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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-05-10 | | Inscrito en la biblioteca por Daniel Lacatus
Éste de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, oh Rey eterno, ofrezco humildemente a vuestras aras; que si es de todos el mejor tributo un puro corazón humilde y tierno, y el más precioso de las prendas caras, no las aromas raras entre olores fenicios y licores sabeos, os rinden mis deseos, por menos olorosos sacrificios, sino mi corazón, que Carlos era, que en el que me quedó menos os diera. Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro ninguna cosa os doy, y que querría hacer virtud necesidad tan fuerte, y que no es lo que siento lo que muestro, pues anima su cuerpo el alma mía, y se divide entre los dos la muerte. Confieso que de suerte vive a la suya asida, que cuanto a la vil tierra, que el ser mortal encierra, tuviera más contento de su vida; mas cuanto al alma, ¿qué mayor consuelo que lo que pierdo yo me gane el cielo? [...] Y vos, dichoso niño, que en siete años que tuvistes de vida, no tuvistes con vuestro padre inobediencia alguna, corred con vuestro ejemplo mis engaños, serenad mis paternos ojos tristes, pues ya sois sol donde pisáis la luna; de la primera cuna a la postrera cama no distes sola un hora de disgusto, y agora parece que le dais, si así se llama lo que es pena y dolor de parte nuestra, pues no es la culpa, aunque es la causa, vuestra. Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo, conocí la vejez que os inclinaba a los fríos umbrales de la muerte; luego lloré lo que ahora gano y pierdo, y luego dije: «Aquí la edad acaba, porque nunca comienza desta suerte». ¿Quién vio rigor tan fuerte, y de razón ajeno, temer por bueno y santo lo que se amaba tanto? Mas no os temiera yo por santo y bueno, si no pensara el fin que prometía, quien sin el curso natural vivía. Yo para vos los pajarillos nuevos, diversos en el canto y las colores, encerraba, gozoso de alegraros; yo plantaba los fértiles renuevos de los árboles verdes, yo las flores, en quien mejor pudiera contemplaros, pues a los aires claros del alba hermosa apenas salistes, Carlos mío, bañado de rocío, cuando marchitas las doradas venas el blanco lirio convertido en hielo, cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo. ¿Oh qué divinos pájaros agora, Carlos, gozáis, que con pintadas alas discurren por los campos celestiales en el jardín eterno, que atesora por cuadros ricos de doradas salas más hermosos jacintos orientales, adonde a los mortales ojos la luz excede? ¡Dichoso yo que os veo donde está mi deseo y donde no tocó pesar, ni puede; que sólo con el bien de tal memoria toda la pena me trocáis en gloria! ¿Qué me importara a mí que os viera puesto a la sombra de un príncipe en la tierra, pues Dios maldice a quien en ellos fía, ni aun ser el mismo príncipe compuesto de aquel metal del sol, del mundo guerra, que tantas vidas consumir porfía? La breve tiranía, la mortal hermosura, la ambición de los hombres con títulos y nombres, que la lisonja idolatrar procura, al expirar la vida, ¿en qué se vuelven, si al fin en el principio se resuelven? Hijo, pues, de mis ojos, en buen hora vais a vivir con Dios eternamente y a gozar de la patria soberana. ¡Cuán lejos, Carlos venturoso, agora de la impiedad de la ignorante gente y los sucesos de la vida humana, sin noche, sin mañana, sin vejez siempre enferma, que hasta el sueño fastidia, sin que la fiera envidia de la virtud a los umbrales duerma, del tiempo triunfaréis, porque no alcanza donde cierran la puerta a la esperanza! La inteligencia que los orbes mueve a la celeste máquina divina dará mil tornos con su hermosa mano, fuego el León, el Sagitario nieve; y vos, mirando aquella esencia trina, ni pasaréis invierno ni verano, y desde el soberano lugar que os ha cabido, los bellísimos ojos, paces de mis enojos, humillaréis a vuestro patrio nido, y si mi llanto vuestra luz divisa, los dos claveles bañaréis en risa. Yo os di la mejor patria que yo pude para nacer, y agora en vuestra muerte, entre santos dichosa sepultura; resta que vos roguéis a Dios que mude mi sentimiento en gozo, de tal suerte que, a pesar de la sangre que procura cubrir de noche escura la luz de esta memoria, viváis vos en la mía; que espero que algún día la que me da dolor me dará gloria, viendo al partir de aquesta tierra ajena, que no quedáis adonde todo es pena. |
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