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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2010-06-26 | |
Había perdido toda información, los canales de acceso estaban desconfigurados, no tenía la suficiente destreza para iniciar rápidamente un nuevo contacto. Era una victima más de la tecnología.
Estaba sencillamente deseoso de que las cosas le salieran bien y seguir explorando sus cualidades literarias. Se había prometido escribir sus notas para el mundo y lo lograría, aún no sabía cómo, pero lo intentaría “por ensayo error”. Tal vez. Esa tarde no comió, no se despegó ni un instante de la luz del monitor, iría a la cama sin cenar o probablemente pasaría en vigilia hasta el día siguiente, nunca antes había sido tan obsesivo en sus tareas pensaba que le quedaba poco tiempo y lo que le quedaba por hacer, debía realizarlo pronto. Mientras hacía intentos por lograr su cometido, pensaba: soy mayor de edad, tengo ya 65 años, si un número, ganador de loterías. Ciertamente interesante. Recordó que alguien le dijo, que estaba en «la juventud de la vejez». Eso le sonaba muy halagador siempre que no se mencionara enfrente de grupos coetáneos, esos clubes de la edad dorada, uniformados con sudadera verde oscura, tenis blancos planos y gorras de cualquier entidad oficial que se precian en proclamar, “el adulto mayor es nuestra razón de ser”. O lo peor de todo, aquellos asiduos visitantes de casas museos, bibliotecas y parques otoñales, para restablecer dicen, la ecología y la homeostasis del mundo que se acaba sin que podamos detenerlo. Ser mayor parecía de gran significado en épocas pasadas, autoridad, preferencias, sabiduría, punto de referencia y la inminente capacidad de consejería. El manejo de una libertad que compensaba las largas jornadas laborales. Se era "el jefe" de una familia numerosa, con responsabilidades económicas, formativas, sicoafectivas y se tenía la última palabra. Ahora los años nos llegan con rótulo propio «tercera edad» sinónimo de devaluación, todo por debajo del valor absoluto, la letra más chica, la conversación menos audible, los objetos más pequeños difíciles de percibir y manipular, los pasos más lentos, los recuerdos más difíciles de atrapar y como si fuera poco, nos cubre un halo de indigesta transparencia. Eran las 10 de la noche ó mejor las 22.00 horas, en ese lenguaje se entendía que las horas del día se estaban agotando y seguía allí, quieto, casi inmóvil, sin modificar nada. Estaba, aparentemente, sereno, parecía no llevar prisa, luego de una semana de asueto. Aunque no estaba de vacaciones, sabía, sin embargo, que aquello, significaba el final de los días productivos. En la empresa (su empresa, como terminamos llamándola) se habían dado cuenta de que su silla estaba siempre en el mismo lugar y decidieron removerla para habilitar un lugar de trabajo al sobrino del Presidente, un joven prometedor que acababa de llegar de Madrid con una propuesta renovadora para obtener fructuosas ganancias. … Una mañana madrugó como de costumbre y en su despacho encontró a Blanquita (la Sra. de los tintos) con el aromático cafecito acostumbrado y un memorando de parte de la Junta administrativa donde se le invitaba a la sala de reuniones, con el membrete «importante». Sin más se dirigió al lugar, abrió la puerta y se encontró protagonista en medio de los consabidos aplausos. Esta junta, se congrega en esta oportunidad …bla, bla bla, para despedir al Dr. SANTANDER (era él) y a nombre de la compañía agradecerle sus años de servicio, su maravillosa gestión y participación en los procesos de crecimiento empresarial, su dedicación y abnegación en los momentos de crisis y su gran valía en los contactos internacionales.( palabras más, palabras menos) que parecían atormentar su ya avanzada precariedad física (a juicio de la empresa)…y saludar bla bla bla…la retórica uniformizada lo volvió casi loco. Todo lo que siguió fue para él, como un castigo más que un reconocimiento. Estuvo esperando por años ese momento...ahora se le antojaba un insulto, una falta de respeto, una descortesía. Se levantó de la silla, pasó las manos por su abrumado rostro y se dio cuenta de que todo le era desconocido, los rostros se agrandaban ante su mirada, todo giraba a su alrededor, un sudor frio corria por cada pliegue de su piel,las palabras eran ecos sin significado, se llevó la mano al pecho.El eco quedó resonando como un último adiós… «y saludar...Al magíster P.H. DR. Abraham Manevich quien desde hoy continuará con la labor que tan diligentemente ha realizado nuestro amigo, más aplausos clap...clap…clap...clap..." Dejó el salón pues supo que no necesitaba entregar, de manera oficial, su puesto, sólo le bastaría recoger unas cuantas fotos, uno que otro trofeo, algunos certificados de asistencia a esos cursos de capacitación creados para dejar constancia de que se cumplen objetivos. … Había llegado a su casa tras una mañana de reflexión. No había encontrado a nadie, su fiel empleada ahora sólo iba dos días por semana, y su esposa de guardia en el hospital.A sí supo con amargura, que tendría que prepararse algo de comer. Quería hablar con alguien pero no sabía que decir. Se fusionaba en cada palabra que emitía y tardaba en responder, de repente no tenía nada claro, sólo una bolsa negra que Blanquita le había regalado para guardar sus pertenencias. … Seguía intentando lo imposible, tardaba mucho, pero a su juicio, las cosas no le salían tan mal, había conseguido mantener el ordenador encendido y la página de “Microsoft Word”estaba vigente. Ahora podía escribir y permanecer allí todos los días que fueran necesarios, sabía que debía aprovechar cada minuto del tiempo y deslizar por el teclado cada caracter que finalmente se convertirían en su mayor legado. Por un instante, una carpeta con letras doradas sobre el escritorio, lo distrajo violentamente de sus pensamientos, no recordaba haberla visto antes, olvidaba ó tardaba en recordar…en cualquiera de los casos estaba visto que era la primera vez que la veía…se puso de pie la tomó en sus manos y leyó con voz tenue detenidamente lo que allí decía. NOTARIA PUBLICA VEINTIUNA: testamento abierto Dr.Santander 1944-2009 “Pero la llama, que la vida en nosotros encendió, Si aún hay vida, aún no está apagada, El frío muerto en cenizas la ocultó: La mano del viento puede erguirla todavía. …y otra vez conquistemos la Distancia – la del mar u otra, pero que sea nuestra” Fernando Pessoa. |
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