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La cruel y enigmática.
prosa [ ]

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por [Espartako ]

2005-09-21  |     | 



En el altillo, donde alguien había guardado las cosas de valor del ya difunto ex propietario de la casa, había un viejo armario. Parecía que el lugar nunca había sido inspeccionado, luego de haberse ubicado ahí, todo eso. En el techo se veían varios sitios por donde se infiltraba el agua de la lluvia, haciendo del altillo un lugar sumamente humedecido. En verdad, lo que alguien había considerado de valor, de ninguna forma podía ser tasado a buen precio, ni en una casa de antigüedades y ni siquiera en una compra- venta. En ese armario, Florencio se encontró con viejas tarjetas postales, fotos colores sepia y blanco, algunos libros, montones de cuadernos con anotaciones diversas, periódicos y revistas de más de medio siglo, banderines y alguna que otra estatuilla. Abrió alguno de los cuadernos y se puso a leer algunos manuscritos sin interesarle nada en demasía. Tomó entonces una carpeta donde había pilas de recortes de diarios, que a pesar de lo amarillento del papel, se dejaban leer, cuando se percató que algo de la carpeta había caído al suelo. Era un pequeño sobre de nylon con un papelito adherido que decía:

-Semillas de Maldina, la cruel y enigmática.

Ahí recordó, que algo había encontrado escrito sobre ella en una anotación, y entonces volvió a revisar los cuadernos para encontrar lo que había pasado por alto o leído de modo distraído.

-Maldina, la cruel y enigmática, es una hermosa planta originaria del África que da hermosas flores colores teal y púrpura. Los atributos puestos a su nombre no sabemos a que obedecen ya que quien trajo esas semillas obsequiadas por una tribu zulú, el único dato que obtuvo sobre ella, además del nombre, es aquello que anoté más arriba.

Más abajo decía:

-Una aclaración...

Pero la humedad había borroneado la tinta, no dejando que pudiera leerse lo que estaba escrito. Florencio se detuvo a mirar el sobrecillo que en su interior contenía más o menos una docena de semillas, con forma de lentejas, pero con mayor tamaño, y de un color verde musgo abrillantado. Tras leer la anotación, ya no pudo resistir la tentación de sembrarlas. El nombre aclarado, de aquel vegetal le resultaba un misterioso interrogante, que suponía iba a develar cuando Maldina crezca y de flores.

Florencio con el sobre en la mano, puso el pié en la escalerilla y descendió del altillo. Paso seguido fue hasta el vivero a comprar una gran maceta, que trajo hasta su domicilio en el jeep, que había adquirido en un remate donde vendían elementos, que el ejército daba de baja por entrar en desuso. Tomó una carretilla y una pala, y se dirigió hasta el terreno baldío para traer el humus necesario para llenar la maceta, a la que había ubicado en el pasillo que comunicaba al living con el dormitorio. Una vez colocada la tierra y de forma paciente y cuidadosa plantó las semillas, para luego rociar sobre ambas el agua de la regadera. A partir del día de la siembra, Florencio humectaba su cultivo todos los días de manera casi religiosa. Fue así como pasados unos meses, comenzaron a despuntar unos pequeños, delgados y alargados filamentos verdes.

Durante todo este tiempo, tanto el gato de angora como el loro pasaron para él, a un mísero segundo plano. La planta empezó a crecer rápidamente y también a cobrar una imponente fisonomía. Irrumpieron así las primeras flores, desprendiendo en la casa un intenso aroma.

Una noche mientras dormía, Florencio despertó sobresaltado por un fuerte gemido. Se levantó presuroso sabiendo que ese ruido de tal magnitud, no venía más que desde adentro. Recorrió la casa, y no se encontró con nada raro, con nada que tenga que ver con el grito, pero ya le costó volver a dormirse. La incertidumbre le crispó los nervios, mientras olfateaba el perfume de Maldina, que impregnaba las habitaciones. Por la mañana se encontró que Michi no asistió a comer el alimento para gatos. Florencio sentía que algo extraño estaba sucediendo y que también a él le estaba pasando algo inverosímil por su cerebro, sin saber que, ni porqué. Por la noche se quedó totalmente dormido, ni bien apoyó la cabeza sobre la almohada. Una extraña mujer verde, se le acercó y le pidió amor. Florencio desconcertado por el inusual color de ella, se asustó demasiado, aunque también muy atraído por la inusitada sensualidad que irradiaba. Ella lo abrazó y lo comenzó a besar sintiendo él, un gusto clorofílico que salía de su boca, cuando despertó súbitamente.

–Bueno -Se dijo- No fue más que un sueño.

En ese momento, se dio cuenta que antes de acostarse había olvidado encender el espiral, aunque a pesar de ello, no había el más mínimo rastro de los frecuentes mosquitos, propios a la temporada estival y mucho más ante la presencia del río a pocos metros de su casa. En lugar del consabido olor a palo santo y piretro, se destacaba el aroma de las flores color teal y púrpura. En las noches que siguieron, parecía que esos insectos molestos y zumbadores, habían sido erradicados. Entonces Florencio supuso que el municipio habría fumigado la zona.

Mientras tanto, Maldina crecía y él la regaba obsesivamente todos los días, y ella, a través de sus flores invadía el universo olfativo. Otra noche, Florencio despertó abruptamente por el chirrido de Pedrito. Se levantó y fue hasta su jaula, para encontrar que la misma estaba vacía, y con la puerta cerrada. En un terrible estado de somnolencia y tensión simultáneas, observando a la Maldina, vio a la misteriosa mujer verde del sueño de noches anteriores. Fue sólo un instante, ya que esa imagen se perdió en la figura de la planta. Al otro día, sentía que sus pensamientos se habían vuelto inconexos, que su memoria le fallaba, que la brisa que golpeaba su rostro en el parque le incomodaba, que el ruido del agua que brotaba de la canilla le producía suma angustia. Michi, Pedrito y los insectos habían desaparecido del lugar. Fue entonces cuando se decidió consultar a un psiquiatra. Sin dar muchas explicaciones al respecto el doctor Brun, dio la orden de internación en un hospicio, ya que Florencio carecía de obra social, que le cubra una clínica privada. Allí estuvo internado casi dos años, siendo sometido a diversos tipos de terapias. Sentía tras ese tiempo que se habían apaciguado sus nervios y sus fobias, pero nunca llegó a entender el porqué del haber estado recluido tanto tiempo en aquel lugar, y mucho más habiendo sido víctima de constantes atrocidades, que le parecieron irracionales e innecesarias.

Cuando volvió a su casa luego de su internación en el manicomio, se asombró que a pesar del tiempo en que estuvo ausente, no hubiera tantas telarañas y que por otro lado la planta cruel y enigmática estuviera completamente seca. Durante todo ese tiempo, no hubo quien la regase de modo religioso ni obsesivo. La tierra estaba sumamente árida, y por las ventanas abiertas entraba el aroma de los eucaliptos, y un lejano pero audible canto de ruiseñor.

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