La anarquía de la libre improvisación
ignora los matices del mosaico hallado en Pompeya,
prestándole más importancia a la insólita cobardía del rey Darío,
y rechazando aquel ímpetu impuesto por Apeles
en el indómito semblante de Alejandro.

Esta anarquía también se hace sentir
cuando elige a un anillo de plomo salido de la ferretería,
y desprecia al anillo de oro con pavé de rubí;
atrás queda desconsolada la fragancia del vergel
aquí es donde la estética llora y cierra la persiana.

La Ópera del Mendigo
jamás visualiza petunias en el alféizar de la ventana,
y el aroma de las rosas
se resiste a ser atrapado por destilación espontánea;
histérica renuncia del alambique
ante la reticencia antológica
de los pétalos que piden una alquimia
completa y refinada.

La anarquía de la libre improvisación
revienta los oídos del auditorio,
con el grito de un clarinete quejumbroso
y una señal preventiva se alza para anunciar el desvío
-tablón de aviso a la entrada del bosque de abetos-
escarpela en forma de óvalo
rosetón de seda que marca los límites,
entre el sendero clásico
y el atajo que le importa un rábano
la extraña enfermedad del romántico.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia