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El Libro
prosa [ ]

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por [Stallion ]

2006-05-12  |     | 




El atuendo le sentaba bien, el cielo azul del otoño se podía percibir en el reflejo de sus pantalones vaqueros, se encontró con sus botas negras y salió con un polo blanco del cual provenía un resplandor potente, casi mortal.
Pronto se hizo dueño de la calle, un transeúnte mas con una misión que cumplir, El problema radicaba en que hasta aquellos momentos de su vida, no sabía cuál era dicha misión, pero el solo hecho de entretejer estos hilos en su mente lo hacía sentir poderoso. Las avenidas y calles iban y venían, él observaba las tiendas y escaparates que se multiplicaban vertiginosamente con el avance hacia el corazón de la gran urbe; los ojos de las vendedoras y de los maniquíes se encontraban con los suyos, mostrando en ambos algo de insinuación y tibieza, la misma que lo acompañó el día de su nacimiento aquel 29 de febrero. El ante todo no se sentía para nada viejo, era aun más joven que cualquier otro hombre, la vestimenta que traía puesta, agilizaba su andar, no sentía la sensación de caminar; solo se desplazaba haciendo un mínimo esfuerzo, flotando con el aire, digno de algunos pocos transgresores de la monotonía del movimiento necesario para que un bípedo se desplace.
· Un nombre muy común lo respaldaba: Juan López, también pudo haberse llamado José Pérez o Marco Díaz, su padre y su abuelo habían sido respectivamente, don Juan López de la Torre y don Juan López del Piélago, en si era un auténtico López y se sentía orgulloso de serlo, su ropa era siempre la misma, esto claro no se debía a que solo tuviera un juego de ella, sino que la apreciación de Juan hacia la ropa se refería a algo que el creía puro y personal relacionado a la comprensión total del tiempo y a la cantidad de minutos que se pueden salvar teniendo una docena de cambios iguales, en este caso el hombre hacía a la ropa y no como suele pasar con algunos mequetrefes infames, estas observaciones, pasando a un plano filosófico no son más que la exacerbación de la relatividad ya que muchas veces convendría andar desnudos y librarnos de esas máscaras y poses adquiridas que suelen dominar hasta con saña el actuar del hombre.
· Juan Pérez dirigió su paso hacia la biblioteca, quería nutrirse de conocimientos decidió dominar los clásicos, los contemporáneos y su más grande añoranza, los venideros. Pareciéndole en ese entonces que su misión era la de rozar la erudición, para luego abrazarse al conocimiento y fusionarse con él; todo lo que estaba sucediendo no era sino un llamado del conocimiento. Empezó revisando los viejos textos, el encargado de la biblioteca era un hombre ancestral; detenernos a precisar su edad sería pecar de simplistas, era el ya parte del decorado, era un libro abierto, listo para ser revisado, su único ojo parecía haber visto cosas inconcebibles e innumerables, tal vez el anciano había nacido allí, su ojo se asemejaba al de una mosca, no por su forma, claro está, si no por su alta capacidad de funcionamiento ya que este captaba fragmentariamente el mas mínimo movimiento realizado en esta casa de lectura, desde la posición de cada volumen en los anaqueles hasta el mas mínimo movimiento de algún lector fatigado, persiguiendo a velocidades vertiginosas algún destello o luz.
Juan tomó de un anaquel un libro medio polvoroso, el título decía "Manual mortal de las relaciones y convivencia humana", el título no lo sorprendió pareciéndole repetitivo hasta el cansancio, él vivía solo por algo. Dejo de pronto el libro, ya que otro que se encontraba a su izquierda pareció atraer mas su atención; mostraba en su lomo unas letras de origen celta que no pueden ser traducidas literalmente pero que trataban de decir algo acerca de algo que pudo ser, fue, tal vez será, siendo inexactos podrían haber dicho algo así "Como hacer que un hombre se convierta en mas hombre de lo que podría ser o de lo que no será jamás" A que se refería este siniestro y a la vez inmaculado título, sus ojos desesperaron por leerlo y sus manos se deleitaron con la idea de abrirlo; al pasar la primera página un extraño sentimiento se apoderó de él; pensó entonces que tenía en sus manos la narración exhaustiva de su propia vida y también la de todos los otros animales humanos. Salió presurosamente de la biblioteca con el libro bajo el brazo; el ejemplar era muy grande, pero lo que sorprendía de manera inusitada era su peso, su liviandad causaba también un sentimiento de profunda congoja, ¿Cómo un libro tan grande puede ser a la vez tan ligero como una pluma? ; la respuesta inmediata carecía de existencia. Al llegar a su casa y mirarse furtivamente al espejo que acontecía a la entrada, pudo percatarse de que sus facciones empezaban a cambiar, esto no lo inmutó se dirigió a la mesa de lectura y se propuso de una vez, leer y quien sabe si releer este majestuoso libro, el cual curiosamente había que comenzar por la ultima página y leer de derecha a izquierda, López pensó que tal vez esta sería la treta que le guardaba el más arduo conocimiento, pero esta dureza era parte de la misión que le había sido asignada; el destino lo llamaba, todo caía por su propio peso, todo, absolutamente todo se remitía a eso; leyó hasta extenuarse, tomando unos pocos minutos de descanso y enseguida persistiendo, al detener por un momento la marcha, se incorporó y se miró frente al espejo, su rostro seguía cambiando, descolgó el espejo de la dura pared y lo colocó delante suyo. Conforme iba avanzando en la lectura fue enterándose de una gran verdad, pudo darse cuenta de la vida, de la metamorfosis de los rostros y espíritus, noto que su cara no era la misma, abarcaba muchos rostros y ninguno a la vez. Sintió que ahora había abarcado casi todo el conocimiento dado al hombre en la lucha muy íntima de saberlo todo; la labor estaba casi concluida, Juan se aproximaba a la primera página ósea a la de su redención y por consiguiente a la de todos los hombres, al llegar a la página final y a la primera línea sintió una pausada pero incisiva molestia en el ojo izquierdo, entonces al voltear su aturdida cabeza hacia el espejo pudo notar que había perdido ese ojo, no le importó algo tan poco casual ya que, la identidad a su vez esta solo creada por el ego, todo y todos al final somos lo mismo. Se levantó dejando atrás la complicidad de la silla y se marchó hacia la biblioteca, paradójicamente encontró al viejo tuerto muerto y enterrado por una pila de libros, el atuendo del muerto era negro como una noche sin estrellas, parecía como que este había esperado toda su vida por ese día, ya que una sonrisa algo sarcástica podía apreciarse en la pálida piel del anciano; en ese instante Juan López se visualizó de negro y con un solo ojo, él era ahora el nuevo bibliotecario, su vida y los espejos no le mentirían mas...



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