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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-09-27 | |
Este poema, que aparece en Papiros de Babel; Antologia de la poesía puertorriqueña en Nueva York, fue actualmente escrito bajo la influencia de "Celeste Albaret," cinta alemana basada en la biografía de Proust, Mr. Proust, escrita por su ama de llaves. Algunos subtítulos del poema refieren a lineas actuales del guión, que apuntaba apresuradamente en la oscuridad, en un pedazo de papel proporcionado por mi amiga/hermana, Carmen Lillián Marín, quien luego me consiguió el video en uno de sus viajes a México. No sé de muchos que hayan encontrado inspiración para la poesía en el cine. Es uno de los poemas de los que estoy, modestia aparte, más orgulloso.
Alfredo Villanueva Collado -SEÑOR PROUST- Para mi inolvidable Carmen Lillián Marín, con quien también aprendí a mirar. (El mirón) En cada habitación, todo el espacio le pertenece. Cada mirada, una flecha, un insecto, apenas la posa, la desvía y vuelve a la carga su insistente deseo de retener la línea, la textura, o quizás el color, o bien el gesto, y hacer el amor cuando se desliza por cualquier superficie, contento de tocarla, tan de cerca, y tan de lejos. (Celeste Albaret) Era una línea azul el horizonte, y gris. Era una línea gris el mar, y azul. Era una línea de arena y nieve gris. A punto de merengue batía el mar sus pálidas puntas incesantes. Un óvalo las enmarcó. Él apunto hacia ellas, y yo, transida, de su dedo aprendí lo que era el mar. Era una línea el mar, azul y gris. Aprendí de sus ojos qué era el mirar. Era una línea gris la nieve gris hacia afuera, hacia adentro, a través del círculo alargado de un ventanal. Ya él y yo estamos fuera del tiempo, recorremos juntos la música fuera del tiempo, y el soñar ocupa el tiempo de algún otro. A quien quizás le hayamos liberado la mirada. En quien quizás hayamos propagado el morbo. (Los paraísos perdidos, me dijo . . .) Un día cualquiera se descubre que puede que el morir sea más fácil. Cuál sea la otra cosa más difícil no se recuerda. Sería fácil, por ejemplo, un altivo resplandor, y una rápida sábana de fuego. Sería fácil, por ejemplo, el certero mordisco de un acero. El cuerpo, placentero, traicionero, no se presta a estos juegos. Es a pedazos que se descompone. La fatal biología le impone el orden. Hay otros cuerpos a los que no sucede la lenta podredumbre. Cae el cristal en añicos como estrellas. Cierra la flor de un día para otro. Hay olores que se van pero se quedan. Éste, en cambio, se deja morir por las esquinas, temeroso, y no existe un objeto que por hermoso le avive su deseo y le dé garras con las que aferrarse al dulce tiempo. (He querido saber lo que es la muerte . . .) Amor, seamos verdaderos el uno con el otro. Porque la noche que cubre tu cuerpo se come mi cuerpo que busca su descanso junto al tuyo y en cambio encuentra las puertas de la sombra, las bocas de la sombra, las instrucciones de la sombra. Y encuentra en cambio el deseo alucinado de todo atravesarlo con los ojos abiertos atrevidos y fijos en lo que no puede dejar de moverse; queriendo penetrar cada agujero de los que crea la noche en cada pared, y afuera. Y la certeza de tu cuerpo lo aquieta. Por un momento olvida. Sustrae su silueta del espacio donde pierde forma. Crees que nunca ha partido. No sabes por qué ha vuelto. 14/11/82
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