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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-01-05 | |
La nave espacial Teocuicatl se alejó prontamente del planeta condenado. Cuando se hallaba a una distancia apenas segura, el capitán Zorba, heroico replicante, y su tripulación de androides, esperaron el acontecimiento funesto. El resplandor de la Tierra al explotar y fragmentarse en varios trozos de materia herida, dispersados hacia ningún rumbo, fue un penoso evento sideral.
Luego, los hombres artificiales presenciaron, en el silencio permanente del espacio, como, paulatinamente, las estrellas innumerables iban apagándose una a una. -Es inevitable: si no hay una sola persona “auténtica” viva, que fundamente el universo en su apariencia, este desaparece por completo -les anunció con sentencioso tono, Zorba, el adusto capitán. -¡Pero eso no es justo - clamaron los demás androides- nosotros estamos vivos, los humanos solos, fueron los que se destruyeron! -Así fue, y porque es así aún, no queda sino intentar ahora, seguir en la pura esperanza. Lentamente el último lucero, se extinguió con agonía dolorosa. …y en aquel abismo de negrura infinita, la pequeña luz del Teocuicatl a la deriva, permanece aún, esperando… *** Dentro de la nave Teocuicatl se ha armado un alboroto inmenso, ya que durante uno de sus viajes por diferentes mundos, han logrado localizar y llevar a bordo a una mujer “auténtica”, no a una replicante, no un ser mecánico. Pronto, el terrible y cruel amotinamiento se ha desencadenado. Los frenéticos deseantes persiguen por los pasadizos intrincados de la astronave, a la temerosa cautiva. El severo capitán Zorba trata de poner orden, apoyándose en su improvisado lugarteniente, el ex caza-replicantes nocivos Ollin, pero los rebeldes han clausurado las rutas de su paso, a fin de evitar ser detenidos en su propósito imperioso. Cuando la acorralan por fin, la joven hermosa los sorprende: en un instante ha cortado sus muñecas con un filo metálico, y con rapidez inaudita ha abierto y se ha arrojado por la única compuerta que no obstaculizaron los androides excitados: la que conduce al vacío del espacio. Los perseguidores se han mirado azorados con sus ojos mecánicos y la boca bien abierta. Pero luego, al ver a la chica perderse flotando en las tinieblas del cosmos, dejando tras su levitación relajada, una estela de perlas carmesí, los enamorados infelices han decidido: y pronto se han dejado llevar por la nada, con tal de acompañar al objeto de su deseo en su transito definitivo e ilimitado. Zorba y Ollin, y los demás de la nave, cuando cerraron la peligrosa compuerta , aún pudieron ver, al perderse en la lejanía, aquella singular “rosa celeste”: girando en ella incesantes los cuerpos, como si reformularan el infinito por completo, con sus movimientos espirales calmos y perennes, motivados por el sacrificio y el dolor. Como siempre. *** Luego de sortear una verdadera odisea espacial, llena de peligros y hazañas desesperadas, la tripulación dentro de la astronave Teocuicatl, por fin arribó, cuando ya no lo esperaba, al planeta anhelado de sus sueños: un espléndido mundo virgen y silvestre, de verdosos paisajes de ensueño y aromas edénicos. He aquí la oportunidad que estaban aguardando para volver a erigir la civilización humana, y quién mejor que ellos, el capitán Zorba, Ollin el nauta, y los demás androides, para tener el gusto de ir preparando el futuro arribo de los seres humanos, a esta nueva oportunidad que tenían de retomar su imperio perdido, por bélicas razones. Cuando estaban a punto de descender los androides fatigados de Zorba, el capitán, luego de meditar en silencio, los llamó: les pidió que miraran de nuevo el majestuoso pero inocente panorama, durante un momento, y luego pensaran. Increíblemente, lo que Zorba anticipó con esperanza, sucedió: poco a poco, lo que los resignados pero orgullosos marinos espaciales hicieron, fue volver a sus puestos en la Teocuicatl, y preparar un nuevo despegue, sin aterrizaje ninguno de por medio, en aquel mundo bello. El capitán Zorba asintió, lleno de un dulce penar, y comandó las acciones, de la noble decisión a sus ojos, tomada por los nautas. Pronto estaban en órbita alrededor del planeta de sus sueños, aquel que siempre anhelaron hallar. Pero prefirieron dejarlo inmaculado, y contemplarlo así para toda la eternidad. Porque allí se quedaron en la nave orbitante, diminuto satélite cautivo de amor, por un mundo puro que nunca se atrevieron a mancillar, y al paso de los años, todos los tripulantes de la nave, hasta el capitán Zorba incluido: androides, mecanismos parlantes, a fin de cuentas, se fueron estropeando y dejaron de funcionar. Y como si fuera un arca llena de estatuas melancólicas, la Teocuicatl prosiguió sola, por inercia, sus revoluciones contemplativas alrededor del mundo edénico que le fascino, tanto, como para dar su existencia entera por él. (Una noche de aquel mundo, los motores de la nave oxidada, se inflamaron por falta de mantenimiento, y luego de un fuego raudo y decidido, que consumió toda la enorme estructura, explotó en una llamarada enorme y perceptible. Y en la superficie del planeta hermoso, una pequeña criatura miserable e inerme, miró una singular estrellita fugaz en el cielo, que parpadeó unos instantes y luego se disolvió en la oscuridad del firmamento azulado. La criatura ínfima, sonrió, como agradecida, y luego retornó a su agujero. Pronto la luz llegó. Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados. |
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