Desde la cúspide del quinto escalón
escribiendo así en estado de gracia,
sus poemas celebraron cada detalle del universo,
alegría dedicada a todas las criaturas.

Desde lo más alto del pórtico de Jerusalén
donde los poemas tienen un tono celestial,
brilló espléndida la estrella de David,
siempre ajeno a la romántica tempestad
alejaba sus poemas del océano tormentoso.

Las crónicas poéticas guardadas en cofre de ébano
y selladas con llave de níquel,
lo definen como un símbolo arquetípico,
capaz de hacer cantar desde lejos
las melodías del piano de nácar;
cantares que fluyen haciendo girar una manivela musical
en el jardín del silencio.

Según Borges un bárbaro carcelero
cortó el hilo de su cantar herido,
para no ser víctima del último pecado de Zaratustra;
todavía resuena aquel canto misterioso
pintado con pincel manchado de tigres,
y que trasciende más allá de todo olvido
cantado por un héroe capaz de cabalgar el tigre.

Milton lloró bajo el olmo que ofrecía peras
y Rilke jamás pudo hallar el sello de Salomón,
el catálogo del viejo manuscrito,
confirma la existencia del poeta huérfano de terrenales tesoros
ígneo descubrimiento que despierta a los periódicos del domingo;
los reflejos del espejo ecuménico
proyectaron su faz en el bronce de una medalla
para no dejar ninguna duda
de su real existencia.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia