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Comodamente adormecido
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2006-06-18  |     | 



Estoy hace horas tratando de despertarme; creo. Porque me parece que hace horas; y además, me parece que estoy dormido. O en la vigilia. En ese estadio en que uno no esta dormido, pero aún no ha despertado. La sensación es un tanto anormal, pues por un lado no siento deseos de volver al estado anterior, sea cuál haya sido. Pero, por otra parte, tampoco deseo volver al mundo “real”, por así decirlo. No tengo deseos de cambiar de posición, ni arrebujarme, ni hundirme en el más profundo de los sueños. En realidad, estoy tratando de mantenerme en este limbo, esta especie de purgatorio onírico. Mis sentidos rebozan de sensaciones y emociones. Recuerdos emotivos y experiencias novedosas. Es como un estado de ingravidez y felicidad inexplicable similar al que brindan ciertas drogas. Un deseo de reír por cualquier tontera. Y además, puedo sentir como mi cuerpo se eleva hasta tocar el cielo raso. Lo realmente cómico de esta situación es que con un leve esfuerzo mental, todavía puedo subir más. Y más. Solo me detiene el vértigo. Puedo girar hacia mi izquierda, o virar en sentido contrario. Al estar a cierta altura, se tiene la misma sensación del nadador novato cuándo se da cuenta que llegó a la parte más profunda de la piscina, el terror lo paraliza y se hunde irremediablemente.
Planeando por encima de mi barrio, entré en pánico y caí en barrena. Solo alcancé a detenerme a escasos centímetros de dónde estoy ahora. Otra sensación me azotó. Sentía que caminaba sobre una fina superficie helada, un lago congelado. Los pies desnudos se me congelaban a cada paso. Era más extraño aún pues yo jamás había estado en un lugar semejante. Al momento siguiente, el viento me levantó hasta la copa de los pinos, y pasando entre sus ramas desprendía los copos de nieve que caían sobre el suelo helado.
Un murmullo de voces interrumpieron las ensoñaciones. Escuchaba las palabras con un sonido a eco, se alejaban y acercaban, sin un patrón definido. Solo escuché fragmentos de un diálogo entre amigos (mis amigos), pero no sabía quiénes eran.
-El gordo es un buen tipo…
-Tal vez demasiado, ya entra en el terreno de la pelotudez…
-Pará, viejo, es tu amigo.
-¡Por eso! Solo un amigo te puede decir la verdad, marcarte los errores. Y el gordo, está lleno de errores…
-Vos… ¿sos un dechado de virtudes?...
-No… pero el gordo es como el Rey Midas, pero al revés; todo lo que toca lo transforma en caca. Alguien lo tiene que avivar…
No sabía si las voces provenían del interior de mi cerebro, o si realmente eran dos amigotes conversando a mi costado. Estuviera dónde estuviera. Tal vez tirado en un sofá durmiendo la mona. Pero no parecía borracho; al menos no tenía nauseas ni dolor de cabeza. Solo esa curiosa forma de escuchar con eco.
Ahora estaba imaginando una playa. La curiosidad iba en aumento, porque primero sentí el aire recorriendo mi cuerpo desde los pies. Era como una sensación de cosquillas en la planta que luego ascendía por todo mi físico. Acariciando la piel, poro a poro; para luego enredarse en mi cabellera. Hasta apreciaba los granos de arena que traía. Pero otra conversación me distrajo.
- ¿Hace mucho que no estás con el gordo?
- Una eternidad…
- ¿Entonces? ¿Qué esperás?...
- ¿Para?
- No se… dejarlo… tener otra compañía, rehacer tu…
- Eso ya lo hice…
- ¿Querés decir, que vos…?
- Si eso exactamente… mientras convivimos…
-¿Y él?
- ¿Él?
Ambas comenzaron a reír, y por suerte, las risas se alejaron. Se perdieron por algún lugar cercano al lugar dónde estaba reposando. ¿Reposando? Había demasiada gente alrededor para poder concentrarme en aquello.
¿Dónde estaba ahora?
El viento había amainado, entonces los rayos del sol entibiaban mi cuerpo. A lo lejos el rumor del mar, me calmaba, pero no lo suficiente para dormirme del todo. Era una impresión casi perfecta, excepto por ese peso sobre mi pecho que me ahogaba. Tanto como el olor de las flores muertas.
Siempre había tenido la misma idea. Odiaba las florerías, para mi eran un lugar con aroma a flores moribundas. No era lo mismo una flor cortada puesta en un jarrón que en un jardín. La fragancia las diferenciaba; unas estaban próximas a morir, las otras rebozaban vida. Olían a existencia.
El rumor del mar desapareció lentamente, ahora se escuchaban susurros humanos, casi como el lamento de la marejada.
-¡No! ¡Todavía, no!
Algo no andaba bien en aquella ensoñación. ¿Porqué los llantos? ¿Estaba convirtiéndose en una maldita pesadilla?
Unas manos me acariciaban mi vientre, y subían hasta el pecho. Me retiraron el peso que me ahogaba. También el olor a flores agonizantes.
Entonces, antes de que cayera la tapa de nogal, una voz me hablo:
-Ya es hora… vamos… la jornada recién comienza.


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