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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-10-19 | |
Priscila era muy bonita, mucho más de lo que ella imaginaba o alcanzaba a percibir. Poseedora de extremados e inusuales dotes de seducción y sensualidad, no era dueña de controlar todos los efectos que producía. Pero más allá de todos estos envidiables dones, Priscila contaba con un mundo interior suficientemente bello y radicalmente cultivado, a pesar de su juventud. Ese caudal, lo cristalizaba en la escritura de muy afinados poemas y en una relación con los otros, que delataba una muy pulida estética, incorporada en todos los actos de su cotidianeidad. Todas estas características, sumadas a la quizás poca experiencia, le generaban muchas veces, situaciones incómodas o confusas producidas por algún malentendido. Se encontraba con muchachos que la perseguían o pretendían besar, cuando ella, al menos concientemente no había buscado eso.
Priscila había construido un hombre ideal, la imagen de quien debía poseerla, aunque en relación a él, ella se sentía inferior, cosa que le hacía esforzarse por estar a su altura. En verdad buscaba un gemelo que tuviera las herramientas para contrarrestar sus puntos débiles. El problema radicaba en que este hombre solamente existía dentro de su imaginación, ya que todos los que se le acercaban, estaban para ella, muy lejos de reunir todos los atributos que pretendía. En el último verano, Priscila llegó a sentirse algo asediada por los hombres o tal vez, lo que más le irritaba, era que ninguno fuera como el muchacho de sus sueños. No es que le molestara el acercamiento, sino principalmente el equívoco. Fue así que decidió cambiar de imagen, intentando por todos los medios quitarse de encima, todos los rasgos que irradien atracción. Dejó de caminar como lo hacía, al menos lo intentaba, ya que su refinado paso era algo en lo que Priscila capturaba la mirada de los demás. Andaba ahora con el pelo recogido y con vestimentas anchas. Si fuera por ella, hubiera realizado aquello que siempre recordaba de los dibujos animados que veía cuando niña, conseguir esmalte invisible y pintar su cuerpo. Del sitio de la red donde publicaba sus poemas, retiró su foto colocando en su lugar una imagen artística, más precisamente un cuadro de Gauguin. Priscila suponía, que a partir de todo esto, ninguno se le acercaría más que por alguna afinidad con su mundo interior. A su vez se dio cuenta que ella misma, no dejaba de fascinarse con la belleza masculina, y que eso mismo le impedía conocer a alguien por sus dotes espirituales, al menos, esto se complejizaba. Todo este dispositivo que Priscila había montado, se había convertido en una muy sofisticada táctica, que implicaba para ella un esfuerzo contranatura. Pero consideraba que valía la pena, para alcanzar sus más añoradas metas. Fue durante ese tiempo, cuando llegó a escribir sus poesías más bellas y mejor trabajadas, con un inusual despliegue de metáforas y metonimias. Casi como que hubiese ubicado en el papel, todo aquello que supuestamente había retirado de su imagen, Digo supuestamente, porque su belleza a pesar del intento por disimularla, permanecía intacta. Conocí a Priscila, cuando hice la presentación de mi libro de cuentos. Desde el instante en el cual me realizó aquella pregunta, sobre uno de mis personajes, quedé tremendamente impactado y atrapado en la telaraña en la que sentí caer. Desde entonces, no dejo de pensar en ella, esperando siempre esos momentos de encuentro.
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