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La dueña de la revista (Lima, 1982 – 2002)
prosa [ ]
de Maynor FREYRE

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
por [NMP ]

2005-05-12  |     | 



Me recibió de pie, parada sobre su tamañazo, agrandado más aún por lo altos tacos de sus zapatos, con los brazos en jarras, y de inmediato recordé que una de las imágenes que más se me había grabado de la revista era la de esa Señorita Perú –no miss, como le decían en otras publicaciones--, una tal Ana Gabriela Bueno, de origen apurimeño, posando en la misma actitud que la dueña y me imagino a doña Dorina haciéndola posar, aunque después la experiencia me enseñaría que lo que daba era órdenes: Ay, mira Victorio, la pones así –y le asomaba una sonrisa burlona—y vas a ver cómo la cholita (todos riéndonos) se pone de vuelta y media, ¿tú qué dices? –le espetaba al más cercano--, y dale con las poses y las muecas, dándose vueltas como toda una vampiresa (y ahí sí la cagadera general de risa) y ella feliz por sus coqueterías de niña-vieja, palomillosa, no como ahora que estoy por primera vez frente a ella, parada en pintoresca pose, diciéndome: Ah, Rivero Bustamante, ¿de Arequipa, no?, y yo un poco por llevarle la contra de arranque, para que no se me vaya a prender: No, de Huacho, y ella risa y risa, Pero usted no va a venir a escribir de política, ¿no?, ya politiqueros tenemos bastante, ¿tú qué dices?, y todos cachacientos, Sí señora, claro, engolada la voz de Victorio, y yo con unas ganas locas de mandarme mudar, que de haberlo hecho me hubiera perdido de participar en aquello que me fascinaba, porque todo en los puestos de periódicos no era sino de gringas, aunque al pomo y con su plata, y no la Ana Gabriela cusqueña de pura cepa, o la genial foto del doctor Manuel Prado, el señor Presidente de la República Peruana, todo huachafazo con el pecho cubierto de cuchumil medallas, bastón de mando en mano, vestido de levita y tongo, por supuesto lleva cruzada la banda presidencial y luce una sonrisa de maniquí parisino en la carátula, que para qué te cuento, entonces cómo no sentirse entre feliz y nervioso de entrar a trabajar a ese lugar donde, ¡carajo!, se te presentaba la oportunidad de demostrar que no todo lo bacán en este país era necesario traerlo de Miami o de California, que no se precisaba imitar lo gringo para ser buenos, no como en Mundo, la otra revista donde había estado como ave de paso, plagada de huachaferías y sobonería de la más seria, para colmo de males, por ello me decidí a presentarme con insolencia ante la dueña de esos impresos quincenales súper insolentes, a la que ahorita la estoy viendo con ambas manos posadas en las caderas y con las piernas abiertas como las de un boxeador (no en vano había sido amante del pintor-pugilista) enfrentándose a Kiko, el director, porque ahora a ella se le había antojado cambiar la portada de la revista, cuando nos habíamos amanecido seleccionándola (me consta), pero la dueña insiste en que esas cosas no venden y que ella creó de la nada este magazín y no pensaba perderlo por el mal asesoramiento que te dan, papito, ni sueñes con eso, mi esfuerzo, mi lucha que me ha costado levantar esto para que tú pretendas derrumbarlo, ¿qué dices tú? (pero todo el mundo buscaba ya que escaparse a espetaperros), y el bonachón y bromista Kiko se iba transformando en un monstruo y la empezaba a gramputear, mientras la discusión se agriaba, y él vociferaba: ¡Te ruego, déjame tranquilo, por favor, por favor, por favor!, esta última frase en in crescendo, hasta que se paraba y la sacaba a empujones de su gran oficina intentando tirarle un portazo, mas ella se oponía con todo su cuerpo y entonces él le daba un empujón final para ahí lanzar el ansiado portazo ¡puummmmm!, entonces ella se iba del tercer piso al octavo piso, caminando como mareada, en una borrachera de desengaño, escuchando los conchatumadre que vociferaba Kiko a manera de despedida, y ella: So malcriado, soy tu madre, ¿o no lo sabes?, ¿o lo has olvidado?, escúchame hiji... ¡Hijaeputa, eres una hijaeputa madre!, bramaba él, en tanto nosotros corriendo a nuestras oficinas a sacar nuestros libros y apuntes, a ponernos nuestros sacos (el maldito de Román esta vez me ha engrapado las mangas), listos para salir corriendo en puntitas de pies, y ya desde el octavo piso ella telefoneaba y Kiko contestaba, pero tales eran los gritos que por el respiradero del gran edificio se escuchaba cómo cerraban las ventanas, bajaban las persianas, y los gritos seguían desaforados con tiradas de teléfono del hijo-director hasta quebrar el aparato y sólo quedaba Julita esperando que él se largara ¡pandangán!, tirando un portazo más, esta vez de la puerta de salida, para entrar Julita en la oficina del director con un gran rollo de esparadrapo a pegar el aparato telefónico hasta poder reemplazarlo por otro nuevo. Lo que yo no sabía, ahí tratando de desengrapar las mangas de mi saco, es que ella iba a bajar a tomar el sitio del vencido después de la cruenta batalla, y al único cojudo que encontró fue al nuevo, y el nuevo soy yo, recién llegadito de Europa y espero mañana poder cobrar mi primer sueldo, y se me acerca lasciva, me mide, me tasa, y me dice, Sobrinito, acompáñame al octavo piso para seleccionar la nueva portada, de allí llamaremos a Alonso para que nos ayude, ven no me tengas miedo, ¿por qué tú eres mi sobrinito, no?, y me agarró del cuello como a un pelele, y a Julita, la fiel secretaria, no le quedó otra cosa que darme una cómplice guiñadita de ojo.

© Maynor FREYRE
In “Puro Cuento”


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