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Un adiós apresurado
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2006-05-26  |     | 



Escucho un tema de Pink Floyd que comienza una y otra vez. Desearía cambiarlo o apagarlo, pero mi pereza es mayor que mi necesidad. El comienzo es con un metrónomo que marca el ritmo como en una lección de solfeo. Después se van sumando otros relojes, que en contrapunto, van marcando con mayor intensidad el paso del tiempo. Luego se produce un estallido de alarmas mientras sigue la cadencia del tic tac en un segundo plano. Por último son los músicos, con sus instrumentos, que tocan melodías gravemente ingrávidas. Texturas psicodélicas. Timbres etéreos. Mientras mi reloj juega su propia polifonía. A medida que se aproxima el momento de levantarme su sonido se agiganta, hasta casi tapar los sonidos del equipo.
El reloj despertador es un viejo Junghans de esos con dos campanitas y un sonido metálico. Durante algunos instantes me parece que puedo volverme tan pequeño que me deslizo por sus engranajes y mecanismos, hasta poder detener esa creación infernal. En otros, recuerdo una añeja película de Alfred Hitchcock dónde un tipo lucha con las agujas del Big Ben de Londres. Tal parece que pase toda la noche envuelto en aquella batalla. Los párpados me pesan y siento los ojos como si le hubieran volcado un par de baldes de arena. Las sienes me laten al compás de los relojes, el real y los virtuales. Al abrir los ojos me ciega la luz cruda que entra por el ventanal y tengo algunas imágenes fragmentarias de lo que me rodea. Una botella de Chivas Regal volcada sobre la alfombra, casi bajo la cama. Al lado un vaso de whisky casi vacío, un cenicero lleno de colillas y un corpiño. Tanteo con prudencia para no caerme de la cama y comienzo a razonar, a volver a la vida.
Es demasiado tarde para ir al trabajo y tendré que inventar una buena excusa para el sádico de mi jefe, pero primero debo prepararme un café bien negro. Me siento en el borde y entonces pienso en el corpiño. La propietaria no está a la vista, pero el desorden de sábanas indica que alguien estuvo conmigo anoche. ¿Dónde estuve? ¿Con quién vine? Al incorporarme mis piernas flaquean, pero recupero la vertical en medio de mi tambaleo. ¿Cómo puede doler tanto la cabeza?
Como un fogonazo en mi cerebro surgen algunas imágenes dispersas. Una disco. Mucha gente. Automóviles. Música estridente. Alejandra. ¿Alejandra? Todavía quedé más confundido.
¿Cuánto hacía que habíamos cortado? Poco más de un año. Forcé los recuerdos recientes, mientras tomaba la cafetera y ponía un filtro de papel. Abrí el tarro y el aroma penetrante me invadió los sentidos. Encendí uno de los quemadores de la cocina y puse una tetera a calentar.
Entonces volví con Alejandra y nos acostamos. No pude tomar tanto como para olvidar los detalles. ¿Qué había pasado?
El silbido me anunció que el agua estaba caliente. La volqué sobre el café, y espere que se colara. Luego me serví una taza sin azúcar. El sabor amargo y confortante terminó de despejarme. Entonces la vi. La nota estaba al lado de la azucarera, apenas apoyada.
“Buen día amor. Gracias por regalarme esta noche. Me siento como el condenado al que le dieron su última voluntad. ¿Sabes? Fue muy difícil vivir sin ti todo este tiempo. No se si a ti te a pasado, pero para mi era un calvario verte en cualquier lado. Parecía que cuándo más quería evitarte, más te encontraba en los sitios más dispares. Y anoche… anoche… al fin te fijaste en mi de nuevo. Sabía que no eras muy conciente de lo que hacías. Sabía que estabas borracho e intoxicado, pero no me importó. Solo quería una última noche con mi hombre. El hombre que me marcó, pero para el que yo no valía gran cosa. Solo un cuerpo para obtener placer. Un objeto sexual. Un objeto con sentimientos. Que sufrió y lloró por ti y no lo haría ya nunca más.
Amor, espero recuerdes la última noche por el resto de tus días. Cuando despiertes ya no estaré aquí. Ya no te molestaré más. Solo me voy a tomar un baño antes del adiós definitivo. Besos Ale. “
Sentí un brusco temblor y me despabilé por completo. Me erguí y fui corriendo hasta el baño. Alejandra estaba reposando en la bañera, cubierta de sales y espuma. Y con un halo púrpura que salía de sus muñecas.

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