Había planificado cuidadosamente durante el año el “operativo vacaciones”. Lo primero a tener en cuenta es la cantidad de participantes, para acomodar la logística. En mi vehículo familiar, de un par de décadas atrás, teníamos que convivir; a saber: mi esposa, mis tres hijos (una niña, y dos salvajes de sexo masculino), mi suegra, el perro labrador color miel, y varios y surtidos bolsos. Esa tarea pertenecía a mi lugarteniente, o sea, en este caso mi adorable esposa. Por lo tanto, era muy probable que el abrir uno de ellos, uno se encontrara con algo tan indispensable para la playa como rubor o toallitas higiénicas; pero de seguro faltarían mis bermudas, o las sandalias. Cuestión de prioridades. Por eso yo me ocupaba del aprovisionamiento y los pertrechos.
No debe haber nada más odioso, que tres niños llorando de calor y cansancio, y no disponer de algún jugo frío o fruta, a mano. Si… puede haber algo más odioso. Por ejemplo tu suegra, preguntando cada dos kilómetros:
-¿Falta mucho?
-¿Y si mandamos a la vieja por micro?- Le pregunte a su hija, o sea, mi esposa.
-¡No seas cruel!
-La razón es tuya-Dije apesadumbrado- no pensé en el resto del pasaje.
Después de aquello, que Titán me babeara el cuello a cada rato, era una nimiedad. El solo quería demostrar su afecto, no probar mis límites para convertirme en un asesino serial.
Tenía todo bajo control. Dos heladeras portátiles bien surtidas. Los bolsos asegurados en su lugar. La tropa dispuesta, según el orden establecido por la jefatura. El vehículo había sido revisado concienzudamente. Llevaba balizas, críquet, llave cruz, caja de herramientas, bujías de repuesto, dos bidones con gasolina (por las dudas). Tenía todo bajo control. Casi… bajo control. El asunto es que después de mucho pensarlo, supe dónde estaba ese maldito neumático de repuesto. Para ganar espacio en el baúl, saque la rueda de auxilio un instante. El asunto, es que por algún extraño designio, el mismo estaba a unos doscientos kilómetros. Dentro del garaje de mi casa.