Cuando no existía la era atómica
el tiempo marchaba más lento,
carecía de la velocidad supersónica;
sus alas planeaban sobre místicos paisajes
nada era relativo,
los sueños jugaban desde el amanecer
incrustados en la melodía de un dulce ocaso
sobraban horas,
y las acrobacias del calendario se impulsaban en sutil trampolín
el pincel de Sebastiano del Piombo encontraba espacio suficiente
para plasmar el milagro de la resurrección de Lázaro,
Petraca balbucía sonetos buscando el recuerdo de Laura
y los tonos cálidos del Veronés;
protegidos por un clima delicado
encontraban invitación en el banquete de Leví.
Cuando un científico famoso descubre el accidente
del violín que marcha al compás de la relatividad,
la potencia del uranio desata la erupción
y la arena de la clepsidra se precipita con estruendo
haciendo que los días corran acortados...
Ahora los poetas tenemos que cantar al ritmo que nos toquen
eludiendo la diabólica carrera del reloj,
diluido en un campo desértico
tiempo derretido en una forma mistérica,
burlándose del pincel de Dalí.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia