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las Manos
prosa [ ]
Quién espera que un muerto le hable desde un silencio putrefacto

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por [MujerSol ]

2006-06-07  |     | 



El descarnado cuerpo yacía inerte sobre el montículo de tierra y hojarasca, los gusanos hervían en los huecos que antes ocuparan las entrañas; inexplicablemente, los ojos permanecían intactos con una terrible mueca de terror.

La boca, desmesuradamente abierta proclamaba un silencioso grito, el eco del mismo, aun retumbaba contra los amarillentos dientes. Y, los huesos de sus manos se crispaban a la altura del tórax, un dedo sobre el otro, diez dedos unidos fuertemente, aferrados a sólo Dios sabe qué.

Hacía calor después de una noche de lluvia ligera, el sol estaba por ponerse en lo alto. La fuerza de los rayos solares elevaban nubes de vapores putrefactos.

Por fin lo encontraron, estaba tan a la vista, que todos se preguntaban por qué no lo habían encontrado. En pocos minutos el área fue acordonada y se llenó de actividad policial. El teniente a cargo de caso, se arrodillo a un lado del cadáver sintiendo un escalofrío deslizarse por su espalda. Nunca en sus 30 años de policía había visto en un muerto semejante rictus de horror.

Tampoco entendía por qué el tiempo y los gusanos habían perdonado los ojos, que lo miraban cómo si le suplicaran ayuda.

En ese momento llegó el equipo forense, recabaron toda la información posible del entorno. Por fin, desplegaron una bolsa negra para llevarse el cuerpo, o lo que quedaba de él, con los primeros movimientos para levantarlo, las manos se desprendieron del cuerpo y rodaron hasta los pies del policía.

Este, tomó unos guantes para poder examinar las extremidades descubriendo que estaban incompletas, no tenían uñas y los huesos que quedaban parecía como si los hubieran raspados con una enorme lima. En ese instante, un grito de horror terminó de erizarle la piel, uno de los paramédicos desapareció ante sus ojos.

Inmediatamente un grupo de hombres se arremolinaron alrededor, y empezaron a escarbar con las uñas para sacar al médico del foso donde había caído.

El teniente dio dos pasos atrás, ¡ahora lo veía tan claro!, ahora entendía la horrorizada expresión en ese despojo humano, ahora sabía donde estaba los pedazos de uñas y dedos faltantes... lo supo con certeza mientras veía como sacaban al doctor de esa inesperada tumba.

Ese hombre, había sido enterrado vivo, escapó de su sepultura escarbando con los dedos, para que su crimen no quedara impune. Se acercó de nuevo a los restos ahora acomodados dentro de la bolsa negra en busca de más evidencia, mientras el cadáver lo miraba, con una expresión que a la luz del día, parecía una sonrisa.

Hurgó entre las manos apretadas hasta abrirlas. Encontró un encendedor de oro con un nombre claramente grabado. Sabía que ahora, tenía el caso resuelto. Grito horrorizado al buscar la mirada del muerto, sólo encontró que éste, lloraba gusanos.

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