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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-01-08 | |
Era otro día de tedio cotidiano, igual a cualquier otro en su vida en los últimos diez años. Levantarse mucho antes de que clareara, y semidormido tomar un colectivo, el tren suburbano y luego otro colectivo. Al llegar a la cafetería saludaba a sus otros compañeros de tarea, y mientras tomaba el café, hacía su pedido al uruguayo.
-Dame nueve termos de café dulce, dos de amargo, dos de mate cocido, dos de té y tres leches dulces… después te digo los vasos que necesito. Revisó el carrito y limpió la bandeja, las pinzas y sus trapos rejillas. Después cargó los termos y se dirigió primero a la panadería dónde compraba sus ocho docenas de facturas. -¡Hola, Tapia! Dame una lágrima con una medialuna… de grasa. -Tapia, a mi dame un mate y un bizcocho. Había perdido su nombre y su verdadero apellido en alguna esquina de aquellas calles que frecuentaba, hacía ya unos cuántos años. Ni siquiera recordaba por qué le apodaban Tapia, y si lo sabía ya no tenía ganas de explicarlo. -Che, Tapia… no me fías un cortadito y una factura. En esos momentos, salvo algún instante en que compartía algunos chistes y conversaciones intranscendentes, ponía su mente en blanco. Solo se dejaba llevar por la corriente de los acontecimientos, que el día transcurriera lo más pronto posible. Al final de la jornada la satisfacción del regreso al hogar, se mezclaba con los dolores de sus piernas y la somnolencia que lo embargaba si tenía la fortuna de sentarse en el viaje. Pero este día recién comenzaba, y encima había comenzado a lloviznar. El frío aumentaba las ventas, pero la lluvia espantaba a la gente de las calles. Y además él se mojaba. Estaba en eso de imprecar al mal tiempo y su condenada suerte, cuándo un auto blanco y relumbrante le cortó el camino. Estaba por cruzar la senda peatonal, y el vehículo se le vino encima y le bloqueó el paso. -¿Pero que hacés la puta…? -¡Pero, Tapia, amigo! ¿Que te pasa, che? -¡Chulo! ¡Hijo de puta! Tanto tiempo sin verte El tipo bajó del auto. Era el sargento Zuloaga, el Chulo. Era un cliente asiduo de Tapia desde que era cabo primero y hacía servicio de calle. Se habían hecho amigos, pero al Chulo lo trasladaron de comisaría y se habían dejado de ver. -¡Que máquina! Un Chevrolet Vectra, te felicito. -En realidad el auto es de mi señora… esperá que te la presento. El Chulo abrió la puerta del auto y Tapia vio dos cosas. Una era un arma plateada sobre el asiento del conductor. Zuloaga siempre andaba prevenido. Y la otra una mujer bellísima que se bajó del auto. Tenía unos pantalones ajustadísimos y un top que realzaban su llamativa figura. La muchacha parecía cualquier cosa, menos la señora. La voz ronca y susurrante reforzó esa impresión. -¿En que andás, Tapia? -Ya ves, siempre en lo mismo. -¿Y la familia? -Bien… bien. -Bien… bien… dale, contame, seguro que seguís con problemas de plata, ¿o no? -La voy llevando, esto no anda muy bien, pero los fines de semana hago changas de mozo, y son unos pesos más. -Mirá, te doy mi tarjeta, creo que tengo algo para vos. La tarjeta decía: South Brockers Group. Departamento de Finanzas. Créditos personales. -¿Me podés dar un préstamo?... mirá que yo no tengo recibo de sueldo ni… -Tapia… llamame… creo que te puedo ayudar. Esa noche en su casa casi no podía dormir de la excitación. De todas maneras no le contó nada a su esposa. Demasiadas veces había ido con proyectos que luego se esfumaban como arena entre los dedos de la mano. Mejor mostrar algo concreto. -¡Hola, estudio! -Si… ¿Está el señor Zuloaga? -¿Quién? Acá no hay ningún Zuloaga… -El Chulo… el… -Espere un minuto… El silencio duro una eternidad, hasta que escucho la voz amiga. -Hola, Tapia… disculpa, acá me conocen como el señor Aníbal. ¿Tenés papel y lápiz? Anotá. Tapia miró de nuevo la dirección. Si, era ese lugar. Un edificio ultra moderno, de coquetas oficinas. -¿Adónde va?-la voz del guardia de seguridad le sobresalto. -Acá señor-y le tendió el papel. El tipo, sin dejar de mirar los monitores, llamó por teléfono. -Tome… suba por el último ascensor… séptimo B. El ascensor tenía ese aire de lujo moderno, hasta podía oler una suave fragancia. Se detuvo en un palier tapizado en color bordó con un espejo de cuerpo entero en la pared contraria. Una puerta de nogal barnizada tenía un cartel de bronce que anunciaba a la financiera. Antes que pudiera tocar el timbre una mujer joven y morena abrió. -Buenos días, Sr. Tapia, pase usted por aquí. La muchacha tenía un acento centroamericano indefinido, y un cuerpo escultural. El Chulo lo recibió con una amplia sonrisa. -Gracias, Sonia, podés retirarte y no me pasés ninguna llamada más. Lo saludó con un apretón de manos y le indicó un asiento. -Esperá un segundo… Sonia, me alcanzas dos vasos y la botella de whisky, y hielo. -Yo no… -Un vasito no te va hacer mal. La mulata trajo el pedido y se retiró. -¡Está buena! ¿No? -Si, muy buena-dijo Tapia con timidez. -Bueno te explico, acá tenemos montada nuestra base de operaciones-el tono de voz del Chulo era didáctico- mucha gente no tiene acceso al crédito por que tienen trabajos en “negro”… esos son nuestros potenciales clientes. -Entonces yo puedo obtener un cred… -¡No! Lo que yo te puedo conseguir es un trabajo. Ya vas a ver porque. Te sigo explicando-El Chulo parecía un vendedor de esos que van a domicilio-nosotros le decimos que tenemos que armarle un archivo, una carpeta para acceder al crédito. Pero como la mayoría de los datos hay que inventarlos eso tiene un costo. Si vas a un banco te cobran una comisión, certificaciones y gastos administrativos para un trámite de apertura de línea de crédito. Acá es parecido. -¿Y la gente como sabe de ustedes? -No te impacientes… ya vamos a llegar. En una galería de acá a la vuelta, sobre Cabildo, tenemos otra oficina. Los candidatos llegan por un aviso en los diarios. Se les ofrecen avales y garantías por el cobro de un dinero. Esta gente compra el aval para alquilar o solicitar un crédito en una financiera, que también sale publicada. La empleada saca la conversación, para saber para que necesita la firma, si es para un crédito nos recomienda. Entonces el tipo viene para acá… y ahí empezaría tu trabajo-se tomó un respiro-en la oficina de avales le cobran ciento cincuenta o doscientos pesos, pero con la salvedad que si el propietario debe recibir a alguien en su casa se le cobrará cien más. Si tiene que ir a algún lado, doscientos más. Y así todas las tarifas y aclaraciones. Los ojos del Chulo lo miraban con un gesto divertido. -Acá el tema es parecido. Por iniciar el trámite, la apertura de la carpeta es una cifra similar a las anteriores. Si el supuesto inversionista pide una inspección ambiental del garante, más plata. Si pide una constatación “in situ”, más plata. Obvio que siempre van a poner más plata. -Pero la gente no va a poder poner toda esa plata-dijo Tapia. -Mejor… pierden todo lo puesto hasta ese momento-le guiñó el ojo. -Eso es una estafa Chulo. -No, vendemos una ilusión, Tapia-dijo socarrón-, a nadie se lo engaña porque si. El tipo que está siendo engañado, sabe en su fuero íntimo que es así; pero necesita creer en algo, en alguien. Se aferran a esa última oportunidad. ¿Por qué creés que van a comprar una garantía? -Y… yo no… -¡Porque creen que pueden ser más pillos que el otro! El tipo va con la conciencia sucia, sabe que compra la garantía y puede cagar tranquilamente al que le da el crédito. Al no poner un aval real queda liberado. Ese cargo de conciencia juega a nuestro favor. Tapia estaba confundido y receloso, pero lo que decía el Chulo era real. -Hagamos un cálculo de probabilidades ¿Cuánto tiempo te hace falta para comprarte el auto que yo tengo? Tapia era la viva imagen de la desazón. -Por más que trabajes todas las horas del día los próximos años que te queden de vida… nunca-Ahora era lapidario-No podes tener piedad por los demás. El mundo se divide en dos clases. Los ganadores y los perdedores. Vos elegís en que bando querés estar. Si vas a un banco a pedir un crédito, primero tenés que demostrar que no lo necesitas. Esa es la regla de oro. Y luego tus avales tienen que demostrar lo mismo. Acá no les pedimos nada. Pero no les damos nada. -Bueno, pero si los tipos cumplen con todos los requisitos-Tapia habló inseguro-si te dan todo el dinero ¿Qué hacés? -Les pedís algo que no puedan cumplir. Que dejen la escritura original, en custodia en una escribanía por seis meses. -¡Pero hay tipos que pueden reaccionar! -Otro cálculo de probabilidades… un mínimo porcentaje reacciona así. Y si pasara, siempre va a haber alguien para ayudarte. Se abrió el saco y le mostró la culata del arma. -Los que vienen acá son como los que acuden a esas iglesias mediáticas. Están vencidos, sin soluciones para sus problemas. Son vulnerables y pusilánimes, pasto de las fieras. Esperá, ahí hay uno. Un muchacho rubio, de ojos desoladamente celestes y la aflicción en sus rasgos, estaba hablando con Sonia. El monitor mostraba la imagen de la oficina de recepción. Zuloaga la llamó y le dijo que haga pasar al muchacho. Este tomó asiento con timidez. El Chulo le explicó en que parte del trámite estaban. El muchacho ya había aportado casi todo el dinero exigido. -¡Pero me van a seguir pidiendo cosas! -No, amigo-Zuloaga sonaba conciliador- es el último esfuercito, pagas esto y en cuarenta y ocho horas te damos el dinero. Es más, cuándo salgas del lugar dónde vas a buscar los billetes te vamos a poner un remise a tu disposición y un custodio. Viste los tiempos que corren. El muchacho estaba en un duda interna terrible. Llegado a ese punto algo le decía que se había equivocado, pero tenía que seguir adelante para tratar de recuperar lo pagado. Tapia, impulsivamente, habló: -Amigo, no se va a ahogar ahora antes de llegar a la orilla… El Chulo lo miró admirativamente, mientras el muchacho metía la mano en el bolsillo y sacaba unos billetes arrugados. -¡Por favor, Aníbal! -Vaya tranquilo, mi amigo, en cuarenta y ocho horas llámenos que le decimos dónde ir a buscar la platita… el Sr. Tapia lo va a atender. Una vez que el muchacho se retiró, El Chulo le habló a Tapia: -¡Sabés que tenés pasta para este laburo, guacho! Vení te vamos a comprar unas pilchas. Zuloaga le compró un ambo, dos camisas y algunas corbatas. Aparte, unas cuántas medias y un buen par de zapatos acordonados. -Después, cuándo estés bien, me devolvés el favor ¿si? -Claro, gracias. -Ningún gracias, acá tenés que trabajar-le dijo serio- vas a hacer una diferencia… pero tenés que trabajar duro, y sin miramientos. Después, también tenés algunos beneficios extra… por ejemplo Sonia ¡No sabes los trucos que sabe esa gata entre las sábanas! -Pero yo… -Nada, por un amigo todo. Al día siguiente Tapia comenzó a acostumbrarse a su nueva vida. Entrevistó a una docena de candidatos. Pero le parecieron un centenar. Tenía una sensación ambivalente. Por un lado una feroz alegría, por el dinero que estaba recaudando. Por el otro, un dolor y remordimiento sordo, que trataba en vano de aplacar. -Tapia, ¿ves el tipo canoso con campera?-le dijo el Chulo señalando el monitor. -Si. -Ese viene a buscar el sobre para el comi. -¿El qué? -La coima, el arreglo con el comisario. ¿Cómo crees que nadie nos molesta? Al día siguiente Tapia estaba más tranquilo. Por algún extraño proceso de su cerebro los remordimientos se iban acallando. Incluso había descubierto que podía disfrutar de aquello. Una diversión sádica y malsana. Engañar y agregar algunos comentarios, a manera de broma interna. -¡Cuándo te den el dinero, recordá que me gusta el Cabernet Sauvignon! -Si claro, después le traigo una botella. -Era una broma, por favor. Esa noche el Chulo todavía estaba en al oficina. -Tapia, hoy me voy a quedar porque tengo que terminar algo-le dijo sin mirarlo-mañana abrí vos, acordate del pibe otro día, va a venir para que le digas dónde ir a buscar la plata. Ya sabés que tenés que hacer. Pedile la escritura original en custodia… -¿Vos no vas a estar? -Voy a llegar un poco más tarde. Esa mañana era la prueba de fuego para Tapia. El momento más álgido de aquella trampa. Llegó temprano a la oficina. Abrió y echó un vistazo. No había nadie. Todo estaba prolijo y en silencio. Destapó las computadoras y las prendió. El intercomunicador sonó. -Señor Tapia, un muchacho quiere subir se llama… -Si, que suba. Si el tipo se ponía loco estaba solo. No tenía ningún apoyo. Algo de aprensión le agitó el pecho. Pero como decía el Chulo, era una probabilidad en mil. Además el podía manejar al situación. Estaba seguro. El timbre de la puerta lo sacó de sus pensamientos. -¡Hola! Llegó el gran día-pese a la frase optimista el joven tenía la misma expresión triste de la vez anterior. -Si, solo falta un detalle. El muchacho acomodó la mochila en el asiento contiguo, como la vez anterior. -¿Qué detalle?-la voz sonó algo amenazante-el señor Aníbal dijo que ya estaba todo, ¿dónde está? -Viene más tarde-la voz de Tapia tembló un poco, antes de agregar: lo único que falta es que dejes la escritura original en custodia seis meses, en una escribanía, y te damos la plata. El muchacho se derrumbó en la silla, y echo una ojeada en dirección a la mochila. -¡Pero esto es una estafa! -No… solo es un requisito, ¡seis meses pasan volando! -Bueno, no vamos a esperar tanto-tomó la mochila mientras decía: ¡ahora muchachos! El gesto del joven de los ojos claros había cambiando radicalmente. Le estaba apuntando con una nueve milímetros, cuándo varios tipos más entraron en tropel en la oficina. -Te conviene no moverte, ni decir nada más-señaló la mochila, mientras agregaba-ahí adentro hay una cámara digital, tenemos todo grabado… Un tipo robusto se acercó y le dobló un brazo, mientras le ponía las esposas. Golpeó su cabeza duramente contra el escritorio. -Si no tiene abogado el Estado le puede proveer uno… Tapia estaba confundido. No comprendió de qué se trataba aquello hasta que lo vio. El tipo canoso de campera se acercó sonriente. El operativo había sido un éxito. |
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