Las uvas rojas despertaron desaforada visión
arrancando las raíces del poema verde,
los traslúcidos colores
que sólo brillan en Arlés;
le dieron forma al atardecer de otoño
entre sanguinolentas pinceladas.

Los únicos céntimos que buscaron los bolsillos del mísero pintor
vinieron por mediación del viñedo arrebolado,
y no fue ninguna coincidencia
que aquel cuadro terminara en un museo ruso
el sol bajo y frío,
elevándose sobre la vendimia
es una evocación del sol de Rusia;
y las ráfagas pletóricas de carmín
que parecen contener las uvas de la ira
barruntan un crepúsculo plagado de arreboles encendidos
como si presintieran de antemano
el relámpago rojo de la revolución.

En esa viña germina el vino rojo
y se encuentra defendida por un espantapájaros,
que muestra orgulloso la enajenada expresión del pintor
pintado a propósito para proteger la viña de los cuervos
-y pintado en su imaginación para no deslucir la gallardía del óleo-;
despistando a los pájaros negros que perseguían sus pinceladas
hasta convertirlas en disparatados rayos de colores.

Su pincel continúa adornando al espantapájaros
y lo calza con rojas botas de cuero de Rusia,
y coloca remiendos azules en el raído capote de terciopelo colorado
además le pinta una roja chaqueta hindú
y áureas espuelas para presumir ante los cuervos
sacudiendo el desdén
que le produce el hollín de su plumaje.

Así esperó la maduración de las uvas
hasta beber el vino ardiente,
que producía aquella viña rojiza
el líquido rojo salido del lagar
capaz de derretir los toneles más endurecidos
conduciendo a las pinceladas furiosas
hasta el éxtasis de la locura.

Jorge Ángel Luna Rosado
Colombia