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La profecía y la bestia
prosa [ ]

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
por [Richard John Benet ]

2005-08-13  |     | 



-¡Ay… niño!... ¡Ay… niño!... ¡Debes cuidarte de la bestia negra!... tan negra como el alma de Caín-¿Porqué justo me acordaba de aquel embuste esta cálida mañana?
Esto había ocurrido a los pocos días de llegar a España. Como todo turista quería conocer los lugares típicos, las costumbres ancestrales. Decidí que Andalucía sería mi primer destino, quería saber que era aquello de las bulerías. Quería vivir el cante jondo, ver a los bailaores y embriagarme con buen vino del país. ¡Y claro que lo viví! Todo… allá en las grutas. Hasta la madrugada en que, ya por volver al poblado, la gitana tomo mi mano y me miró con sus ojos color de miel. Y con su voz cargada de dramatismo, lanzó aquella patraña.
-¡Está bien… mujer!... toma tu dinero... ¡puedes marcharte!-Le repliqué lleno de escepticismo.
-¡Pero niño!... ¡Que no!... guárdate tus monedas-Mientras me retenía la mano-¡Debes cuidarte!... la bestia negra viene por ti.
Había olvidado aquél incidente hasta esta precisa mañana. Estaba con mi ropa blanca y mi pañuelo rojo. El diario enrollado en mi mano. Daba algunos saltos en mi lugar para calentar el cuerpo. Los demás que estaban conmigo tenían la misma tensión. Todos mirábamos en dirección de la plaza. A nuestras espaldas sentíamos el resoplido de los toros. Sus pezuñas raspando el adoquinado y sus cuernos golpeando los cercos. Parecía que la multitud se movía al unísono, tratando de adivinar el momento del chupinazo. Giré mi cabeza y lo vi. Entonces casi al instante me acordé de la condenada gitanilla. Golpeando con fiereza la tranquera, un hermoso toro negro y brilloso. Sus fauces rojizas exhalaban vapor y baba; sus fosas nasales también hacían ruido y los ojos… los ojos… ¡Miraban con odio! ¿Podían los animales odiar? Pues a mi me lo parecía. El animal tenía algo personal conmigo… ¡No me quitaba los ojos de encima!
-¡Déjate de estupideces!-Pensaba-¡Vas a creer las boberías de estas gentes supersticiosas! Solo los ignorantes creen en profecías y demás sandeces.
El estallido interrumpió mis pensamientos. Todos echaron a correr calle abajo. Yo luego de unos instantes de duda también. En el primer recodo resbalé un poco… pero seguí mi carrera a buen ritmo. Trataba que la respiración fuera acompasada. Delante de mí alguien cayó y salte sobre su cuerpo. ¡No tenía tiempo de ayudarle!... los animales estaban a nuestros talones. Escuche algunos gritos. Eran del pobre desgraciado. De soslayo alcance a ver a los toros… el negro venia en punta. Su cornamenta y cerviz tenían sangre. Aceleré la marcha, mientras otro toro más pequeño se adelantaba y me pasaba por mi costado derecho. Con el diario le di un golpe en el costado y lo esquivé por el otro lado. El toro se abalanzó sobre la empalizada, y un tipo cayó al suelo. Se hizo un ovillo para evitar las corneadas. Miré para atrás. El negro seguía firme en la persecución. Parecía estar esperando su oportunidad.
-¿Dónde está la puerta del encierro?-Ya no daba más-¿No llegamos nunca?
Las piernas no me respondían… ya faltaba tan poco. La gente entraba a raudales en la plaza de toros. ¡Lo iba a conseguir! ¡Una vez que entrara estaría a salvo!
El negro estaba casi a la par. Movió su cabeza para pegarme en el costado. Trastabillé un poco y de nuevo use el diario. Siguió de largo hasta el cerco y golpeó con dureza.
Quedamos el uno contra el otro… misteriosamente la gente había desaparecido de nuestro derredor. La bestia agachó la cabeza hasta casi tocar el pavimento con el morro. Las pezuñas rasparon un par de veces los adoquines y bramó. Entonces se abalanzó.
-¡Maldita gitana!-Recordé una vez más: ¡Ay…niño!... ¡Ay… niño!... ¡debes cuidarte de la bestia negra!... tan negra como el alma de Caín.
La cornada fue profunda y letal. Sentí que las vísceras y la sangre me abandonaban… ¡Ya era tarde! Allá se iba la bestia negra…había venido por mi.


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