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La noche de Franz Kafka
prosa [ ]

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
por [Richard John Benet ]

2007-03-11  |     | 



El barrio aún conserva esa placidez de las tardes tranquilas de pueblo. Pese a que sorprende cada vez más seguido la imponente entrada de una de esos edificios con hall de vidrios, vigilancia privada y cámaras hasta en los maceteros; sigue manteniendo ciertos rituales de otros tiempos. El saludo entre vecinos y algunas reuniones espontáneas para disfrutar de la amistad. También existen casas con jardines al frente, porche, galerías vidriadas, amplios ventanales de doble hoja y una serie interminable de habitaciones que dan sobre un patio con glicinas y no me olvides, sillones y una enredadera que resiste (como la casa) el paso inexorable del tiempo.
Esa tarde dejé el auto en el garaje, como era usual. El uruguayo Washington lo llevo desde la entrada hasta mi cochera y me trajo las llaves. Después me cebo un par de mates amargos, con ese termo que parecía tener soldado a la axila. Conversamos de fútbol, mujeres y política en ese orden y nivel de importancia. Después de saludarlo rumbee las cuatro cuadras hasta mi casa. No tenía grandes lujos pero tampoco motivos de queja. Mi vida era buena y estable.
Mientras caminaba esas cuadras me iba saludando con algunos conocidos y de paso comprobaba alguna sorpresa para la cena. Algún postre en la panadería o fiambre para una picadita. Por lo general mientras llegaba desde la ventana de la cocina recibía algún tipo de anticipo del menú del día. El aroma de una salsa para los ravioles o una carne al horno con papas. Era una barriada tranquila en extremo, excepto cuándo River jugaba de local o los Rolling Stones hacían su acostumbrada “última gira mundial”.
Ya estaba a mitad de camino. Doblé la esquina y en la penumbra lo vi. Era un bulto tirado al lado del árbol. Gemía y se arrastraba.
-¡Amigo! ¿Qué le pasa?-alcancé a decir.
-¡Hermano! ¡Me muero!-estaba pálido de muerte.
-¡Tranquilo! ¡Tranquilo! Primero vamos a aflojar un poco la ropa- le quité la corbata y abrí el cuello de la camisa.
-Me muero… hermano… el pecho…
Miré buscando ayuda. Una sombra pasó a mi lado y huyó hacía la parte más oscura de la calle.
-¡Eh, amigo!-el tipo pasó por la vereda de enfrente y tampoco prestó mucha atención.
Sentí su mano apretando el brazo. Yo no era de mucha utilidad. Si hubiera sido un desperfecto mecánico no habría problema. Pero… primeros auxilios. Además me había dejado el teléfono celular en el auto.
-¡Don Oscar! ¿Qué pasa?
-¡Laura! ¡Como caída del cielo! Este hombre está mal ¿Puede llamar al SAME?
-¡Claro! Ya voy- y salió corriendo.
-¡Ah! Duele…el cuello… el brazo… dormido…
-Tranquilo amigo. La ayuda está en camino. Y yo estoy acá… tranquilo- ¿de que le serviría el que yo estuviera al lado? Tenía el rostro color ceniza, los dedos de las manos y los labios de un violeta intenso.
-¡Ya está Don Oscar! Traje un vaso de agua.
-Gracias Laura-tome el vaso y se lo acerqué con cuidado a la boca-de a traguitos… despacio hermano…
Bebió un poco y tosió. Algo se atoró. En ese momento me di cuenta del centello de la baliza azul.
-Ya están aquí ¡Ya llegó la ayuda!
Los policías se bajaron del móvil y empezaron a hacer anotaciones. Ahora teníamos cerca un par de curiosos que no se acercaban más de lo prudente. Pero sólo curioseaban. Me erguí y fui hasta los agentes.
-Buenas noches señores… el señor es el que está mal…
-Buenas noches señor, si ya lo sabemos…
-¿Entonces?-dije mientras arqueaba mis cejas.
-No podemos tomar intervención hasta que llegué la ambulancia.
-Ese hombre se muere… alguien tiene que hacer algo…
-Si señor, la ambulancia está en camino.
-Y ustedes ¿No podrían hacer respiración artificial o algo así?
-No podemos señor, tenemos órdenes.
En ese instante llegó otro patrullero.
-¿Órdenes? ¡El hombre está mal! Necesita ayuda, no órdenes…
De la otra patrulla se acerco un policía obeso y de mayor edad.
-Buenas noches señor. El agente le acaba de informar que no se puede tomar intervención hasta que no llegue el personal idóneo… lo siento, pero son las leyes…
Estuve por decir algo más, pero evalué que no sería muy útil. Así que volví al lado del hombre que desfallecía.
-¿Cómo estás viejo?
-Peor ¿Viene tormenta? Está oscureciendo de golpe… me…
En el momento que estaba por responderle, otro centelleo me aviso de la llegada de la ambulancia. El haz de luz era verde.
-¡Doctor! ¡Por acá!
-¡Hola amigo! ¿Qué nos está pasando?
-Duele… la garganta… me duele… el pecho…
-Tranquilo ¿Cómo se llama amigo?-el doctor era una persona de mediana edad y mucha energía. Una forma de hablar llana y amigable.
-Fran… Francisco… ¡Ah!
-¡Francisco! ¡No te duermas! ¡Francisco!-el doctor estaba auscultando mientras le tomaba la presión sanguínea. Ahora Francisco se estaba entregando.
-El pulso es muy bajo ¡No tengo un puto disfibrilador!-le comenzó a dar golpes en el pecho a intervalos regulares.
-¡Vamos Francisco! ¡Carajo! ¡No te vayas!-seguía con los golpes y le daba oxígeno boca a boca. El camillero miraba expectante.
-¡Jorge! Prepara la inyección… ¡directo en el tórax! Y trae el tubo de oxígeno.
Le pusieron la mascarilla y aplicaron la inyección. El doctor siguió con los masajes cardíacos. Un golpe. Dos. Tres. Oxígeno. Un golpe. Dos. Tres.
-Ya está-la voz fue casi un susurro.
-¿Ya está?-preguntó Jorge.
-Si… ya está. Se nos fue-dijo el doctor desalentado. Estaba extenuado y los ojos rojizos. Había pérdido otra batalla y sabía que no sería la última. Pero se recompuso casi milagrosamente.
-Vamos Jorge.
Se dirigieron hasta el grupo de policías. Una vez con ellos, comenzaron a llenar unas planillas.
-Señor ¿Me disculpa? Por favor no se vaya-el agente tenía cara de chico.
-¿Qué dice?
-Que no se puede ir señor…
En unos pocos segundos le recité un feroz discurso sobre su inoperancia y las leyes absurdas que llevan gente a la tumba. El sargento gordo se acercó de nuevo.
-Mire ¿Señor?
-Oscar.
-Bien… Oscar. Las leyes son como son y nosotros tenemos que obedecerlas y hacerlas obedecer. Estamos sobrecargados de trabajo, con escasos medios. No hay suficiente personal ni equipo. Muy pocas ambulancias y mal equipadas. Esa es la realidad ¿Sabe cuánta gente muere a diario? ¿Cuántos crímenes no son resueltos por semana?...
-Si, pero…
-Déjeme terminar Oscar. Usted fue el primero en llegar… va tener que esperar a que venga el fiscal de turno a tomarle declaración. Eso puede tardar quince minutos o varias horas. Le sugiero que no se vaya. No me gustaría ir a buscarlo a su casa-el tipo me miró duramente.
-Espero ¡No tengo otra solución!
Movió la cabeza en signo que podría haber significado una afirmación o solo satisfacción.
Me senté en el cordón de la vereda, cerca del pobre Francisco. Alguien, piadosamente, lo había cubierto con una lona oscura. Los curiosos ahora prácticamente lo pisaban.
-¡Querido! ¿Qué pasó?-era mi esposa. Rápidamente le explique la situación y que no me podría ir todavía.
-Bueno, te espero-dijo algo compungida-¿Querés que te traiga un termo con caldo caliente?
-No tengo hambre.
-¿Necesitas algo?
-No, amor. Andá para casa. En cuanto me libero, voy.
Los policías, sobre el capó de un auto, habían puesto una máquina de escribir Rémington y llenaban sus planillas oscuras.
Estaba arrepentido. Había refrescado y podría haber pedido un pulóver. Ya era tarde.
-Disculpe señor ¿Lo molesto?-el tipo era pelirrojo y pecoso.
-¿Si? Muchacho
-¿Podría hacer algún tipo de declaración?
Miré en todas direcciones y no vi ningún vehículo de la televisión o la radio.
-No señor… le explico… yo soy estudiante de periodismo. Y vivo a pocas cuadras. Así que pensé…
-Que si venías hasta acá, podías presentar tu tesis intitulada: “Cómo un boludo se mete en problemas por ayudar al prójimo”…
Se me quedó mirando sin responder. Estaba algo confundido y yo no lo ayudé a salir de esa confusión.
El fiscal llegó al rato. Me hizo darle una versión completa de los hechos. Luego de decirme que me llamarían un par de veces más, que tendría que comparecer ante los tribunales, se despidieron.
Francisco fue tragado por el portón trasero de una oscura morguera. El estudiante de periodismo se alejó con un buen grupo de curiosos. Los patrulleros y la ambulancia desaparecieron de mi vista. Quedé solo en la penumbra y con una necesidad impostergable. Tomar mi ducha tibia y sacarme el olor a muerte de mis poros.

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