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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-12-03 | |
Gracias a un link proporcionado por Roxana, hace un par de días leí lo siguiente en un número antiguo de Confabulario, de El Universal:
"(...) No quiero interrogar nada, no quiero saber qué significa. ¡Nos engañamos siempre! Pero quiero vivir en ese mundo apasionado donde pasan tantas cosas, donde el milagro es diario, y están juntas todas las fuerzas de la vida.” Este es un pequeño estracto de una serie de documentos inéditos, entre cartas y diarios que Octavio Paz escribiera alrededor de 1935, donde a la sazón contaría 21 años. No es mi intención hablar aquí acerca de ese periodo más o menos desconocido de la vida de Paz, pero para los interesados, y seguro de que tales documentos son mucho más interesantes que mis anotaciones, les recomiendo el libro "Las primeras voces del poeta Octavio Paz", de Anthony Stanton, que publica La Centena y está en cualquier librería del Educal; y también les dejo el link de Confabulario sobre las cartas de Paz a Elena Garro y otros datos interesantes: Confabulario Bien. Acaso este enorme preámbulo sea un inconsciente rodeo que tomo para no entrar en materia, ¿porque cómo empezar a hablar del asombro sin el asombro que ya se guarda como potencia dentro de lo que se ignora? El asombro es una facultad del hombre, es mitad nuestra y mitad de quién. Está conformado en diferente medida por la sorpresa, el miedo, la curiosidad, la perplejidad y muy pocamente por la conciencia. Digo esto porque al ver la luna cubierta de mandarina acaso no seamos conscientes de inmediato de que la luz es la fruta y no el todo inmediato letargizante. Asombro es, creo, el principio más básico de la conciencia. Es la protoconciencia. El mundo está aquí tan cerca, y nos lo perdemos tanto por hablar con el humo de nuestro cerebro, por responderle a la nada con la boca llena de espanto. El mundo se nos revela al entrometerse en nuestra conciencia primitiva y crear ese extrañamiento, como llamaban los formalistas rusos al estado poético, o llámese también ese "desarreglo metódico de los sentidos" donde Rimbaud viviera un par de temporadas. Al permitirnos (porque el asombro pocas veces forza a nadie) entrar en un estado mental donde nuestros pensamientos están tan cerca con la cuestión de nuestro asombro que son la cuestión misma y el asombro y todo junto, ocurre que dejamos de ser un poco el nosotros de aquí y ahora, y somos un poco más lo intemporal. Los japoneses tienen una palabrita que me gusta mucho para estos casos. Es la que se usa cuando estás al borde de un lago y miras hacia el fondo y ocurre que justo sale una tortuga, ni muy grande ni muy pequeña, pero es una tortuga donde no tendrías por qué esperarla, y ocurre la tortuga y la mente puede pensar en la cámara, en las asociaciones propias con las tortugas (yo pensaría, lo primero, en las tortugas ninja...) o en llamar a alguien para que comparta la visión, pero es tarde, la tortuga regresó a dónde y no la volveremos a ver. Eso, se llama aware, y si pudieramos entender el misterio de esta palabrita en esa lengua misteriosa que es el japonés, al escucharla sabríamos que nos habla de la epifanía fugaz, momentánea, instantánea, que ya ha sido mientras pensabamos en ella. Aware es observar el eclipse de la belleza. Para mí es un poco también la impotencia de no poder preservar esa belleza, pero una impotencia gosoza, porque es algo que se da raramente, que no se busca, sino que se encuentra sin buscar. Es la estrella fugaz, y las ideas alrededor de la estrella fugaz. Es una gracia, pues nos es dada sin pedirla; se parece al tiempo, a la felicidad, y sólo puede experimentarse un instante, aunque sea algo que el universo preparó por eones: extraña orquídea del presente, que se marchita con sólo pensarla. Creo que este sentimiento es motor de nuestra convivencia con el arte. Buscamos mediante obras eternizar lo que por esencia es fugaz. Pero también creo que tiene que ver con ese estado de deuda que se tiene después de la belleza. Parece como si hubieramos robado algo del mundo, con sólo verlo. Tal vez también se escriba por retribución, por saldar esa deuda con la belleza, herida que nunca cierra y que no queremos que cierre. Para resumir todo esto que he dicho, simplemente vean esos apuntes del joven Paz, que han causado en mi el asombro de la tortuga fugaz de reencontrarme con el mundo. |
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