Si partimos de la definición del término ambición, a saber: “Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama” , creo de capital importancia, hacer una distinción entre los distintos términos expuestos, sobre los que se deposita ese anhelo ardiente.

A mi entender, todos ellos quedarían englobados en uno solo, el poder; mientras que el resto vendrían a funcionar como elementos derivados de él. Esto pareciera evidente en cuantos a la riqueza y la fama, pero no tal vez tanto, en cuanto a la dignidad.

El poder, no es un elemento homogéneo, monolítico, y unitario, sino que en primer lugar, es un sitio de disputa. El poder se quiere central, perdurable, pero siempre existe una fuerza antagónica que tiende a resistirlo. En este sentido coincido con Michel Foucault, cuando señalaba que: “No hay poder sin resistencia” y que además el poder es una relación.

Es posible llamar a esta fuerza de oposición: contrapoder, y en términos subjetivos, creo que esta es la mejor definición de dignidad.

En definitiva, sí siempre existe una ambición de perpetuar y eternizar el poder, con los fines ya conocidos por todos nosotros, a partir de nuestras realidades sociales, principalmente en Latinoamérica, siempre habrá un sitio de resistencia, con ambiciones de dignidad, que concibo en un despliegue estratégico espacio temporal, como conformación de una fuerza, que no sea solamente un instrumento para derrotar al poder establecido y convertirse en otro poder eternizado, sino que apunte a difuminarlo, en tanto este, solamente sobrevive en las diferencias, y en las injusticias.

Desde mi punto de vista, la única ambición que creo justa, es la dignidad, y ella se expresa como contracara de la resignación y del “No se puede”, como autovaloración, como deseo de justicia, como autoestima, y como salida a la encerrona trágica en la que los poderosos nos quieren circunscribir.