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El Futuro Cadáver
prosa [ ]
Un mundo donde el suicidio es la moda

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por [Descalzo ]

2009-08-01  |     | 



— No entiendo la muerte — dijo Adriana mientras pulverizaba el terrón de azúcar con la cucharilla de café —No sé por qué intentó suicidarse

— Me dijiste que en los últimos tiempos tenías poca comunicación con Roberto. Quizá no te confesó cosas que lo angustiaban.

Estábamos en el café de la clínica. Dos pisos más arriba, mi amigo y novio de Adriana estaba en Cuidados Intensivos por lesiones en las cervicales y principio de asfixia a causa de su intento de suicidio..

— ¿Qué motivo puede tener para matarse? — insistió Adriana —Yo lo amo, está rodeado de buenos amigos como tú, disfruta de la herencia de su padre y no necesita trabajar. Son pocas las personas de su edad con automóvil y casa propia.

— Pienso en preocupaciones y angustias que para nosotros pueden ser tonterías y para él razones de peso.




Unos meses atrás, Roberto había inaugurado en Internet un blog llamado El Futuro Cadáver en el que defendía la cultura del suicidio. Se abría con un grabado de Zenón el Estoico quien, según la leyenda, al salir de la Stoa cayó rompiéndose un dedo de la mano. Lo interpretó como un llamado de la tierra y se estranguló a sí mismo frente a sus discípulos.

Varias entradas las dedicaba a Artur Koestler, el escritor que en los años ochenta se suicidó junto a su esposa por problemas de salud. En un libro póstumo, aportó recetas de cócteles tóxicos para lograr la muerte con rapidez.

El futuro cadáver debe montar un escenario preciso, donde sólo figure lo necesario para su tránsito. La escenografía será simple, ascética. No olvidemos que el único protagonista es la muerte y debe estar rodeada de silencio e intimidad, afirmaba mi amigo en el blog. Siguiendo estas consignas, luego de comprar en una ferretería varios metros de cuerda y una roldana para ajustarla al cuello, colgó de las vigas un saco de cemento para comprobar su resistencia. Enseguida desconectó el timbre, apagó el móvil y vació de cuadros y muebles el desván donde debían encontrar su cadáver.

Menciona en muchas entradas del blog el vínculo entre el sexo y la muerte. Varios artículos se extienden sobre el suicidio ritual de algunos miembros de la Masonería que envuelven sus cabezas con herméticas fundas de plástico para producir la intensa excitación que acompaña a toda forma de asfixia y lleva al hombre a eyacular. Quizá por eso haya elegido el ahorcamiento como forma de morir.

Para mi amigo, el último momento de la vida debía estar lleno de orgullo y de una altivez desdeñosa por la estupidez del mundo. La nostalgia y la desesperación que engendraran el deseo de suicidio, debían culminar en un show de dignidad, en una demostración al universo del sonoro desprecio que el futuro cadáver sentía hacia él, de modo que los sobrevivientes, al escuchar los detalles de la muerte, se admiraran y siguieran su ejemplo.




— Roberto es muy callado — comenté a Adriana — tú a veces te quejas de eso. Quizá ese carácter introvertido lo llevó a ocultar la causa de su decisión.

— Entonces, ¿que sugieres que haga?

— Mañana se cumplirán cuarenta y ocho horas; dicen que es el plazo para que aflore la angustia luego de un intento de suicidio. Tendrá necesidad de hablar y aprovecharé para preguntarle los motivos; si no me los dice, insistiré una vez más y si también se niega, me daré por vencido. En muchos casos, las tentativas de suicidio se repiten y de conseguir que se exprese, sería como hacer que nos tienda una mano para ayudarlo.






Aquel día, la muchacha fue a visitar a la madre de su novio, quien permanecía postrada desde hacía años debido a una tendencia a las embolias. La anciana la recibió preocupada; la noche anterior había soñado que su hijo pedía ayuda. Adriana la tranquilizó

— Anoche fuimos a cenar y a bailar y estaba más contento que nunca — aseguró — Ha iniciado un nuevo negocio y brindamos por el éxito.




Otra sección del blog se llamaba Las trampas de la vida. En ellas se describen los intentos de familiares, amigos y gente en general para evitar el suicidio. Premoniciones (como en el caso de la madre de Roberto) y todo tipo de argucias más o menos disimuladas, procurarían impedir que el futuro cadáver encuentre su destino. Mi amigo, en una entrada titulada La propuesta de Hamlet, afirmaba: Cuando resolvemos nuestro fin, podemos mirar de frente a la vida con la convicción de que en unas horas terminarán las insolencias, las alegrías, los dolores, las angustias y el mismo afán ciego e irracional de vivir. Todo se hundirá en las negras aguas de la muerte





En el café de la clínica, Adriana había reflexionado.

— Alirio, estoy de acuerdo contigo en que no debemos dejar ningún cabo suelto Yo también preguntaré el motivo de su decisión. Si te parece, mañana conversaré con él y luego lo harás tú…

Se interrumpió y tiró de mi manga.

— Mira a esas personas.

Eran una pareja. Ambos vestían de negro, estaban maquillados con ojeras y sus camisas mostraban el antiguo símbolo celta de la muerte y el perfil de Zenón el Estoico, los logotipos del El Futuro Cadáver.

— No debes perseguirte, Adriana. Puede ser casual que lleven esas franelas…

— ¿Qué opinas ahora? — señaló otro par de jóvenes vestidos y maquillados de la misma forma que se acercaron a ellos. Llevaban carpetas cuyas cubiertas reproducían la carátula del blog. Advertí alarmado que aquella era la respuesta a la convocatoria de Roberto a través de Internet. Pensando lo mismo, Adriana me miró con desconsuelo.

— Ves, Alirio. Esto también me lo ocultaba.





El sueño de la madre de Roberto había preocupado a Adriana. Decidió ir a casa de su novio y al llegar vio cerrado el ventanuco del desván; siempre lo dejaba así cuando estaba dentro. Pulsó el llamador, golpeó, gritó su nombre y al no tener respuesta, subió a la azotea donde había dos ventanas daban al ático. Desde allí vio las piernas de Roberto colgando a un metro del piso y agitándose en los espasmos previos a la muerte. Rompió los vidrios y se deslizó al interior cortándose uno de los brazos.

En otro de los pasajes del blog, mi amigo afirma que si alguien descubre al suicida cuando está a punto de morir, la víctima debe echarlo, insultarlo e incluso golpearlo. La persona que llega es el embajador de la vida que estamos abandonando. Si es necesario utilizar la violencia para marcharnos, debemos hacerlo. Por eso, cuando vio a Adriana, intentó patearla, el único ataque que le permitía su postura. A pesar de esto, la joven buscó un cuchillo, se trepó a la mesa y cortó rápidamente la soga. Medio asfixiado, Roberto cayó al piso boqueando. Dejó de resistirse cuando llegó la ambulancia y fue atendido por los paramédicos.


En cuanto a las razones para el suicidio, no había artículos precisos en el blog. Algunos párrafos se referían a los motivos de los orientales, como el honor, la lealtad al emperador y otros relacionados con cuestiones metafísicas. Mencionaba también el agobio que producía la decrepitud del mundo, comprobar no ya el paso de la propia vida, sino de los eones; el desgaste de lo que fuera alguna vez una gloriosa creación. Dice el párrafo: …es lo que sentimos cuando miramos el cielo y las estrellas nos parecen pocas; cuando intuimos que alguna vez hubo un firmamento donde los astros luchaban entre ellos para mostrarse e iluminar la tierra como si fuera de día.





El grupo de supuestos seguidores de El Futuro Cadáver, nos miraba fijamente. Una de las chicas levantó el dedo, nos señaló y cuchicheó con los otros

— Alirio, voy a preguntarles.

— No creo que sea prudente, Adriana …


La muchacha no hizo caso a mi advertencia; se levantó de la silla acercándose al grupo y yo la seguí. Me recordaban los Cabezas Rapadas de Europa o los Motociclistas de la Muerte de Estados Unidos.

— ¿Vienen a visitar a Roberto Apeztegui?

— Sí…

— ¿De dónde lo conocen? Soy la novia.

— Somos los Futuros Cadáveres, discípulos de Roberto en nuestra lucha por la propia muerte. ¿Usted también pertenece a nosotros? — preguntó el más corpulento.

— No seas tonto — dijo una de las chicas— Ella fue quien lo salvó.

Se apartaron como si tuviéramos peste y dejaron de hablarnos. En ese momento, la enfermera avisó que podíamos pasar y seguimos al grupo a la habitación de Roberto.

Habían peinado los cabellos lacios de mi amigo y rociado el ambiente con un perfume a magnolias ácidas. Sin saludar, un par de Futuros Cadáveres se colocó a ambos lados de la cabecera y la otra pareja a los pies de la cama. Después supe que aquello era un ritual. Simbolizaban cuatro guerreros encargados de custodiar la voluntad de morir del candidato. Adriana se acercó y lo besó fugazmente en la boca.

— ¿Cómo estás, campeón? — pregunté tratando de dar a mis palabras una nota de optimismo que sonó falsa. Roberto sonrió y asintió con la cabeza.

Estuvimos un rato hablando de vaguedades frente a los desconocidos. Tuve que marcharme; estaba sin trabajo y esa noche me habían ofrecido reemplazar a un amigo en la vigilancia de un depósito. Adriana salió conmigo.


— Esto no puede ser, Alirio — dijo frustrada — Yo le salvé la vida y no pudimos tener un momento de tranquilidad debido a esos idiotas que sólo piensan en la muerte.


Estaba a punto de llorar. La calmé insistiendo que lleváramos adelante nuestro plan. Al otro día después del almuerzo se cumplirían las cuarenta y ocho horas del intento de suicidio; ella entraría primero y le preguntaría por los motivos.

Llegué más temprano que Adriana. Sólo había una pareja de Futuros Cadáveres junto a la ventana y hablaban entre ellos con apasionados susurros. Esto me permitió conversar casi a solas con Roberto.

— ¿Qué les pasó a los que estaban ayer?

— Mauricio se arrojó desde el puente — respondió mi amigo con tranquilidad — De acuerdo a las corrientes, encontrarán su cuerpo esta noche. María, la muchacha que estaba con él, debe estar bebiendo arsénico y al atardecer su madre hallará el cadáver.

Comprendí entonces que a pesar de su aspecto temible, todos eran soldados condenados a caer en la lucha contra sí mismos. La chica que estaba en la habitación se adelantó. Era hermosa, pero sus dientes delanteros estaban demasiado salidos y abultaban sus labios.

— Roberto, debemos irnos. Tenemos un mitin…

Abrazaron a mi amigo y se despidieron de mí con frialdad. Todos ellos (debía reconocer que también Roberto), tenían la mirada fija y los ojos perdidos, quizá buscando otras realidades, como lo había descripto Adriana.

Mi amigo se mostraba triste y me pregunté si sería la angustia de las cuarenta y ocho horas

— ¿Qué planes tienes para cuando salgas de aquí? — pregunté al quedar solos.

Su sonrisa y su silencio me hicieron saber que volvería a intentar el suicidio.

— ¿Por qué lo hiciste, Roberto? — era Adriana quien debía preguntar en primer término, pero no me pude contener. Al tomarlo de sorpresa, desvió la vista y por un momento sus labios se ahuecaron en un gesto de angustia.

— Me dijiste que habías leído mi blog Allí explico que no debe haber un motivo para suicidarse, o que el motivo es lo secundario…

— El blog dice muchas cosas. Habla de la lealtad al emperador, de sentirse un anacronismo y de la decrepitud del mundo. Todos ellos serían motivos para un suicidio y te nombré sólo tres…

En ese momento llegó Adriana. Saludó, besó a su novio y yo me disculpé diciendo que debía ir al baño. Intercambiamos una mirada de inteligencia con la muchacha sin que lo advirtiera Roberto.

En el pasillo me senté junto una reja por la que llegaba el rumor de las voces. La de Adriana, grave y pausada y la de Roberto, angustiada. No podía escuchar las palabras, pero me pareció extraño que mi amigo, acostumbrado a los monosílabos o a los largos silencios, hablara tanto. De vez en cuando lo interrumpía algún comentario de su novia.

Dormité y soñé que Roberto, parado en la mitad de una calle, confesaba con acento quejoso infidelidades, perversiones y delitos sin nombre. En vidas anteriores había sido Nerón, participó en las Guerras Púnicas y colaboró en clavar a Cristo al madero. Al fondo, sobre un lóbrego atardecer, lo esperaba un alto patíbulo.

Me despertaron los gritos de Adriana.

— ¡… no me puedes decir que es por eso!

— ¡… no debo darte explicaciones… mi vida y mi muerte me pertenecen…!

Una enfermera que pasaba caminó más lentamente, preguntándose si debía intervenir.

— Es una pelea de novios — comenté con una sonrisa de disculpas. En ese momento, la muchacha salió de la habitación dando un portazo. Sus ojos brillaban furiosos.

— ¡Te lo dejo a tu amigo! Sé que no tienes la culpa, pero es imposible estar con alguien que se suicida por eso.

— ¿Qué te dijo…?

Estaba demasiado furiosa como para responder. Me hizo un gesto airado y se marchó. Volví a entrar. Roberto miraba con aspecto pensativo la ventana que daba al río Desde allí podía ver las ramas de los árboles inclinadas sobre el agua. Estuve por preguntarle qué había ocurrido con Adriana, pero sentí que debía actuar con prudencia.

— Está hermosa la tarde — comenté.

— Todo lo que aparece es malo — respondió mi amigo.

— ¿Cómo dices?

— Son las palabras de uno de los padres de la iglesia, San Ignacio de Antioquia. Pidió que lo arrojaran a los leones, aún cuando podía haber logrado el indulto del Emperador sin abjurar de su fe. En las cartas que envió a los diferentes pueblos por los que pasaba cargado de cadenas, escribió esa frase: Todo lo que aparece es malo. Sabía que con la perspectiva de la muerte, el mundo cobra fealdad, maldad, no importa que estemos mirando a nuestra amada o a lo más bello del universo…

— Adriana acaba de enfadarse.

— Así son las mujeres.

— Creo que ella supo el motivo de tu decisión por lo que dijo al salir. Roberto, hace un año querías vivir, no tenías esta obsesión suicida. Algo tiene que haber ocurrido.

Me miró con una sonrisa.

— Tú también te matarías si comprendieras. Cuando me vaya, mi muerte será como el reflujo de una ola y atraerá a unos cuantos. El suicidio se contagia. Te recomiendo la novela Mesías de Gore Vidal…

— No son más que palabras — lo interrumpí — tiene que haber un motivo, algo que pueda revertirse.

— La fuente de la melancolía — me corrigió

— Llámalo como quieras, pero en algún momento debe haber empezado todo…

— Las estrellas de Windows ya no son lo que eran — me interrumpió.

Tuvo que explicarme en detalle. Se refería al protector de pantalla de Windows llamado Campo de estrellas.

— Hace unos años, cuando era adolescente, en la segunda versión del Windows 98, la pantalla pasaba del negro al blanco por la enorme cantidad de estrellas y recuerdo que estaba horas mirándolo, imaginando que volaba entre ellas. En las versiones posteriores, sólo llegan a doscientas y apenas tiñen la pantalla. Hay que acercarse para verlas. Se trata de la entropía, la decadencia, el final de la energía; la señal del universo afirmando que debo morir.

— ¿Te das cuenta de lo que dices Roberto? Es algo secundario, tan sólo un sistema operativo. No son las verdaderas estrellas las que se alejan y se pierden. Si te asomas a la noche, verás el cielo repleto de ellas. Piensa además a cuántos afecta el cambio en el protector de pantalla; no todos intentan suicidarse por eso.

— El camino hacia la muerte es diferente para todos… — miró el reloj — Noelia, la chica de los dientes salidos acaba de colgarse. Espero que haya tenido éxito. Su amigo era el encargado de cuidar que nadie llegue de pronto y frustren el suicidio, como me pasó a mí.

— Si consigo que en tu ordenador el protector de pantalla funcione como antes, ¿revisarías tu decisión de suicidarte?.

— Eso es imposible. No podrías modificarlo.

— Lo que viste fue el resultado de una producción técnica Hay quien puede cambiarlo.

— No te creo

— Las estrellas de Windows pueden volver a ser lo que eran. No hay que perder las esperanzas…

Me preguntaba si mi amigo me tomaba el pelo; si intentaba apartarme para intentar matarse otra vez. Tenía el rostro vuelto a la ventana y de pronto advertí que estaba llorando.

— Soy un defensor de la muerte, Alirio, pero reconozco que es doloroso abandonar la vida; es como hacerlo con la mujer que se ha querido desde siempre, como dejar un puerto donde han encendido guirnaldas y los niños agitan banderas con tu nombre.

— Roberto, me comprometo en conseguir para hoy a las nueve y media de la noche un protector de pantalla como el que tenías antes. Debes prometerme que no te suicidarás hasta entonces

Él asintió. Le pregunté varias veces si quería contarme algo más, pero siguió callado, negando con la cabeza. Había vuelto a hundirse en el mutismo.

Pensé que todo iba a ser fácil. Sabía que bastaba tomar el archivo con terminación scr que contenía el protector y reprogramarlo para aumentar en forma indefinida la cantidad de estrellas que debían aparecer sobre el fondo azul oscuro. Traté de comunicarme con alguna de las tres personas que en la ciudad podían ayudarme.
Dos eran ingenieros de sistemas y se habían marchado sin dejar direcciones ni otros datos. El tercero, un amigo programador, vivía en un barrio apartado, sin teléfono. Al llegar allí, encontré la casa vacía y los vecinos me informaron que se había mudado al otro extremo de la ciudad. Les expliqué la urgencia del caso y uno de ellos accedió a darme sus nuevas señas. Cuando pude hablar con él y explicarle todo, accedió a reprogramar el archivo sin cobrar un peso.

Contaba con poco dinero, pero tomé un taxi tratando de llegar a tiempo a mi cita con Roberto, a pesar de lo cual estuve en la clínica recién a las diez de la noche, una hora después de lo acordado.

En la guardia no me dejaron pasar. Discutí con la enfermera; expliqué que el paciente no tenía familiares, que yo era uno de los pocos que lo visitaban.

—Eso no es cierto — afirmó la mujer — Su hermana está con él. Llegó hace una hora.

— No puede ser. Roberto es hijo único.

— Hay una señorita que dice ser su hermana y que por pedido del paciente pasará la noche cuidándolo.

Después de rogar y discutir durante media hora más, pude finalmente entrar. En el pasillo, frente a la puerta de la habitación, encontré a Noelia, la chica de los dientes salidos.

— Pensé que habías muerto

— Es lo que te hizo creer Roberto... No entres — ordenó al ver que me dirigía hacia la puerta

— Tengo algo para él. Es urgente.

— No creo que puedas entregárselo. Ya debe haber hecho efecto el cóctel que le preparé.

— ¿Qué cóctel?

— El Koestler 25

Supe que se refería a la lista de recetas del último libro de Arthur Koestler. Entré en la habitación y encendí la luz. Mi amigo se sacudía con los ojos abiertos y una línea entre amarilla y sanguinolenta bajaba de su boca. Llamé rápidamente a la enfermera que me hizo salir y al rato el lugar se llenó de médicos. Iban y venían con expresiones de urgencia.

No pudieron salvarlo, ya que el veneno era uno de los más letales. Tuve que declarar en la policía y finalmente fui liberado de cualquier cargo en mi contra. Noelia, (su verdadero nombre era Dorotea) se suicidó esa misma noche, colgándose de la cornisa del edificio donde vivía.

En los días que siguieron, el blog se convirtió en objeto de culto para la mayoría de los adolescentes de la ciudad y del país que vestían las franelas del El Futuro Cadáver y llevaban adelante sus consignas. Ante la cantidad creciente de suicidios, las autoridades tomaron medidas y los jóvenes protestaban diariamente frente a gobernaciones, alcaldías y ante la misma casa del presidente, reclamando la libertad de morir.



Una tarde me encontré casualmente con Adriana. Estaba hermosa; había soltado sus cabellos rojizos y al besarla sentí un suave perfume. La invité a un café y durante una hora hablamos sobre generalidades.

— ¿Cómo te has sentido desde la muerte de Roberto? — pregunté de pronto

— Fue un gran fracaso, Alirio. Volqué mucho en él, lo amé verdaderamente.

El tono era resignado. Comentó que había reflexionado mucho sobre lo ocurrido. De pronto calló, negó con la cabeza y sus ojos se enrojecieron.

— Pensé que lo había superado.

— Es muy reciente como para dejarlo atrás así de fácil — dije tomándole la mano. Ella sonrió.

— Mañana me caso — murmuró — mi familia opina que es un salvavidas, pero no me importa.

Se aferró a mi mano, me miró a los ojos, nos besamos y al rato estábamos en un motel.

Caricias ardientes; gemidos; posturas extremas. Nos mordíamos gritando groserías y nos abrazábamos tan fuerte que no sentíamos los cuerpos. Con aquello intentábamos compensar el gigantesco reflujo de vida que había sido la muerte de Roberto. Al terminar quedamos jadeando, rendidos. En la calle, los manifestantes seguían clamando por la libertad de ser futuros cadáveres.

No volví a ver a Adriana. Los suicidios de personas jóvenes se multiplicaron aún más y las autoridades, desesperadas, recurrieron a una medida que había sido exitosa en la Antigua Roma frente a una epidemia como aquella: diariamente, en las plazas de la ciudad, expondrían al público los cadáveres desnudos de aquellos que hubieran muerto por su propia mano.

Durante tres días, cuerpos inertes de hombres y mujeres jóvenes fueron exhibidos en una plataforma y la gente se agolpó para verlos. Como resultado, las manifestaciones y los suicidios disminuyeron a más de la mitad. Un mes después, todos habían olvidado El Futuro Cadáver. Furiosos cantantes de Rock con agresivas protestas lo reemplazaron en la moda y entre las muchachas se multiplicaron los casos de bulimia y anorexia. La vida regresaba lentamente a sus cauces normales.

En cuanto a mí, instalé el protector de pantalla que no pude entregar a Roberto y todas las tardes miro las estrellas que por momentos cubren la pantalla con una pátina lechosa y brillante. Entonces imagino volar por los espacios siderales, participando en una creación continuamente renovada que me obliga a seguirla.


Ricardo Iribarren

Registro Nacional de Derecho de Autor Nº 1-2009-15417 — Colombia 2009

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