Desde los campos de Castilla
la cosecha se extiende hasta el recóndito confín,
una lluvia de granos de arroz;
expandió los límites hasta la lejana América
donde florecieron los pétalos de aquel aroma.
Ubérrimo emporio
extremidad de las labranzas,
el rocín del Quijote encontró buen pasto en estas tierras
hasta el punto de engordar como un percherón;
idioma difícil de aprender
los concéntricos surcos que se forman durante la siembra
van enredando el poético proceso del enunciado,
obligando al poeta a cruzar presuroso
los pasadizos secretos del mandarín.
El árabe le prestó riquísimo color:
valijas de géneros teñidos
finísimas telas de Damasco,
escudos bordados en paño tártaro;
que encienden el acento con voz de clarín robusto.
Aunque no fue plantado en el jardín del paraíso
donde el idioma francés,
elude con una gambeta al prosaísmo
y la poesía fluye por todos los poros;
siguiendo los rápidos giros
de la pluma de Flaubert.
Aunque no encierra en el círculo de su anillo
el germen fantástico del alemán,
que la pluma de Hegel
arrastraba hasta desbordar los cauces de la filosofía;
nuestro idioma es digno de ser hablado por los ángeles
la expansión de sus palabras,
gira alrededor del globo terráqueo;
renovando con aceite los goznes
de la vieja órbita.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia