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Seguía a esa sombra por doquier. Nunca cambió el tono oscuro de sus sencillas vestimentas. Pero aún así era de porte bello. Su mirar inefable envolvía de una ternura cálida pero triste todo aquello en que sus ojos se posaban.

Nunca salía a plena luz del día. Sus correrías las iniciaba al caer la tarde. Cuando la noche tendía su manto quedaba confundida en la penumbra y se mimetizaba de tal forma que nunca se sabía si era una persona, un animal, una cosa o simplemente los sonidos de las noche.

Los vecinos murmuraban. Decían que ella era la amante de algún personaje. Ninguno de ellos podía describir con exactitud su rostro. Ella impávida miraba con sus mil ojos, observaba y sonreía tolerante cómo todos se afanaban en hacerse conjeturas. Veía también cómo cada uno apostaba a los conceptos concebidos en lo profundo de sí mismos, proponiendo a los demás esos, los suyos, como el camino directo hacia a algún dominio. Eso la ofuscaba y más la retraía. Los rótulos de los envases de la estantería le daban alergia, pero esos envases se ufanaban henchidos de orgullo por la marca que ostentaban.

En el callejón umbrío observó a uno, uno solo, que daba pasos desprevenidos y ese hombre, justo un día la entendió. Supo de ella tan poquito pero lo suficiente para dejarla pasar tranquila sin detenerse a preguntarle qué sabía, por qué sabía, qué no sabía… sobre el amor, el odio, la libertad, el coraje, la ilustración, las tendencias religiosas, los sistemas filosóficos, en fin, a él no le importó que ella a oscuras y siempre a diario saliese a rondar la noche. Fue él, el único que la dijo libre.

Libre mujer, es bello tu nombre tu eres el “Librepensamiento”.

Sigue tu camino.
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