Verónica es la dueña de un río áureo
juguetón y travieso desordena los bucles de la linda cabellera,
y busca el remanso de sus pechos cuando el sueño lo domina
ella nació en un castillo de torres góticas
donde los canteros de flores la saludaban cada día desde las ventanas de fiesta.
El sombrío peñasco de pizarra
lavantándose justo donde el río se tuerce en línea curva,
fue el culpable de esa tristeza
que todavía fluye de sus pupilas teñidas de azul,
cuando me dice que jamás he sido un hombre realista
por la forma tan absurda como me domina la poesía;
comprendo la razón oculta en sus párpados pensativos
muñecos de mazapán
atisban desde las vidrieras de su aldea,
cerezas de un color punzó
y el queso dorado recién salido del horno;
me hacen añorar aquel vino
que dicen que tiene el sabor de la leche de la mujer amada
siendo un prisionero de la realidad,
el único solaz aprendido de ella
es respirar el aire fresco de los brezales,
asomándome entre las rejas.
Una melodía sazona el momento áspero
con la dulzura de su violín,
ópera que vale más de un céntimo
mis manos rechazaron joyeles para ver brillar el zafiro de su mirada;
el anillo que otorga gran poder
si se rehúsa la pasión,
fue rechazado con énfasis
no puedo renunciar a sus caricias
ni a un beso húmedo,
que he sabido brindarle
en medio del séquito de guardianes inútiles
que siempre estorban las razones del corazón.
Verónica exhala una fuerza telúrica
capaz de cambiar la tristeza en alegría,
cuando en forma volcánica asciende a la superficie
su amor oculto como el lignito.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia