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Los archivos de la mala memoria
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2005-07-09  |     | 



La galería tenía la imponencia y ese toque decadente que tienen las cosas que están por desaparecer. La entrada principal daba a una avenida ancha con apariencia madrileña. La parte posterior a una calle angosta, pero muy transitada. Todo el lugar parecía levemente anacrónico. Sus negocios ofrecían productos de las más variadas especies. Una dietética tenía desde granos y harinas de diferentes tipos, hasta encurtidos y especies de las más exóticas. También había un sastre de medida con sus telas importadas, y una tabaquería que ofertaba aromáticos tabacos, variadas pipas artesanales y los juegos de mesa más extraños que uno pudiera imaginar. Los pisos eran de lajas, y predominaba el uso de la madera y los bronces. El techo remataba en una cúpula pintada en forma de celestial mural, con profusión de nubes y querubines sonrientes.
Sobre la parte media de la galería se encontraba una vieja escalera de mármol. El barandal de hierro rodeaba a la vez a la escalera y al hueco del ascensor. Alguien había tenido el buen tino de poner un cartel que advertía: HABIENDO ESCALERAS, LOS PROPIETARIOS NO SE RESPOSABIL1ZAN DE LOS ACCIDENTES PRODUCIDOS EN EL ASCENSOR.
En la parte superior del edificio estaban las oficinas. Las que daban al frente eran las más amplias y luminosas. Y las más caras. Las del contrafrente eran pequeñas y penumbrosas, aparte de económicas. En las del frente desarrollaban sus actividades agencias de turismo, empresas de exportación e importación y negocios de bienes raíces. En las otras, financieras de dudoso capital, astrólogos, videntes y agencias de acompañantes.
Al final de un pasillo mal ventilado, en uno de los últimos pisos, sobre una puerta de madera que imitaba el nogal; una placa de bronce rezaba: Carlos Arístides Estévez. Investigaciones Privadas.
EL interior de la oficina ofrecía un escritorio maltrecho, un par de sillones bastante trajinados y sobre una silla de madera la figura de un hombre aterido. Se arrebujo dentro de un sobretodo de buen corte, pero que había conocido épocas mejores. Abrió con desgano un cajón del escritorio. Dentro del mismo se podían encontrar: unas pastillas de menta, clips,
unas facturas impagas y su único lujo: una Walter PPK con su correspondiente cargador. Sacó un vaso y se sirvió una generosa ración de ginebra. Era una forma de combatir el frío sin la calefacción. Le habían cortado el gas por falta de pago. Y era un milagro que aún tuviera luz. Era increíble pero los gastos crecían en forma geométrica y los ingresos decaían matemáticamente a la inversa. Hacía semanas que no tenía un caso. Ningún corneado tratando de confirmar sus sospechas. Nadie que necesitara un guardaespaldas. Tan siquiera quebrar los huesos de algún deudor remolón.
Estaba decidiendo si prolongaba un poco más la agonía, o cerraba y se iba ya al hotel de mala muerte dónde residía, cuándo unos suaves golpes en la puerta le llamaron la atención. Se irguió con rapidez y corrió el riesgo de encontrarse con un acreedor cara a cara. Quedó prácticamente sin aliento. Pese a la poca claridad, se recortó frente suyo la rotunda figura de una rubia como pocas veces había visto. Estaba enfundada en un vestido negro largo y elegantísimo. Por otra parte tenía zapatos de taco aguja y una discreta cartera haciendo juego. La belleza de sus finos rasgos se acentuaba con el detalle de unos ojos de gata color verdoso.
- Estévez ¿Me permite?...
-¡Por supuesto!.. .pase.
Le cedió el paso, mientras pensaba que demonios hacía aquella belleza en su oficina. Seguro que era un problema. Y de los gordos. Sus instintos le habían ayudado a lo largo de su azarosa vida, y en más de una oportunidad le habían salvado el pescuezo. Literalmente. En ese momento sentía un rechazo a atenderla. Nadie gastaba fortunas en vestidos ni cosméticos para impresionar a un pobre detective. Pero puso su mejor cara de truco y pregunto:
-¿En que le puedo ser útil? Señorita...
-Roxana... me llamo Roxana.
-Nombre de perra —Pensó sin mucha compasión.
-Sr. Estévez... me recomendaron sus servicios.
-¿Podría saber quién fue el alma caritativa que me recomendó?
-¡No! Por supuesto que no-suavizando un poco el tono de voz agregó-se dice el pecado pero no el pecador... estimado Sr. Estévez.
-Bien., entonces vayamos directo al grano. ¿De que se trata el asunto?
Ella lo observo con un dejo de curiosidad. Y él estaba aún más intrigado. La mujer era evidentemente una acompañante, una muñequita de lujo a la que le habían encargado una tarea. Ella tenía su carácter. Tenía que probar su autonomía.
-Tiene que averiguar el destino de una paresa que desapareció en el año 1978... Los detalles están en este sobre-Le tendió un abultado sobre de papel madera.
-Debe estar bromeando... más de 27 años. ¡A quién le puede importar!
-A nosotros-Dijo tajante ella.
-Roxana… nosotros, ¿Son las Madres o las Abuelas?
-Vuelve a ponerse curioso Sr. Estévez. Y le comento que lo único que usted le debe importar esta en este otro sobre-Le arrojó sobre el escritorio otro sobre igual al anterior, le echo una ojeada, había una buena cantidad de billetes.
Aparto el sobre con el dinero, y sacó del otro los datos. Baste decir, sin entrar en muchos detalles que él se llamaba Samuel y ella Edith. El era antropólogo, y ella asistente social. No había que atar muchos cabos para saber que les había pasado. El año 1978 no era una buena época para tener sensibilidad social, y aparte portar apellidos de origen semita.
-¿Cuál es su precio Sr. Estévez?
-Cien pesos por día... más gastos.
-¿Toma el caso y le alcanza lo que le dimos para empezar?
Había algo que no le gustaba en aquel asunto. Era como si ella supiera quién era él. Que informaciones podía obtener, que contactos poseía para desenmarañar aquella trama. Por supuesto que no podría hallar a nadie más apropiado para aquella tarea. La extraña sensación
de aprensión luchaba a brazo partido con la imagen del cajón lleno de facturas impagas reproduciéndose por doquier.
-Lo tomo... pero necesito algo de tiempo para acomodar cierto trabajo de inteligencia. Ha pasado demasiado tiempo, y si mis sospechas son las correctas... va ser muy difícil saber que fue de ellos.
-Es imperativo que usted averigüe todo lo que pueda... se lo ruego Carlos-Por primera vez en toda la charla ella abandono el tono frío y profesional, para dejar traslucir algo cercano a los sentimientos.
La acompañó hasta la puerta, y mientras se alejaba por el pasillo dos pensamientos le rondaban la mente. El primero era una apreciación sobre los valores estéticos del trasero del problema que se acababa de retirar. El segundo, como haría para contactar cierta gente que hacía mucho tiempo que no veía. Y que realmente no celebraba tener que volver ha ver. Tendría que hacer un par de llamados.
Una vez concluidas las averiguaciones preliminares, paso a buscar su vehiculo, rogando que hoy los dos cilindros que le quedaban sanos no le causaran ningún atraso. Compró un par de botellas de buen licor. Eso ayudaba a recordar viejas épocas y reavivar perdidas camaraderías.
Los mastines oscuros lo recibieron con un ronquido amenazador. Los barrotes lo separaban de un casi seguro ataque asesino. La casona, que estaba como colgada sobre una barranca con vista al imponente río, tenía unas pocas luces encendidas en la planta baja.
-¿Quién carajo está ahí?-La voz con un tono marcial lo interrogó desde la oscuridad.
- ¡Soy yo!-Gritó él a su vez.
-¿Y quién carajo es yo?
-¡El Puma! ¿Ya te olvidaste?
-¡Pumita!... ¡Que alegrón! Pero pasa che, pasa que ya mando a guardar a las fieras.
El Tranvía metió a los perros en el canil, y luego le enseñó el camino al Puma mientras pensaba dónde podía conseguir un par de vasos decentes.
Luego de unas cuántas rondas de alcohol, Estévez decidió que era el momento de decirle cuál era el motivo de su visita. Pero el Tranvía lo tomó muy a mal.
-Entonces ahora trabajas para la contra... para esos zurditos de mierda- Mientras despedía chispas por los ojos.
-Ese fue toda la vida tú error de concepto- El tono de voz de el Puma era exasperante- Solo crees en Dios, Patria y Familia. Los zurdos eran un enemigo al que había que destrozar de la peor manera posible. ¡Mi único Dios es el dinero! Y los zurdos eran parte de mi trabajo, yo tenía que extraerles toda la información posible sin matarlos. Podía transformarlos en un guiñapo sanguinolento y aún mantenerlos con vida, siendo útiles. Y cobraba mis buenos pesos por eso.
-¡Claro! ¡Igualito que ellos!... El señor hacía su trabajo, cobraba y rajaba-El Tranvía prácticamente escupía las palabras-Mientras nosotros nos jugábamos las bolas contra el enemigo apátrida y traicionero.
-Tranvía… no fue una guerra muy pareja. Ni siquiera en su faz rural. La guerrilla urbana estaba liquidada antes de empezar. Más con los métodos que utilizamos. Vos crees el versito de la salvación de la Patria, pero todo fue un gran negocio entre dos o más facciones por el poder. ¿Te recuerdo cuándo volvió el Viejo, en Ezeiza? ¡Todos tenían su fierro ¿Quién se los dio? ¿Y Gravier, que manejaba la guita de los subversivos y de la Junta? ¡Se mató con su jet particular! ¡Que conveniente!
Nuevamente el Tranvía con las venas del cuello por estallarle, después que tomó un trago, atacó:
-Nosotros cumplimos con nuestro deber. Hubo una guerra, y si pagó el justo por el pecador, lo siento… el fin justifica los medios. Ahora estos políticos de mierda disfrutan de la democracia y la paz gracias a tipos como el Ángel, el Tigre y nosotros que hicimos el trabajo sucio.
-El tema es el siguiente. Te la creíste. Yo en cambio siempre fui un mercenario, gane mi buen dinero… no lo supe administrar y ahora hago esto por mi cuenta. ¿Qué se supone que haga? ¿Ir a lamerle el culo a un ex-comisario, trabajando en una agencia de seguridad por dos pesos?
Decidió hincar el cuchillo hasta el hueso:
-¡Mira como te paga la Patria tu dedicación y heroísmo!... cuidando unos archivos que nadie reclama y que tampoco se sabe que existen.
Pero ya era tarde, El Tranvía estaba durmiendo profundamente atontado por el licor. El Puma Estévez se sintió como en los buenos viejos tiempos. Se movió con rapidez y bajo al sótano. Las luces de tubos fluorescentes parpadearon iluminando unas largas estibas de metal. Miles de carpetas maltrechas se alineaban en los anaqueles. Un olor pútrido como el de los nichos de un cementerio le hirió sus fosas nasales.
-Como treinta mil nichos-Pensó, y de alguna extraña manera la idea le causó gracia. Una torva sonrisa dejó ver una dentadura lobuna.
Luego de revolver un rato el lugar, encontró lo que buscaba. ¡No se podía creer que la suerte le hubiera cambiado de tal manera! El matrimonio había sido capturado en una villa miseria dónde estaban haciendo un trabajo de campo. En el informe, con una prolija letra se detallaba a las sesiones que habían sido sometidos, los datos que se habían obtenido y por último el “traslado” desde El Palomar hasta… el Río de la Plata. Esa noche unos vientos inusuales habían retirado el agua de las costas argentinas. Los colegas uruguayos habían terminado el trabajo, enterrando los N. N. en algún lugar de departamento de Canelones. Pero lo más notable era que Edith, pocas horas antes de su traslado, había parido. Con un poco de suerte podía estirar la investigación. Inclusive hacer un viajecito al Uruguay para recabar más datos. Tratar de descubrir el paradero del bebé. Y todo eso salía más plata.
Utilizó el teléfono de la residencia, y se comunicó con el celular cuyo número le había dado Roxana.
-No Carlos... mejor que vengas a una dirección que te voy a dar, así hablamos personalmente.
La residencia no quedaba muy lejos de dónde estaba. Era la localidad de Acassuso.
La mansión estaba plenamente iluminada, así como el parque. Entró por el portón principal que estaba entornado.
-Roxana... Roxana.
La pileta de natación estaba vacía. Pero el sistema de iluminación estaba encendido. Caminó bordeando un camino de lajas rusticas. Entonces la encontró. Y si pudiera ser estaba más bella que el otro día. Despojada de maquillaje y con un salto de cama claro y vaporoso. Lo tomo de la mano y le dijo:
-Por aquí.
El lugar apestaba a dinero. Dinero y poder...Él se había equivocado, la muchacha no era una acompañante… era una mantenida.
-¡Carlos!-Dijo ella anhelante, mientras pegaba su cuerpo al de él. Definitivamente su suerte cochina había cambiado. Y no lo abandonaba. El perfume se mezclaba con su aroma de mujer joven. La abrazó. Entonces sucedió todo.
Repentinamente unos vigorosos brazos lo sujetaron por atrás, ella en un movimiento experto le quito el arma de la sobaquera. Lo siguiente que sintió fue un terrible golpe en la base del cráneo. Y mientras todo estallaba en una miríada de estrellas, se hizo la más profunda de las oscuridades.
La luz cruda le penetró por sus párpados cerrados, hasta lastimarle en algún lugar recóndito de su estropeada mollera. Las sienes le latían con violencia. La jaqueca era intolerable. Trato de erguirse. No pudo. Abrió los ojos un instante. Lo suficiente para que el dolor de cabeza se uniera con la sensación punzante de la luz entrando a raudales en sus retinas.
Tenía el cuerpo sujeto a una especie de camilla de acero inoxidable, como la que se usa en las autopsias. Firmemente amarrado por el cuello, los brazos y las piernas. Giró para tratar de ver mejor a su alrededor. Y pudo reconocer unas cuántas cosas. Una batería, por ejemplo. Y unos cables que remataban en unos bornes de bronce.
-Bien Carlos... la primera parte la cumpliste perfectamente. Ahora queremos saber más cosas. No solo lo que figura en los archivos que tan gentilmente nos cediste.
Roxana empleaba un tono de voz suave:
- Sino también como se formaba tu grupo de tareas. Para quién revistabas.
-Puta-Una mano salió de la nada y se estrelló de lleno en su cara, Sintió correr la sangre por la comisura de los labios.
- No es necesario-reconvino- el va a contar todo. Como el duro de su amigo. ¿Cómo se llama?... ¡Ah!... si… Tranvía.
Él sabía que solo era cuestión de tiempo. Primero viene el dolor que te atenaza de a poco hasta sentirlo en la raíz del pelo. Luego el baldazo de agua helada. Ahí parece que la piel se te infla para desgajarse a pedazos. Y cuándo crees que todo pasó, que el padecimiento se escurrió de tu cuerpo como el agua por la cañería, todo vuelve a empezar.
También estaban las secuelas. Como la corriente eléctrica busca un buen conductor, y el mejor que tenemos son las venas y las arterias, estas sufren quemaduras internas que a la larga cobran el precio de alguna embolia. Y las otras huellas. Las que no se ven. Las que quedan en tu cabeza y tu orgullo.
-¿Comenzamos Carlos?
Ella sostenía los dos cables sobre su cabeza, los bornes brillaron a la intensa luz de los reflectores. Iba a ser una noche realmente larga.




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