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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2009-01-22 | | Con un abrazo y mis mejores deseos a todos y cada uno de mis antiguos lectores y a los que este 2009 me depare. Allá por 1996 fui parte de una conspiración nacida, juramentada y sepultada en la llorada cantina “El Nivel”, y encabezada por Andrés Henestrosa. No podría hoy –y nunca- revelar los hilos de aquella conjura: el riesgo de cimbrar y quizá desestabilizar a la República, dirigida por una clase política ayuna de sentido histórico, es apocalíptico. Por ello debí guardar in pectore aquel episodio en la mesa redonda que a invitación del Instituto Estatal de Educación Pública y la Secretaría de Cultura de Oaxaca conduje el martes 13 en memoria de Henestrosa, en el primer aniversario de su fallecimiento. Una multitud colmó el patio de la biblioteca que al amparo del escritor resguarda los más de 40 mil volúmenes que legó a su amado pueblo, en el centro histórico de la capital oaxaqueña. Ahí, frente a las cámaras del canal de televisión estatal, la doctora Isabel Grañén y la actriz Luisa Sánchez unieron sus recuerdos a los de un grupo de amigos y colegas: Hermógenes Beltrán, Rubén Vasconcelos, Freddy Aguilar, Manuel Matus, Mario Blanhir, Juventino Gamelí y Salomón Nahmad. No tengo duda de que entre el auditorio estaba el homenajeado, muy divertido y satisfecho por la huella que dejó, mirando con orgullo a Cibeles, su hija, en la primera fila. Incluso creo que lo atisbé al lado de una columna, copa de mezcal en ristre, destellos en la mirada infantil, colorado el semblante. ¡Ah, dijimos tantas cosas! Algún día aparecerá la transcripción del encuentro organizado por mis amigos Jorge Machuca, Indira Arango, Mariana Cantú y Vero Arlet, mas en tanto eso sucede, comparto con los lectores de JdO la “Autosemblanza” que un lunes de noviembre redactara el autor de Los hombres que la danza dispersó –y que cité a lo largo del evento: “Nació mestizo de muchas sangres: la cobriza, la blanca, la negra, la amarilla y la de su homónimo, Andrés Morales, quemado por la inquisición. Trilingüe de dos lenguas indias y de español, que sumaba a las dos aborígenes. En los senos maternos aprendió las dos: una en cada uno y en los dos, la tercera. Las otras que llegó a hablar, en otros senos y en otras lenguas. Huérfano de todo desde su niñez, se negó, sin embargo, a trabajar. Se hizo doctor en penurias: migajas, fue su pan. Y la gota de agua en las hojas, su vino. Cuando trabajó sus trabajos no lo fueron: no le sudó la frente: el sudor define la tarea, el afán: en él, el ocio y la vagancia, la andanza fue el quehacer, mester, el menester. Donde le sorprendió la noche dormía, igual que se dice que lo hacen las gallinas de una de su raza indígena: la huabe. “Fue mozo de cuerda, empleado de mostrador, escribiente de juzgado, secretario de enamorados, de enamoradas, quizá fuera mejor decirlo. Y a sus horas correveidile, tercerón, por no decir alcahuete; o correchepe, como en el precario español que habló cuando niño se le dice. A los doce años administró una casa de asignación. Cantor y tocador de guitarra en los fandangos; bravo improvisador cuando se agotaban las coplas que aprendió con sólo oírlas una vez. Largas, sueltas y traviesas las manos cuando se encontraba entre mujeres. Bebedor torrencial desde los once años. “Un día, cansado de sus arduos ocios, tomó un tren que pasó al azar. Se fue a pueblos grandes, en los que leyó libros y le vinieron ganas de escribirlo. Devino escritor y académico. “Cambió de nombre al cambiar de hombre: uno por cada uno de los seis que es: zapoteco, huabe, español, bantú, filipino y semita. Su nombre, o el que más le gusta, es el anagrama de su segundo apellido: Néstor Heras. La R que sobra corresponde a la inicial del apellido de la mujer a quien adoró: Alfa Ríos. Su nombre es Andrés Henestrosa.” Molcajeteando… Debo al querido rabino Yerahmiel Barylka el envío, desde Jerusalén, del “Poema biológico cantádico” que sobre el aforismo de “los monos y los paradigmas” construyera el poeta Francisco Osorio Acevedo en Tenerife. He aquí para abrevar al inicio del 2009 una deslumbrante cascada de inquietantes arquetipos: Oh hombre / desinquieto y preocupato por los PRINCIPIA de la creación del pensamiento / Oh inteligens, oh mens pensantis cándido no can didáctico... / Aquí tienes el secreto del boceto en tercetos versos, tersos, nada erráticos. / Mete veinte monos en una habitación cerrática. / Cuelga un maduro plátano del alto téchico / Y para poder alcanzarlo ten dispuéstica una cómoda escalérica. / Asegúrate que no exista ningún otro modo de alcanzar el dulce banánico / como no sea subiendo por la escalérica dispuéstica. / Ten previsto un sistémica que haga caer una torrencial y persisténtica, / generosa y casi diluviánica, / lluvia de agua heládica / en toda la habitación mónica, / cada vez y cuando uno de los ansiosos homus primáticos / empiece a subir por la escalera platánica. / Parecidos a los hombres, los simius simiéticos / lo intentarán y lo intentarán y lo intentarán, / pero por aprender la ley científica terminarán, / los concluyentes axiomas y no el plátano digerirán, / y concluyentemente axiomática, / y religiosamente ética de que subir por la escalera preplatánica / es acabar con todas sus partes fácticas / y el conjunto de ellas mojádicas hasta los tuétanos símicos, / pícnicos, / heládicos... / Y ahora, oh hombre preocupado por descubrir, / a través de las claridades de la mente simiética inquirir, / los insondables misterios de la mente humánica discurrir, / rompe y destruye para siempre la ingeniosa sistémica / que imbricaba pisar la más mínima escalérica / con la densa producción humídica / de la asombrosa lluvia asombrosamente heládica. Procede ahora, reemplaza, / uno cualquiera de los veinte convencidos bisabuélicos / de Adán por un mono nuévico, seco y bien hirsútico, / uno que no haya visto (ni oído) nunca el torrencial diluvio platánico. / Al instante querrá ascender la escalérica para alcanzar la ansiada banana golósica, / y, sin entender por qué, será hinchado a hostias por los huestes mónicas / Naturalmente cabreádicas, / y sin saber porqué (el nuevo) turba heládica y aterídica, / reemplaza ahora por uno nuévico / otro de los diecinueve simios prediluvianos. Verás, oh hombre, que también será rápidamente apaleádico / por sus hermanos símicos, / y también verás que, probablemente ingéntico, / será el último mono llegádico / el que lo muela más a golpes sin cuento ni cuenta, más terca y agresívica / quizás, intentáralo alguna otra vez, al álbica, a la siéstica, / a otra hora quizás, siempre con el mismo resultado de acabar sus partes molídicas. Continúa, científico, persevérica, prosigue la sistemática / del cambio, uno a único, de toda la prole y la monil progenie mónica. / Asistirás sin duda a tantas palizas mónicas como monos cambies, trágica, / Ley axiomática, sutil fórmula de plátanos, escaleras y hostias sin fin, / y a tantas veces como tantas lo intentin. Ley inexorable será, tímido intento, paliza desmesurada, / sin cuento, / hasta así mantenerse como ley inescrutabile, indiscutible: / escalera querrá decir palizas indescriptibile / y los ateridos monos del principio insistibile, / harán catedráticos indoctos a los nuevos dicentes, / hasta que la lección aprendan sin mona discusión posible los creyentes... Todos los monos originales cambiarás, ingente, / un tiempo ingresando jóvenes y sacando veteranos seguirás, ... / los monos a leer y a escribir aprenderán, / colegas nuestros serán, y teniendo clara la inmutable ley seguirán: / plátano sobre escalera produce dolores en la espalda, / y aún los más antiguos recuerdan oír a los más antiguos que escalda, / que habían ya en la jaula cuando llegaron los más antiguos a la balda: / Siempre ha sido así; si alguien sube la escalera, indudable / nos mojamos glacialmente todos, de modo inevitable, / Oh patagenio, o físico anémico, científico respetabile, amigo mío... Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias sociales de la UPAEP – Puebla. [email protected] 14/01/09 |
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