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Cinco variaciones
prosa [ ]

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por [Jesús Ademir ]

2008-01-03  |     | 



Trepé al castaño y observé sin pestañear: en un hueco del tronco, algo se movía, me miraba. Reconocí mi propio rostro, oculto. Abrió la boca. Me deslicé por ese conducto de humedad y ecos. Caí en un extraño páramo de arbustos torcidos. Caminé; lo dúctil de suelo me desagrado: era piel humana, el horizonte entero. Corrí hacía los arbustos. En cada uno, descubrí deformada, mi propia persona. Y en la luna, mi faz, inmensa, grotesca, espiándome. Un viento furioso: mi voz en alaridos. La luna acercó sus fauces a la tierra. Todo se estremeció, en atroz agonía.

*

Trepé al castaño y observé sin pestañear: allí, desde un hueco del tronco, alguien me susurró -Te voy a decir un secreto- mientras has estado aquí, el mundo ha cambiado dolosamente: cuando bajes ya nada será igual; ni siquiera sabrás, si tú eres el mismo. Y el silencio, es el único que puede aclarar tus dudas. ¿Quieres oír su voz?
Ante ese nido de sombras. Me estremecí.
Pensé en huir ya. Descender. Pero desconfié.
Seguí trepando.
Desde lo alto: el horizonte. Ante lo que vi entonces, me sentí desfallecer.
Abajo, en las profundidades del tronco, se escucharon insidiosas risitas.

*

Trepé al castaño y observé sin pestañear: por fin descubrí la trampa…entonces, desperté. De nuevo al pié del castaño. Sollocé. Tenía que lograrlo. Reemprendí el ascenso. Mientras, pensé en lo que había sido mi vida, tan llena de fracasos y frustraciones. Y Diana que había huido con él. No era justo. Subí con furiosa presteza. La punta del árbol se avizoraba. De pronto, un canto lejano: la dulce voz de Diana. Observé sin pestañear. A la distancia, ella y él, amándose entre las flores. Odio, celos. Perdí el tronco. Caí. Entonces, desperté.
(De nuevo al pié del castaño.)

*

Trepé al castaño y observé sin pestañear: había llegado al Cielo.
Beatriz me recibió. Sobre nubes de tono esmeralda, se alzaban inmensos troncos de nobles castaños, tan altos algunos, que se perdían en las estrellas. Quiso ella, mostrarme más. Pero al descubrir al más imponente de aquellos árboles, quise treparlo también; conquistar su cima. Beatriz angustiada, busco persuadirme. Más, inmerso en mi propósito, no quise escucharla. De pronto, a cierta altura, me deslumbró la luz celeste. Resbalé. Cuánto caí, lo ignoro. Cuando reaccioné, estaba entre torcidas raíces, y junto a Dante, que al verme me dijo: -Virgilio, ¿tú también?

*

Trepé al castaño y observé sin pestañear: al pie de aquél mismo árbol estaba yo, serrucho en mano. Sonreí.



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