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Temporada de pesca
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2005-07-17  |     | 



La mañana era particularmente fría y ventosa. La noche anterior, o debería decir la madrugada, habíamos estado bebiendo, comiendo y jugando a las cartas. Incluso Santiago, el uruguayo, con su guitarra en ristre nos deleitó con algunas coplas de su tierra. Poderoso efecto el del alcohol para cimentar camaraderías y descubrir talentos insospechados.
En realidad mi presencia en aquel grupo se justificaba, más allá de la amistad que nos unía, en mi talento para asar a las brasas cualquier bicho que se cazara o pescara. La noche previa había demostrado mis habilidades con unas tiras de asado y algunas achuras, que mis camaradas deglutieron con entusiasmo.
Lo que no me entusiasmaba en demasía, era tener que madrugar apenas acostado y con una resaca atroz. Y menos tener que embarcar con otros cuatro tipos en un bote de fibra de vidrio, y que a todas luces, se notaba que era pequeño para sus voluminosos ocupantes.
La laguna despedía un vapor que formaba sobre su superficie como nubes de algodón. Los pajonales es inclinaban ante el ímpetu del viento, que a su vez barría las nubecillas y formaba un oleaje calmo pero constante.
La primera sensación al ingresar al bote fue de aprensión. Y lo primero que hice fue buscar con la vista el salvavidas.
-¿Te lo pones? –Me dijo Orlando que me estaba observando-Si vas a estar más tranquilo.
Yo era un tipo de tierra. El agua no me fascinaba particularmente y menos la pesca, que me parecía decididamente aburrida.
Ellos estaban en una actividad febril. Probaban diferentes tipos de plomadas y anzuelos. Algunos utilizaban señuelos, los otros preferían lombrices. Se aconsejaban en el uso de las tanzas según la pesca. Podían encontrar, según ellos, pejerreyes, carpas, bagres o tarariras. La cuestión es que luego de tres horas, y cuándo los rayos del sol ya calentaban nuestros entumecidos cuerpos, Carlos el más experimentado, lanzó un comentario que en ese momento no alcancé a valorar en toda su dimensión:
-Esto es muy raro… parece que no hubiera ningún pescado por las cercanías… como si algo los espantó.
-Si… somos cuatro y ninguno pescó siquiera una mojarrita-Acotó Martín con desazón- como vos decís es muy raro.
Como si el Dios de los pescadores hubiera escuchado aquellas quejas Orlando gritó:
-¡Eh, picó algo!
Los otros tres dejaron sus cañas y se abalanzaron en su dirección, con tanta premura que el balanceo casi termina con los cinco en el agua.
Haya sido lo que haya sido, al poco rato de luchar la línea se cortó.
-¿De cuánto era la tanza?-Preguntó Carlos.
-De veinticinco.
-Va tener que ser una de cuarenta, por lo menos, es un bicho muy grande.
-Y el anzuelo tiene que ser del seis… con punta acerada-Aconsejó Santiago.
Todos trabajaron con esmero. Pero el pez no daba señales de vida.
Estaba mirando distraído en dirección al campamento, cuándo observé como la tanza se tensaba violentamente. Comenzó a moverse sobre el borde del bote de izquierda a derecha y viceversa. Oscar luchaba por no perder la caña. Y los otros tres trataban de ayudar. La bestia tironeaba con un rigor que yo en mi corta experiencia no había visto jamás. Pero según los comentarios de mis compañeros, ellos tampoco.
Luego de una hora de lucha, la cosa no había mejorado.
-¡Ya se está cansando!
-¡Si, ya es nuestro!
Las frases de aliento eran más optimistas que la realidad.
-¡Dale línea!-Gritó Carlos.
-¡Ya se llevó cincuenta metros!-Respondió Martín.
-¡Si hay… dale más!
Nos aproximábamos a la hora y media y yo consideraba que aquello tenía muy poco de pesca deportiva. Cinco grandullones tratando de cansar a un pobre y solitario pez. ¿Pero era un pez? ¿No nos estaría gastando una broma un buzo, por ejemplo?
-¡Ya está… ya lo tenemos…tira con cuidado!
Recogimos con suma delicadeza la línea. Si… la bestia estaba entregada. Al menos eso creímos. Repentinamente se tensó la línea. Se aflojó y como una saeta pasa bajo la quilla. En ningún momento de aquella batalla alcanzamos a ver contra qué luchábamos. Nunca vimos aparecer en la superficie tan siquiera el lomo. Pude ver en el rostro curtido de mis camaradas el desconcierto mezclándose con una dosis de inquietud.
Nuevamente la tanza volvió a pasar bajo la quilla. Y aprovechando la cercanía todos a una comenzamos a tirar hacía el borde del bote.
-¡Orlando, trae el bichero!
Se asomó con el garfio temblando en sus manos. Para ser exactos todos temblábamos. Ahora no se sabía si por el frío, la excitación o lisa y llanamente el miedo.
Carlos tomó un bolso del fondo del bote y extrajo de él algo de metal brillante.
-Por las dudas… es calibre 32-Nos mostró un revolver Smith & Wesson
El animal comenzó a arrastrar de nuevo. El bote iba detrás de él. ¡Nos remolcaba!
La voz de Orlando sonó un tanto aprensiva:
-Muchachos… nos esta llevando al medio de la laguna.
Decidí que era el momento de actuar. Tomé mi facón y me acerqué a la línea.
-¡Ni se te ocurra!-Me paró en seco Carlos-¡No estuvimos dos horas peleando con este coso… y ahora lo vamos a dejar ir!
No hizo falta mi ayuda. El animal se liberó solo. La tanza hizo un seco ruido y quedó flotando suelta.
Durante un largo rato nos sentimos desanimados, sin ganas de emprender el regreso, pero tampoco con deseos de volver a intentarlo. Lo que es más duro es que aún hoy nos preguntamos que sería aquello. Algunos más expertos especulaban que por la cercanía del Río Salado, y como esta mezcla sus aguas con las del mar, tal vez en una inundación se hubieran arrastrado un tiburón o una raya.
Horas más tarde, luego que abandonamos el lugar, en un almacén de campo dónde se podían conseguir todo tipo de vituallas y provisiones, un lugareño intrigado por nuestro aspecto demacrado, nos preguntó que nos había sucedido. Y como todo pescador lo que más adora es contar sus hazañas, le referimos nuestra odisea con la debida cuota de suspenso.
El hombre nos volvió a inquirir:
-¿Y dónde ocurrió eso?
-En la Laguna del Burro-Se apresuró Santiago.
-¡Ah… claro! No son los primeros a los que le pasa-Aseveró con tono grave-Pero no se preocupen…
Algunos de los paisanos se alejaron de nuestro grupo… uno se santiguó ostensiblemente. Otro dijo:
-¡Buenas noches!... se me hace tarde…
¿Qué estaba pasando?
El hombretón se acercó y nos habló despaciosamente:
-Miren… lo que ocurre… es que la gente de aquí es muy supersticiosa… creen en cualquier cosa…
-¿Podría saber que cosas?-Pregunté algo irritado.
-Bien… hace un tiempo dicen que en esa laguna hay un “pez diablo”…
-¿Un qué?...
Todos miraban expectantes y algo atemorizados… ya era una verdadera ronda.
-Hace algunos años un hombre de la zona fue a la laguna con sus dos hijos mozos-La voz del almacenero sonaba convenientemente lúgubre-La mujer no se preocupó cuándo ese día no volvieron, porque salían acampar allí algunos días. Pero luego de los dos días, vino a pedir ayuda al pueblo. Todos nos movilizamos… jamás los encontramos a ellos ni al bote… y eso que vinieron buzos de prefectura…
-¿Y de ahí?-Pregunté un poco más colérico- ¿Cómo crearon un mito de ese hecho?
-¡No se me apure mocito!... ya le voy a contar algo más… resulta que una semana antes de llegar ustedes, dos pescadores llegaron aquí. Compraron prácticamente todo lo que necesitaban… cañas, riles, anzuelos y carnadas. Traían un bote inflable… de esos que llaman gomón-El tipo apuro un trago de ginebra-Antes de ayer encontraron los jirones de goma en la orilla de los pajonales… de los tipos no pudimos encontrar nada…
-¡Aja!... ¿y eso los tiene atemorizados?-Volví a inquirir-¿No pensaron que pueda haber un tiburón?
-Los tiburones dejan huellas… mutilaciones… pedazos de cuerpo… no destruyen gomones…
Ante de reunir nuestras cosas y partir, nos juramentamos volver a aquel lugar y esclarecer el suceso. De hecho, que yo sepa el único que trató de cumplir la promesa fue Carlos. Nunca más supimos de él. Y cada uno de nosotros después de enterarnos de la desaparición de Carlos… jamás volvió a ir a una excursión de pesca…



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