Naciò en un enclave filosòfico perfumado
por la brisa marinera susurradora de ideas,
que acudìan en bandadas para iluminar la singladura
bravo oleaje probaba su destreza de piloto
y le ayudaba a centrar el Norte.

La maestranza de gaviero fue brùjula precisa para su horizonte
suyos fueron la romàntica albufera
y los esconces ambarinos siempre suaves a los sentidos
los metòdicos paseos vespertinos
despejaron la añeja neblina;
nuevos ojos añadidos a la razòn,
vislumbran a travès de los siglos
el rostro de la realidad.

Sin duda conoce el cruce de los siete puentes
estricta voluntad dirige àlgido proyecto
alineado con los vèrtices infinitos
siempre dispuestos al debate teòrico
y a las reflexiones profundas.

Retumba el eco de sus disertaciones en la vieja Universidad
los muros devuelven intactas las ideas
cada calle conoce los pasos bien calculados,
que cada tarde las recorrìan a la misma hora
dejando impresa una huella imperecedera.

Sòlo la antorcha de Rousseau
pudo interrumpir brevemente nìtida costumbre
arrojando luces inverosìmiles sobre el iluminado
que todavìa nostàlgico se aferra a su ciudad,
impasible cuna de rosados cirros
viajeros rudos en el amanecer del Bàltico;
mudo ante lejanas tonadas marineras
vierte sobre el papel telùricos razonamientos.

Y de esta Crìtica de la Razòn saltan bravas saetas;
que penetran la dura costra crecida a orillas del pensamiento.