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Re-viviendo París II
ensayo [ ]
Juego de ojos Compilation: Juego de ojos

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por [MAGSA ]

2008-06-19  |     | 



El funcionario no cree que hace 30 años viví en París con 200 dólares al mes. Le digo que mil millones de personas en el mundo sobreviven con un dólar al día, así que no fue una gran hazaña. Deja sobre la mesa su gin & tonic, me obsequia una mirada de conmiseración y vuelve la vista a los ventanales del Café de la Paix que refulgen con la luz del atardecer parisino. El es un político y no se siente cómodo en compañía de un periodista. Así debe ser. No somos iguales.
En la avenida hay un abigarrado transitar de personas y vehículos. Me pregunto qué hace que las calles de París siempre estén de fiesta. Quizá sean las mujeres. O los jóvenes. O los ancianos. O los clochards. O los edificios. Tal vez sea un hechizo celta. No lo sé. De todas las ciudades que conozco, ninguna está en sus calles como ésta. En la acera frente al café un motociclista vestido de rojo sobre un viejo aparato tapizado con calcomanías deportivas, comerciales y eróticas estaciona su vehículo. Se abre la chamarra, también roja e igualmente adornada y aparece un pequeño perro con un casco. El cánido no parece incómodo. Sólo en París...
Hace unos días en un suburbio de la ciudad dos jóvenes que huían de la policía se escondieron en la caseta de un transformador y se electrocutaron. Esto desató una ola de violencia que me recuerda el caso de Rodney King en California. Cientos de autos han sido incendiados. Es una competencia perversa. Si los diarios reportan X voitures flammes en un barrio, los chavos del de junto le meten gasolina y cerillo a N al día siguiente. Algunas escuelas e iglesias que estaban al paso de los vándalos hoy son ceniza.
En los periódicos, en la tele y en la radio han aparecido los sociólogos del Apocalipsis para explicar las causas profundas del alzamiento. Mejor recurro a un experto, el chofer del taxi que me conduce al aeropuerto. Dice que los inmigrantes son todos unos rufianes, que el presidente Chirac debe estar en la cárcel y que mientras el Ministro del Interior no tome las riendas, la República no hallará la paz. Vive la France! Me pregunto si habrán arrestado a los nietos de Abu.
Los meseros son, más que una clase social parisina, un búnker. Seis lustros después parecen un poco más tolerantes y algunos incluso hablan inglés, pero la verdad es que no han cambiado mucho. En México uno pregunta qué se recomienda o si tal platillo va acompañado de papas o ensalada. Acá, revisar la carta más de 30 segundos es un agravio. Y ni hablar de pedir, por ejemplo, un omelet de claras. Mon Dieu! ¿Pues qué el Señor no dispuso que las gallinas nos dieran huevos con yemas? Sólo a un extranjero salé se le ocurren tales tonterías. Cierto que hace tres décadas tuve muy pocas discusiones con meseros porque con 200 dólares al mes no se conocen muchos restaurantes, pero cuando se dio el caso me vengué no dejando propina. Hoy en todas partes es service compris y aunque el adiposo garçon nos arroje el plato o grite que le hemos interrumpido en su repás, de todos modos se lleva el 17% sobre la cuenta. ¡Válgame!
Los callejones del barrio universitario y de Montmartre tienen el mismo olor e iguales tonalidades terrosas, pero ya no son tan divertidos pues no es necesario que revise con lupa los menús que los griegos colocan a la entrada de los comederos para ver si me alcanza el dinero, y en Au Chez Eux no sudo cuando mis invitados piden otra botella de vino. Ya puedo tomar un taxi sin ver el medidor.
En esto, mi París ha perdido el encanto. Pero hay pasados que son implacables. En el cuarto piso de Shakespeare & Company mi duende personal me reencontró. Hace tiempo que vivía entre los libros en espera de mi regreso. Es un espíritu chocarrero, mezcla de aluxe y gremlim. En aquellos años setenta me torturaba sin miramientos. En este regreso se apropió de mi agenda. La busqué, según dictan los cánones, por cielo mar y tierra. Reporté la pérdida a las autoridades. Y una hora antes de salir del hotel, la colocó sobre una mesa que varios testigos habían visto limpia de cualquier objeto. Creo que fue su bienvenida. No sé si habrá regresado a México conmigo.

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