo. Otros dos silenciadores entraron por las ventanillas traseras.
-Bien muchachos… gracias… ahora nos hacemos cargo nosotros… ¡Vos bajá!
Jeremías pasó por encima del tipo de la izquierda, una vez fuera del auto una mano vigorosa lo tomó del cuello y lo llevó a otro vehículo.
Mientras se alejaba escuchó las explosiones apagadas de las armas. Una especie de ¡Plop!, seguidas de otros ¡Plops! Y un último y definitivo ¡Plop!
Los cuerpos se retorcieron por los impactos y el líquido rojizo manchó los paneles y salpicó los vidrios.
Jeremías estaba de nuevo igual que antes, sentado atrás con un tipo de cada lado. El que se sentó adelante se dio la vuelta y le habló:
-Nosotros somos los dueños del paquete… ¿Entendés?
-Entiendo.
-Queremos el paquete… y nadie va salir lastimado… incluso su esposa y usted podrán morir de viejos y pensar en esto como una anécdota… ¿la tenés?
-La tengo.
-¿Dónde?
-Vamos a la funeraria.
-¡Me estás jodiendo!-Dijo el tipo fuera de si.
-No jodo con algo tan delicado… a la funeraria.
Llegaron ya pasada la hora de cierre.
-Voy a pegar un vistazo… hasta pueden estar los medios… o la policía.
Jeremías era personal de confianza y tenía antigüedad en la firma. Tenía un juego de llaves. Abrieron y no prendieron las luces, solo se manejaban con una linterna.
-¿Adónde?
-A la sala mortuoria.
Jeremías había cambiado decididamente. No estaba cohibido ni asustado. Estaba esperando su oportunidad. Hasta había acariciado el mango del bisturí en un par de ocasiones dentro de su saco. Y esa parecía una buena oportunidad. Los tipos duros… los asesinos que venían a buscar la mercadería sin importarles nada… parecían tenerles miedo a unos fríos cadáveres. O le había parecido, o creyó verles titubear antes de entrar en la sala oscura dónde reposaban un par de cuerpos cubiertos por sábanas. Pateó un cubo de basura de metal que cayó con estrépito, el haz de luz de la linterna le abandonó unos instantes. Entonces asesto el golpe. Un tajo limpio al cuello de uno de los tipos. Se oyó el porrazo pesado del cuerpo contra el suelo. Y luego como un sonido burbujeante y agónico, del tipo que se ahoga en su propia sangre. Arrojó un golpe y la linterna voló por los aires. Entonces un par de fogonazos anaranjados hirieron la oscuridad. Jeremías había tratado de huir rápido, no lo consiguió. Como dos hierros candentes se le hundieron en sus músculos, un dolor insoportable que lo desmayó.
Cuándo Jeremías volvió en si lo primero de lo que tuvo conciencia fue de la oscuridad y el frío atroz. El hombro le dolía horrores. Trató de incorporarse pero su cabeza golpeo con algo muy duro. Entonces se movió a un lado. Esta vez tampoco pudo zafar del lugar en el que estaba. En el otro lado también había una pared. Parecía estar dentro de una bañera. Rebuscó en el bolsillo y sacó un encendedor. ¡Estaba dentro del cajón refrigerador! El asesino le había dado por muerto y lo había guardado ahí.
Jeremías sabía que si mantenía la calma podría salir. Sacó la navaja y iluminándose con el encendedor empezó a trabajar en la traba del cajón. Hizo un poco de fuerza y libró la pestaña. Luego empujó y el cajón se deslizó sobre los rieles. Dos centímetros. A lo sumo tres. Volvió a probar. Nada. No se movía. ¡La maldita camilla!... seguro que la camilla estaba apoyada contra el cajón. Entró en pánico y con frenesí comenzó a patear y forcejear. En plena lucha lo sorprendió el cansancio. Sus movimientos se hicieron más lentos. Sus párpados comenzaron a cerrarse. Y sin darse cuenta quedó dormido en su tumba de hielo. A unos pocos pasos, en otro cajón, el cadáver de un muchacho con el cuerpo lleno de cocaína, sería cremado aquella misma mañana.








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