Un sorbo de té a orillas de la tarde
me devuelve la infancia en peregrino adiós,
eran aquellas tardes cuando dormía con fiebre
el trópico me obligaba a ser débil;
y mi madre hervía una papeleta para la aromática bebida.

Mis ojos recuerdan la viñeta del sobre
allí meditaba un hindú de turbante y zircón
el delirio se atrevía a lanzarle rehiletes,
a través de la fiebre horadaban el círculo ornado con turmalina
presentando intrépida resistencia el turbante;
la poesía emerge de aquella ciénaga
después de sortear laberintos de taruyas
canta abstraída por el indulto.

Ciñe un batín ribeteado
franjas en las que brilla el azul y grana
sentada a la uzanza oriental;
prepara bálsamo en cristalino lecito
y despliega alas para el banquete.

En pleno otoño descubre su urbe florecida
Turín sonríe con aire filosófico,
amarillas destellan las hojas
y sonrojan al jardín cuando respira
bajo una paz aristocrática.

A media noche me quema la fiebre
la saeta impacta en el zircón,
suficiente prueba para resistir como eremita;
el Código de Manú queda desplegado
también crujen otras legislaciones
que obligan a ceñir antiquísimo arnés
mientras ruge la pesadilla.

No sé si la poesía pertenece a una casta de hierro
no soy un rajá pero el turbante resiste el delirio,
y su destello carmesí me obliga a tener fortaleza.