Juego de ojos tiene una correspondencia modesta con sus lectores, de entre 150 y 200 comunicados a la semana, casi nunca más. Así que estoy sorprendido, halagado y, la verdad, un tanto asustado, por la tsunami de cartas y correos que El eterno femenino del 16 de octubre convocó desde todos los estados donde se publica la columna. De todo se me dice en estas misivas, y de no poco se me señala. Recibí incluso un mensaje que me hizo sentir que una fatwa del feminismo radical había sido lanzada en mi contra y pensé seriamente en acogerme a la protección de la CNDH.
De entre todas las epístolas, hay una que rescato y comparto con los lectores por la fuerza, claridad e inteligencia con que aborda el tema. Excede el límite de dos cuartillas que me he impuesto de texto, pero es sin duda una excepción. Vale.
“Todo tu escrito parte de un fundamentalismo. Ser profesionista es bueno y ser mamá y ama de casa es malo. De ahí la sorpresa. A mi en lugar de causarme sorpresa me hizo pensar que esa multicitada señorita Liu será mejor mamá y ama de casa después de haber transitado por una universidad. A nadie se le ocurre defender la profesionalización de las mamás y las amas de casa; básicamente se les haría una estupidez el planteamiento, pero son legión los productos de las mamás amateurs que “hicieron lo mejor que pudieron”. Yo soy parte de esos productos sólo parcialmente; mi mamá siempre trabajó y me dio un ejemplo que yo seguí naturalmente. Aunque mi mamá no fue profesionista, me dio ejemplo de trabajo y de independencia económica y a mi me gustó seguirlo. Pero, curiosamente, un día platicando con una de mis hermanas, que es ama de casa, eso mismo que yo viví como algo natural a ella le parecía mal. Le parecía mal que mi mamá tuviera que ir a trabajar en lugar de quedarse a cuidarnos. Misterios del alma humana.
“Las mujeres profesionistas que conoces quizá no hacen muchos comentarios sobre este asunto porque representa confesar sus propios problemas y su propia situación. Si lo piensan un poco tendrían que hablar mal de sus maridos. No es lo mismo escribir sobre la igualdad que intentar defenderla todos los días. Mi esposo es un hombre tranquilo, dispuesto a colaborar, siempre y cuando yo diga lo que se tiene que hacer. Esa es una parte que reclamo. A los dos nos toca trabajar por dinero por cuestiones prácticas y de igualdad. Pero a mí me toca ocuparme de si los niños tienen ropa, tienen uniformes, lo que hay en la despensa, decirle a la señora de la limpieza lo que tiene que hacer, decirle a él las cosas que debe hacer en la casa, tomar la iniciativa cuando hay que hacer labores extraordinarias de limpieza como lavar el refrigerador o las ventanas, decidir lo que se debe hacer de comer y comprar las cosas para ello, estar al pendiente de las reparaciones del coche, encargarme de comprar cortinas, manteles, planchar y lavar cuando no tenemos quien lo haga. Es decir, además de trabajar debo hacer las tareas de las amas de casa. Yo le he propuesto que hagamos una lista de las cosas que hace cada uno para que compruebe todo lo que yo hago de más. Este tipo de discusiones son constantes básicamente porque me rebelo ante la circunstancia de tener que trabajar más, de que no repartamos igual el trabajo. Y te digo esto a pesar de que siempre está dispuesto a hacer muchas cosas. Él lava trastes, baña y lleva a los niños a la escuela, hace todos los días la cama, lava los pisos cuando no tenemos quien lo haga, tiende ropa, es mi ayudante cuando cocino (a él se le quema el agua, así que a mi me toca), hace las compras que le indico, lleva el coche a arreglar (si le digo lo que tiene descompuesto), prepara el lunch de los niños (si le digo qué hacerles).
“Eso sí, mucho tiempo utilizó un argumento en mi contra para estas y otro tipo de situaciones: que a mi me gusta que las cosas se hagan como yo quiero. ¡Qué poca madre! ¿No te parece? Está bien que sea la mandona para llevar las riendas de la casa, pero no para todo.
“La desigualdad en el hogar es algo que podemos pelear en plan de iguales mujeres como yo, con el ingrediente adicional que te peleas con alguien a quien quieres y que te quiere. En mi caso está el hecho de que admiro y respeto el trabajo de mi esposo. Pero creo que allí está la razón por la que cuando se acaba el amor, la estimación o las ganas de estar juntos, una pareja puede deshacerse fácilmente, porque sin eso me parece que es difícil tolerar la desigualdad. Claro que las mujeres que no tienen más opción que la propia casa, aguantan eso y mucho más, pero porque allí el acuerdo es sencillo: uno da el dinero y la otra da la fuerza de trabajo. Como también se trata de una relación de poder, se le otorga más valor al dinero y por eso generalmente los maridos suponen que tienen más derechos al ser los que mantienen una casa y porque suponen que el trabajo que realizan las mujeres es fácil. Quizá sea reemplazable, pero fácil no es.
“Pero si eso sucede en las casas, en el mundo laboral es mucho más difícil. Yo he tenido la fortuna de tener algunas veces jefes a los que admiro y a quienes reconozco virtudes para que ocupen el puesto que les permite darme instrucciones. Pero también me ha tocado tener que seguir órdenes de perfectos pendejos, cuya virtud es tener un amigo, una recomendación o un pariente que los respalda en el puesto. También me toca, como ahora, trabajar mucho más que otros y que me paguen menos. Comprobar una y otra vez que a quienes trabajan los premian con más trabajo. La única ventaja es que, por lo menos yo, puedo poner menos estómago en el trabajo, porque como se trata de gente que no me interesa afectivamente me importa menos. Por otra parte, si no me disgusta el trabajo eso ya es una ventaja. Pero el hecho de la desigualdad persiste.
“Mi queridísimo Miguel Ángel, te escribí esto de un tirón, porque si lo pienso mucho no te diría nada. Así que si las mujeres están pensando en volver a sus casas quizá sólo sea para recobrar una cierta igualdad. ‘Yo trabajo en la casa, pero tú la mantienes’. Claro que si te fijas eso no es una opción para las que hemos salido a conocer el trabajo profesional, porque nosotras ya consideramos menor el trabajo de la casa. Pero quienes no han probado beneficios personales en el mundo laboral, para quienes no disfrutan el trabajo, o incluso para las que el trabajo sólo es una carga sin ninguna recompensa más que un sueldo mísero, seguramente es más fácil la opción de ser amas de casa, porque no sienten que renuncian a nada. Yo muchas veces lo comparo con la discapacidad de la vista, que siempre me ha parecido terrible, pero es el punto de vista de quien puede ver. Tuve un compañero ciego de nacimiento que se adaptaba bastante bien, creo que por el hecho de que nunca había visto. Supongo que es por eso que hay más suicidios entre quienes pierden la capacidad de ver que entre quienes nunca han visto. Igual, imagino que puedes ser ama de casa si nunca has sido profesionista exitosa, pero difícilmente puedes retornar a ser ama de casa si la adrenalina de los retos profesionales te ha dado vigor alguna vez.”