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prosa [ ]

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por [Stallion ]

2007-08-13  |     | 





La habitación en el tercer piso era sobria y algo oscura; Juvenal Manchego cogió un cigarrillo del cajón de la mesa de noche; era el primero de la segunda cajetilla que consumía en tan solo dos horas, desde que se sentó frente a su vieja máquina de escribir.
-Estoy tan vacío, nada me llena ya- Pensó esto, mientras aspiraba una profunda bocanada; a sus treinta y cinco años era una persona que tenía mucho que contar pero poco que decir en realidad- Si no consigo plasmar algo sabroso no podré conseguir el trabajo- se dijo esto mientras bostezaba.

El aviso salido en un diario local era bastante específico, la revista “Eros” necesitaba un columnista para una de sus tan conocidas secciones, Juvenal se presentó muy temprano por la mañana y se le encargó a él y a otros diez aspirantes, escribir un artículo relacionado con cualquier experiencia de índole sexual.
Juvenal trató de recordar algún pasaje de su vida pero en su mente no podía encontrar ninguna experiencia memorable; se acordó de Paula; la vendedora de la zapatería de la esquina y de las tantas veces que sutil y descaradamente le había dicho que no; el papel de tonto era una etiqueta que tan solo él conocía mejor que a su propio espejo.
La luz neón proveniente de la calle lo invitó a salir, percibió que tal vez afuera podría encontrar la inspiración necesaria para su trabajo; lo que más le preocupaba en esos momentos era la premisa económica a la propia vocación literaria; pedirle dinero a su hermano menor aparte de molestarle era algo que se había vuelto tan recurrente como repudiable. Desde su mocedad Juvenal soñó con alcanzar el reconocimiento y cuanto premio literario existiese, hasta estudió literatura en una prestigiosa universidad, se graduó con honores; pero la vida se le puso difícil en un momento que fue crucial para su desarrollo como escritor. Caminó lentamente por las calles fumando ansioso escarbando en sus recuerdos, hasta que llegó a un parque; sentado bajo la oscuridad de una banca solitaria observó a lo lejos el juego de una pareja de lesbianas; esta imagen nítida lo transportó a sus quince años cuando solía fantasear con uno de sus amigos, el estilista de su madre y de otras señoras del Puerto; Petón, era así como lo llamaban, el muchacho de las manos resbalosas y los ángulos filudos; el que solía parecer por momentos una niña grande con toda su gracia y mesura; aquél que lo tocaba como jugando y que por momentos confundía su género; recordó sus aventuras en el Puerto, así como el día en que Petón lo invito al muelle y le dio de beber un trago preparado en base a jarabe de fresa y ron, dando rienda suelta a sus instintos más profundos, tanto carnales como espirituales. La relación entre ambos se torno cada vez más estrecha, ya no era raro ver a Petón en la puerta de la casa de Juvenal a toda hora llevándole comida y obsequios; la madre de Juvenal un tanto frívola como religiosa sospechó y advirtió que el peluquero adolescente estaba muy cerca de su hijo; demasiado para su gusto y para el de toda la gente habladora; su repugnancia creció tanto que inmediatamente trasladó a Juvenal a la capital. Habían pasado veinte años de esto; era algo que estaba casi borrado de su mente; pero gracias a este recuerdo Juvenal Manchego captó que debía escribir sobre este encuentro propio, detallarlo, condimentarlo y expresar esa vivencia tan rica en sensaciones; regresó presuroso a su cuarto, agarró la máquina de escribir y puso como título: “Amor sin Fronteras”

El artículo causó muy buena impresión a los editores de “Eros”, este constaba de cinco páginas prolijamente escritas, en las cuales detallaba y definía la búsqueda de la identidad sexual en el adolescente, entremezclando su historia, aquélla que tan solo conocía él y Petón.
Fue contratado de inmediato y sus penurias económicas por fin terminaron; pasaron alrededor de siete meses y Juvenal ya escribía para dos revistas más, su ascenso fue meteórico, su opinión era bien respetada y solicitada en el medio; todo iba viento en popa, pero unas semanas antes de su cumpleaños número treinta y seis, un sueño recurrente empezó a inquietarlo; en este Juvenal se encontraba en la puerta de una casa de madera pintada de amarillo, había algo de niebla y frío, el ambiente le parecía familiar, algo lo animaba entrar, una vez en su interior se dirigía al segundo piso y se encontraba con una fila de seis baños, una voz a lo lejos lo apuraba, tenía que viajar a algún lado pero no sabía a donde, la voz le decía que debía bañarse; él entraba a uno de los baños, se metía en la ducha, percatándose que había espejos a su alrededor, escobas, que había agua sucia y estancada en el fondo ya que los drenajes estaban obstruidos con una sustancia verde y pegajosa; pero igual se bañaba lo más rápido posible, temía perder el autobús, se dirigía presuroso a la estación metropolitana, estaba por abordar el bus y el controlador lo miraba fijamente a los ojos y le decía: Disculpe pero usted tiene el boleto equivocado; usted no esta de ida, ya regresó; al decir esto le guiñaba un ojo y se daba cuenta que era Petón algo flaco y demacrado, pero con esa mirada que en algún momento lo enloqueció.
El sueño se repitió alrededor de una semana, Juvenal temió haber escarbado demasiado en sus recuerdos, un sentimiento de alegría y culpa se mezclaba en su corazón; una tarde decidió viajar al Puerto, a la cuna que lo vio nacer, un poco para relajarse y romper la rutina, el Puerto quedaba relativamente cerca, a solo tres horas de la ciudad; al llegar se percató que su barrio era el mismo, ahí estaba el gordo Rossi como siempre con su tremenda obesidad, sentado en el pórtico de su casa.
-Rossi, como estas han pasado tantos años
-Así es mi estimado Juvenal, que lo trae de vuelta al Puerto en esta época del año; ¿Acaso quiere usted revivir alguna vieja hazaña? -Rossi se levantó lentamente metió la mano en su bolsillo izquierdo y sacó un chocolate.
-Tú lo sabes mejor que nadie Juve, el chocolate me tranquiliza; aquí todos los días son grises, tenebrosos y se parecen tanto, solo el verano trae a la gente capitalina, almas nuevas y frescas; tú debes haber venido por algo muy importante, demasiado trascendental e insigne.- Dijo esto mientras sonreía socarronamente dejando ver sus dientes amarillos.
Juvenal se sintió algo intimidado por Rossi ¿Qué es lo que quería decir este?
Se despidió a la ligera y se dispuso a caminar; obviamente la intención primordial era averiguar sobre el paradero de Petón, así que pasó por su antiguo local, estaba cerrado; fue entonces que decidió dar una vuelta por los muelles; estos eran tres, dos aún funcionaban de embarque, en el tercero la gente solía pescar o sentarse a tomar un trago; había neblina y apenas se podía apreciar el mar, se sentó al costado de unos fardos, el crepitar marino era tan cadencioso y dulce que lo llevó al pronto descanso y a la meditación absoluta… De pronto sintió unos pasos y advirtió a dos sombras que se aproximaban hacía él.
-¡Hay!-dijo uno - Eres un imbécil si crees que me presentaré ante Fernando después del desplante que me hizo- Esa voz lo remeció, era indudablemente Petón, el cabrito alegre de su temprana juventud.
- Oye Petón- dijo el otro- Mira, hay alguien sentado ahí, mejor nos damos la media vuelta.
Los dos detuvieron el paso bruscamente y giraron ciento ochenta grados; Juvenal Manchego se levantó presuroso, se acerco a ambos y tomando del hombro a Petón le dijo:
-Hola soy yo ¿No me reconoces?
-Que con esta fosca, hombre no distingo ni a mi madre. ¿Quién eres?– Exclamó Petón.
-Soy Juvenal, Petón, soy Juvenal, tu Juvenal.
Un frío viento despejó la bruma y las miradas de ambos se encontraron instintivamente, la comunión del pasado se hizo presente nuevamente.
-Juvenal, hace tanto tiempo que no te veo y sigues igual pues hombre, parece que no cambiamos, excepto yo, que me ha crecido un poco el busto, tu sabes las hormonas con el tiempo cambian y se acomodan a uno- Dijo esto mientras reía.
Juvenal Manchego se sintió de quince años nuevamente, se dio cuenta también que había estado prácticamente muerto durante veintiún años; toda la vida con sus aciertos y desaciertos era realmente comparable a una corriente de aire frío, carente del calor necesario para ser confortable.
-Hey Jesús- gritó Petón- corre al local y espéranos ahí, tengo muchas cosas que hablar con Juvenal.
La complicidad era inherente, se vieron después de tanto y supieron que debían unirse y entregarse el uno al otro, hacerse el amor como nunca antes, con todo ese ímpetu resguardado por el tiempo, la soledad y sobre todo la equivocación. Juvenal sintió los labios tibios de Petón y deseó no perder más el tiempo; ambos se devoraban, tratando de fundir su amor tan solo en uno; y así lo hicieron como empezó años atrás en el muelle, repitieron, ensayando nuevas formas y acrobacias amatorias; Juvenal Manchego sintió la inmensidad de Petón en sus entrañas y empezó a chillar de placer y dolor; en su grito había algo de esperanza y desesperación, desgarraba cualquier oído cansado y taciturno que anduviera por ahí. De pronto se oyó un ruido seco a la distancia, una puerta se abrió; Juvenal y Petón una vez más contemplaron atónitos su desnudes.

¡Enfermeros!, clamaron los médicos, separen y silencien a ese par de orates lascivos, hace veinte años que no dejan de cometer ese acto…
La escena era la misma, solo que dentro de una institución mental, infranqueable, inexpugnable y sobre todo absoluta.




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