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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-05-09 | | Ella era una mujer como las demás, de aquellas que abundan; se sacó los zapatos, rompió los tacos y se echó a correr por el inmenso parque que tenía que cruzar para escapar de su ferviente perseguidor otrora inmaculado seguidor. Antes amante, amigo, esposo y sobre todo ladrón de su pasado y de su rojo corazón; los colores ahora habían cambiado, los personajes también; el negro era el color imperante. Ella lamentablemente lo había engañado, esta era una burla abierta y burda, en los tiempos antiguos estas afrentas, se pagaban solo con la muerte. Él era un hombre antiguo, un machista consumas, algo procáz; pero sobre todo amante de la vida de las mujeres y del buen vino. Ahora ella era la culpable, esa era toda la verdad, él la perseguía para matarla y así aliviar el dolor de ella y su propia vejación. Se conocieron hace unos años en un viejo bar llamado “ La Amapola Maldita “ el cual quedaba por los arrabales de la misma y lujuriosa ciudad; del modo usual, él la invitó a beber, tomaron tequila y después ron; como la gente macha aquella que a veces no tiene perdón. El resto es ya vieja historia, sexo y mucho ardor ¿qué mas podría dar esa clase de relación? El ahora se creía un prócer con nobles deberes que cumplir; en su momento la encontró en su casa desnuda y con mas de una compañía ¿era ella acaso una puta infame, una ninfómana ansiosa o era su reducida hombría, la que no la hacía feliz? Eso no importaba ya, ella corría tropezándose con el espeso ramaje, él sagas se interponía a ese follaje, tenia que atraparla a como de lugar y acabar de una vez por todas con ese magnífico oprobio. Llegaron a trasponer el parque, las calles se volvieron laberintos babilónicos de su acción, tenía que vejarla, maltratarla, humillarla, matarla; en sí, vengar su vacilante hombría. De pronto llegaron a un callejón sin salida, ella al verlo venir furiosamente se arrodilló impaciente y le suplicó perdón, él no la miró; hay cosas en la vida que son relativas y se pueden pasar por alto, pero para otras no existe la compasión. La amedrentó con la mirada, le propinó una patada, desenfundó su cañón y apretó el gatillo, pero ¡Oh! Craso error, fatalidad del destino o designio de algún efímero Dios, la bala nunca salió; la cacerina estaba vacía, así que decidió usar sus manos y estrangularla, asfixiarla con ímpetu, con asco y sarcasmo, ya nada importaba, los ángulos de su cuello eran los mismos, tan quebrantables como los de un simple plumífero; sus manos fuertes y agrestes estaban logrando su cometido; cuando de pronto pudo observar en los ojos saltones de ella, en su lengua babeante, en su sudor pegajoso, algo que antes no había podido apreciar, algo que había estado escondido a la simple mirada y a la mera convivencia, algo muy profundo e inexplicable; entonces la soltó con pena y en ese preciso instante la volvió a amar.
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