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Diablo crucificado
ensayo [ ]
Juego de ojos Compilation: Juego de ojos

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por [MAGSA ]

2010-06-26  |     | 





La presencia de Ngugi wa Thiong’o impone. Tiene el rostro alargado cual máscara y sus ojos inescrutables parecen engastados en cuencas de obsidiana. Su expresión enigmática arropa un talante afable… y una voluntad de hierro. Hace cinco años Thiong’o y su esposa volvieron a Kenya tras 22 años de exilio. Unos rufianes asaltaron su domicilio. A él le quemaron el rostro con cigarrillos encendidos. A ella la violaron. Esta fue la bienvenida que recibió el matrimonio a su regreso a la patria.
Algún lector podría preguntarse si JdO ahora reseña la nota roja de capitales peligrosas en las antípodas, pero no es así. Aunque poco o nada nos diga su nombre en estas latitudes, Ngugi wa Thiong’o es una de las cumbres de la literatura africana y universal y un ser humano excepcional. Hoy es profesor distinguido de literatura comparada en la Universidad de California.
Nadie en Kenya cree que la agresión de que fue víctima en agosto del 2004 haya sido un caso más del ambiente de crimen y violencia que vive el país. Los libros de Thiong’o están prohibidos desde que en 1977 el “padre de la patria” Jomo Kenyatta y su vicepresidente Daniel arap Moi lo encarcelaron y desmantelaron el teatro al aire libre en el que se presentaba su obra Me casaré cuando yo quiera, que habla de la injusticia y la inequidad en aquella nación. El arresto fue al amparo de un “decreto de seguridad pública”, pues en Kenya el teatro y la literatura independientes son instrumentos de disolución social. Como hemos visto a lo largo de la historia una y otra vez, en un régimen autoritario la primera víctima es la inteligencia; la segunda, la verdad. Luego se asesina al sentido del humor y se entroniza en su lugar a Don Gracejo Político. Juzgue el lector si no: Thiong’o publicó una novela basada en una leyenda kikuyo en la que un luchador social, Matigari, jura alzarse en armas para lograr la independencia del país. Al popularizarse el libro, las autoridades expidieron una orden de aprehensión en contra del “agitador revolucionario Matigari” por “conspirar para derrocar al régimen”. Podría uno morirse de risa con el cuento… de no haber sido por el baño de sangre que le siguió.
A consecuencia de aquel proceso, el escritor estuvo encerrado y sin juicio durante un año. Al salir de prisión supo que había sido destituido de su cátedra en la universidad. Durante los años siguientes él y su familia fueron sistemáticamente hostigados.
En un rasgo que define su personalidad, a pesar de la represión Thiong’o decidió permanecer en su tierra y seguir publicando hasta que las circunstancias lo obligaron a exiliarse en 1982, primero a Inglaterra y posteriormente a Estados Unidos.
Pero al abandonar la cárcel, en una decisión que me parece ejemplar e insólita, dio un giro extraordinario a su vida: renunció al inglés, el idioma colonial en el que fue educado; al cristianismo, que fue su religión inducida; a los valores culturales de Occidente, e incluso a su nombre, que hasta entonces había sido James Thiong’o Ngugi.
El fruto de esa decisión fue la primera novela moderna escrita en kikuyu, su idioma materno: Caitaani Muthara-ini (Diablo crucificado), publicada en 1980, con la que clava definitivamente la tapa del ataúd sobre su pasado colonial. Diablo crucificado tiene además el mérito enorme de que fue escrita en prisión, sobre tiras de papel sanitario. Al enterarme de esto no pude menos que recordar a Knut Hamsun y su Hambre, y al conmovedor Reportaje al pie de la horca de Julius Fucik, escrito en una celda sobre trozos de papel estraza que eran arrojados por entre los barrotes y recuperados en la calle fuera de la prisión de Praga por miembros de la resistencia antifascista.
“Planteó que la literatura escrita por africanos en un idioma colonial no es literatura africana, sino ‘literatura afro-europea’ y que los escritores deben utilizar su propia lengua para dar a la literatura africana su propia gramática y genealogía”, dice Jennifer Margulis.
En el adiós al inglés que fue su Descolonización del espíritu publicada en 1986, el propio Ngugi conceptúa al idioma como el instrumento que los pueblos tienen no sólo para describir el mundo, sino para comprenderse a sí mismos. Para él, el inglés en África es una “bomba cultural” que acentúa el proceso de borrar la memoria de la cultura e historia precoloniales y un mecanismo eficiente de nuevas e insidiosas formas de dominación.
En palabras de Margulis: “El escribir en kikuyo, entonces, no es sólo una manera de dar voz a las tradiciones kikuyu, sino también de reconocer y comunicar su presente. Ngugi no está interesado primordialmente en la universalidad [...] sino en preservar la especificidad de los grupos. En general, Ngugi recuerda que la lengua y la cultura son indivisibles, y que por lo tanto la pérdida de aquélla tiene como consecuencia la pérdida de ésta”.
Este sentimiento puede explicarse mejor con una pequeña muestra de su literatura. En traducción libre mía, un fragmento de “El mártir”, incluido en Literatura africana, edición de Lennart Sörensen de 1971:
De nuevo cantó el búho. ¡Dos veces!
-Una advertencia para ella –pensó Njorege. Y de nuevo todo su espíritu se inflamó de odio, odio en contra de todos los de piel blanca, los extranjeros que habían desplazado a los verdaderos hijos de la tierra de su hogar sagrado. ¿Acaso no había Dios prometido a Gekoyo que daría toda la tierra al padre de la tribu –a él y a su descendencia? Y ahora toda la tierra había sido arrebatada.
Ngugi wa Thiong’o nació en 1938 en la congregación de Kamiriithu en el distrito Kaimbu, una zona conocida como “la meseta blanca” en la Kenya dominada por los ingleses. Fue el quinto hijo de la tercera de las cuatro esposas de su padre, un agricultor que fue degradado a jornalero a raíz de un decreto imperial británico en 1915. Su tribu, los kikuyu, es el mayor grupo étnico de Kenya.
Aquella infancia y adolescencia transcurrida en una suerte de esquizofrenia cultural marcaría la obra de Thiong’o, un kikuyu-africano y occidental-cristiano, educado en una escuela inglesa y en las universidades de Makerere en Kampala (Uganda) y Leeds (Inglaterra); hombre tribal heredero de una cultura enfrentada al occidente, despojado de su lengua e inserto en el mundo del colonialismo como catedrático en universidades estructuradas conforme al modelo europeo.
Por esa razón sus novelas se nutren del conflicto cultural derivado del papel del cristianismo, la educación en inglés y la creciente opresión de los kikuyus y otros pueblos africanos a manos del colonialismo europeo. De esa época son No llores, criatura, El río que divide y Un grano de trigo.
Hay otro dato que nos ayuda a entender el ambiente, los personajes y la textura de la obra de Thiong’o: la participación de su familia en la rebelión de los mau mau, el movimiento nacionalista contra el dominio británico provocado por la expropiación de tierras. Su hermano mayor era militante y su madre fue torturada por esa causa. Un hermanastro murió en la campaña.
Un grano de trigo, título que alude al tema bíblico del sacrificio para la resurrección (“a menos que muera un grano de trigo”) es la historia del heroísmo de un hombre y su búsqueda del delator de uno de los dirigentes mau mau. Los hechos tienen lugar en una aldea que es destruida en la guerra, como lo fue el propio pueblo de la familia de Ngugi.
En la vida real, cuando la rebelión fue sofocada en 1956, habían muerto once mil rebeldes, y ochenta mil niños, mujeres y hombres kikuyu estaban en campos de concentración. Además perdieron la vida más de cien europeos y unos dos mil africanos leales a la pérfida Albión.
En la descripción de la vida de Ngugi encuentro profundas semejanzas con la historia de otro gran escritor africano, apenas ocho años mayor que Thiongo, y cuya obra ya he compartido con los lectores de JdO: el nigeriano Chinua Achebe, también miembro de una tribu dominante, también entregado al cristianismo, también educado en inglés y también recuperado por la fuerza telúrica de su cultura, como si se tratase de una versión inversa del complejo de Anteo. Creo que esto no puede ser una coincidencia accidental, pues ambos fueron producto de sociedades brutalmente colonizadas en donde los invasores pretendieron llevar a cabo la sistemática eliminación de la cultura local, como sucedió en la conquista de México.
En aquella oportunidad escribí: “Habrá sido en 1984 o poco después que en The Atlantic Monthly apareció el artículo ‘The Empire Writes Back’ de Salman Rushdie acerca de la tsunami literaria que avanzaba desde todos los confines del ‘Imperio en el que no se pone el sol’ sobre la metrópoli [...] Achebe fue un ciudadano del Imperio y el Imperio es su principal referencia literaria. Colonos y colonizados, dice, nunca ven al mundo bajo la misma luz.”
Hay sin embargo una diferencia fundamental entre estos escritores hermanados por tantas otras razones. Mientras que Achebe, como bien señalara Wole Solyinka, es el primer escritor africano que pone el inglés al servicio de lo africano, Thiong’o denuncia el uso de ese idioma pues lo considera un caballo de Troya cultural y al contrario de Achebe que nunca escribe en ibo, regresa a su materno kikuyo con Diablo crucificado.
Apunto para mi propia tranquilidad que a partir de ese momento -en otra paradoja inversa- los editores –en particular los ingleses- se apresuraron a traducir del kikuyu al inglés la obra de Ngugi, gracias a lo cual ésta goza de un gran mercado entre los públicos de la antigua metrópoli y hace posible que en otras partes del mundo también se le conozca.
Algo que me resulta particularmente atractivo de la propuesta de Ngugi es lo que pudiera tener de ejemplar para nuestra propia literatura vernácula, guardadas todas las proporciones. Imaginémonos por un momento que un poeta totonaco o un escritor maya renunciaran a escribir en español y dijeran al mundo (mexicano): “Si quieren leernos aprendan nuestro idioma... ¡o promuevan traducciones al castellano!”
Interesante idea, ¿no?

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
22/6/10

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